Alba pensaba en la noche de las luces de Navidad mientras volvía a casa. A decir verdad, ya no se le hacía tan cuesta arriba ir de un lado a otro para dejar su currículum o a mostrar su portafolio en las entrevistas, que para su mala suerte habían sido pocas.
Como dice Natalia, ellos se lo pierden.
Al menos su ánimo había mejorado considerablemente gracias al apoyo que recibía.
Como también lo había hecho su confianza respecto a su arte. Aunque lo que había hecho esta más bien había sido volver.
Ahora recordaba la vuelta a casa de unas noches atrás. Había sido maravillosa.
Después de contemplar en primera fila cómo se habían empañado los ojos de Natalia al ser consciente del plan, de cómo se había emocionado diciéndole que se había acordado de cuánto le gustaba ir a ver las luces, y de cómo se lo había agradecido en un hilo de voz antes de darle el beso más inocente y cariñoso que jamás le habían dado, continuaron con su paseo compartiendo un gofre con doble de chocolate. Su perdición.
– Me lo he pasado genial, Alba. Muchas gracias por la sorpresa.
No queriendo perder la costumbre de los abrazos que antes era más por necesidad que por el simple placer de darlos y recibirlos, Natalia formuló aquella pregunta una vez más.
Había visto las luces con la chica que le gustaba y por fin había podido presenciar el fulgor de sus ojos rozando su máximo esplendor. Estaba segura de que les quedaba nada para estallar por completo y dar paso al mejor espectáculo de fuegos artificiales con el que jamás podría soñar.
Lo único que lo diferenciaría de un sueño sería que estaba a punto de verlo en directo y podría apreciar hasta el detalle más diminuto. Sin miedo a que al salir del mundo de los sueños el sueño se desvaneciera sin más.
Abrió los brazos en cuanto esos mismos orbes dorados, más brillantes y con la mecha recién encendida, le contestaron afirmativamente.
Y entonces, justo cuando sus cuerpos entraron en contacto, se escuchó. Una explosión de color con el consiguiente terremoto que agitó ambos corazones.
– Me encantan estos momentos y creo que no te lo digo lo suficiente.
– A mí me encantan todos los momentos contigo.
Tocada y hundida. Alba quedó irremediablemente fuera de juego.
Natalia esperaba a Alba cerca de la escuela de danza cuando la vio llegar. Cuando volvieron de ver las luces de Navidad, Alba la invitó a la pequeña celebración de cumpleaños que había organizado con sus amigos. Y no tardó en aceptar.
– Muchas felicidades, rubia – la alzó en volandas y dio una vuelta sobre sí misma.
– ¡Nat! – se reía abrazada a su cuello –. Me has felicitado un montón de veces – dijo ya con los pies en el suelo pero sin soltar su agarre.
– Y prepárate porque aún quedan – habló refiriéndose a una felicitación especial que estaba segura de que no esperaba.
– Mi persona intensa favorita sí eres.
Soltó la sujeción de su cuello solamente para cambiarla de lugar, llevando sus manos a las mejillas de la pelinegra. Las acunó, la miró con la misma intensidad con la que lo hacía la más alta y la besó. Le pareció un delito no haberlo hecho nada más llegar y se vio en la obligación de reparar aquel fallo casi imperdonable.
– Adoro tus saludos – murmuró Natalia rozando sus labios.
– Y las despedidas.
– No, eso no.