Antes de empezar las clases, Natalia buscó a sus compañeras para proponerles la comida que habían dejado pendiente dos semanas atrás.
– ¿Tenéis planes para este fin de semana?
– No, ¿por qué?
– Por la comida que tenemos pendiente.
Miriam la miró confundida. No recordaba haber hablado de ninguna comida.
– ¿Qué comida?
– ¿No te lo comentó Mimi?
– No – miró a la chica acusatoriamente.
– Perdón, se me olvidó.
– Qué cabeza, chica – negó rodando los ojos –. No sé qué voy a hacer contigo.
– Pues quererme.
Natalia carraspeó antes de que el azúcar alcanzara límites que no estaba dispuesta a presenciar.
– Sigo aquí.
– Envidiosa – musitó Mimi.
– ¿De qué comida me tenía que informar esta mujer? – preguntó Miriam con retintín volviendo al tema principal.
– El día que salimos y Mimi se quedó a dormir en mi casa, le pregunté si queríais quedaros a comer. Pero como estaban tus padres aquí y no podíais, lo dejamos para más adelante.
– Ah, sí, mi padre tuvo unos días libres y vinieron de visita.
– Por eso preguntaba.
– Pues nosotras no tenemos nada este fin de semana, ¿no, Miri? – preguntó Mimi para asegurarse.
Miriam se tomó unos segundos para pensar. El sábado por la tarde tenían entradas para ver un musical. Y el plan era ir de comida, por lo que, en principio, no deberían de tener problema para llegar a tiempo.
– El sábado tenemos el musical, pero viernes y domingo estamos libres – prefirió asegurarse descartando ese día.
– Vale, pues cuando llegue Vicky hablamos con ella a ver si puede y ya decidimos. ¿A ti qué día te viene mejor, Natinat?
– Me da igual, todavía no he hecho planes – se encogió de hombros.
Unos minutos después, Vicky hacía acto de presencia en el despacho. Las chicas se giraron a la vez y esta las miró con el ceño fruncido. Generalmente, cuando llegaba cada una estaba en su sala estirando y preparándose para la clase.
– ¿Qué hacéis aquí?
– Pues verás – comenzó Mimi –, resulta que tenemos una noticia que darte.
– ¿Cuál? ¿Ha pasado algo?
Natalia y Miriam se miraron tratando de aparentar seriedad. Estaban expectantes por ver qué se le habría ocurrido esta vez.
– Siéntate, siéntate – se acercó al escritorio y alejó la silla de la mesa.
– Me estás asustando.
– No, no, tú quédate tranquila.
– A ver, suéltalo ya – la instó tomando asiento.
A esas alturas, ninguna de las tres chicas sabía cómo era capaz de mantener la compostura y no reírse.
– Verás... – repitió tomándola de la mano. Dramática, pensaron las dos espectadoras.
– ¿Qué veré, Miriam?
Vicky pronunció su nombre completo fruto de la reciente alteración. Si había ocurrido algo, quería saberlo ya, sin rodeos. Esos minutos de espera la estaban poniendo más nerviosa aún. Sobre todo al ver cómo la otra rubia, que hasta entonces se había mantenido al margen, se acercaba para susurrarle algo al oído. Algo que obviamente no logró escuchar.