Luisa maullaba con intensidad en el interior del transportín mientras Alba buscaba las llaves del piso. Habían hecho el trayecto de vuelta sin contratiempos, pero ya llevaba un buen rato ahí dentro y estaba ansiosa por salir.
– Creo que se ha agobiado – comentó Natalia observando a la gata a través de la rejilla –. Ya hemos llegado, chiquitaja, espera un momento – le pedía con dulzura.
Entraron al piso y Natalia se dirigió directamente al salón, donde Queen, que dormitaba en el sofá, enseguida se estiró y se acercó a olisquear aquel trasto que tanto detestaba.
– No la saques todavía, por fa. Dame un minuto.
Alba corrió hacia el baño. Mientras tanto, la más alta le hablaba en voz baja a Queen y a Luisa. Esa fue la imagen que encontró Alba cuando entró al salón. Natalia, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y el transportín justo enfrente, le hablaba a ambas gatas con una suavidad que pocas veces había notado en otra persona con los animales. Por su parte, Queen había dejado de prestar atención a la más pequeña para dedicarse por completo al disfrute de las caricias de chica. Todo lo contrario que Luisa, que trataba de dar caza al dedo de Natalia mientras esta lo movía por los huecos de las rendijas.
– Ya estoy aquí. Espero que Queen reaccione bien – expresó su miedo.
Haber ido a la protectora nada más terminar de comer tenía su explicación. Al ser sábado, Alba trabajaba. Por eso, quería ir a por la gata lo más temprano posible. Así podría pasar la mayor cantidad de tiempo posible junto a ella para ver si se acostumbraba a estar en casa e introducirla a la gata gris.
Se sentó al lado de la morena, pegada al transportín, y se le acercó Queen para que la saludara como siempre hacía. Alba no se hizo de rogar y le tocó la cabeza y el lomo con la suavidad habitual.
– Mira, Queen. Esta es Luisa.
La animó a acercarse a la rejilla tocando el suelo. No quería presionarla. Olfateó los huecos varias veces con curiosidad hasta que la zarpa de Luisa se estampó en su hocico, sobresaltándola.
Se alejó por el susto, pero poco tardó en volver a sentirse atraída por esa bola de pelo.
– Parece que va bien, ¿no? – murmuró Natalia.
– Sí. Creo que podemos abrir. ¿Puedes coger tú a Luisa? Yo sujeto a Queen por si acaso.
– Claro.
Alba puso a Queen en su regazo sin cesar las caricias. La gata no puso ningún impedimento, tampoco apartó la vista de los movimientos de la morena en ningún momento. Quiso abalanzarse sobre el pequeño animal en cuanto estuvo fuera. Por suerte, Alba fue más rápida y logró detenerla a tiempo.
– Despacio, Queen. Es muy pequeñita y no queremos hacerle daño, ¿verdad?
– La acerco un poco, ¿vale? – Alba asintió.
– ¿A que tu hermanita es preciosa?
La rubia, aún con el miedo a que Queen pudiera reaccionar bruscamente, permitió ese nuevo acercamiento con cuidado, alerta por si tenían que dar un paso atrás. Era un momento muy importante de cara a la convivencia de ambas gatas y quería que todo saliera bien.
Pasaron la hora siguiente otorgándole cada vez mayor libertad a Queen. Hasta que viendo que no hacía ningún gesto peligroso, Alba decidió soltarla por completo.
Y el corazón se el aceleróvsúbitamente al ver a la gata gris arrimarse con rapidez, sin darle tiempo a prepararse para pararla en caso de ocurrir algo indeseado.
Natalia, que se había tensado al verla tan cerca de Luisa, la alzó en un acto reflejo. Pero enseguida volvió a bajarlas hasta dejarla a la altura de la cabeza de Queen. Esta, ni corta ni perezosa, levantó una de sus patas delanteras y la rozó varias veces. Lo hacía con delicadeza, como si supiera que la pequeña todavía era demasiado frágil.