– Eres tan linda que a veces siento que no eres de verdad.
Se miraban y se veían.
Se observaban con atención para captar una señal que les indicara que debían retroceder.
Se rozaban con suavidad y sutileza. Como si fueran tan frágiles como una pompa de jabón a punto de estallar al verse amenazada por unos osados dedos. Como si la piel pudiera comenzar a arder en cualquier momento y tuvieran miedo a quemarse.
Se tocaban como si no se conocieran.
Se tocaban como si estuvieran reconociendo un tacto que lleva años perdido.
Se tocaban como si temieran que no estuviera ocurriendo.
Se tocaban como si fuera un sueño.
Se tocaban como se toca lo que se quiere.
Todo ello sin perderse de vista ni un solo instante. Sin desviar la mirada. Y hasta sin parpadear. Como si los ojos de los que se habían quedado prendadas fueran un laberinto sin salida. Una salida que tampoco es que estuvieran buscando.
– Eres tan linda que a veces siento que no eres de verdad – repitió –. Luego te miro, veo que no te has ido y las dudas tiemblan. Y justo después, sin darme tiempo a nada más, me abrazas y me doy cuenta de que sí, que eres real, y esas dudas desaparecen por completo.
Alba le acarició una mejilla, hinchada de tanto sonreír. Dejó que las yemas de sus dedos se pasearan a su libre albedrío por toda la superficie de su rostro. Y mientras ella permanecía con la boca ligeramente entreabierta y pendiente hasta del más minúsculo cambio en su expresión.
La profundidad de los hoyuelos de la morena se pronunció y cerró los ojos por completo mientras sonreía y disfrutaba de la corriente que recorría su cara. No creía que un contacto tan leve como aquel fuera capaz de provocar tanto.
– Buenas noches – un vecino tocó aquella pompa de jabón en la que se encontraban, devolviéndolas al mundo real y sobresaltándolas.
Se separaron al instante como un resorte, bajando la mirada al suelo y respondiendo de la misma forma que el inoportuno y en mala hora educado señor.
¿No podía haber pasado de largo?
Sentían arder hasta la punta de las orejas por esa pillada en medio de una batalla entre las ganas de dar un paso hacia la aún desconocida tentación y la incertidumbre de no saber qué acarrearía, si ambas querían lo mismo o si, por el contrario, ese paso hacia delante conllevaría veinte hacia atrás.
Habían estado tan cerca. Pero tan cerca.
He sido robada, se lamentó Natalia.
– Creo que debería subir ya.
– Y yo, entrar.
Con miradas furtivas y de reojo, sin atreverse siquiera a conectar sus ojos, Natalia señalaba hacia arriba mientras Alba lo hacía hacia la izquierda. Rieron levemente al fijarse en aquella estampa.
– ¿Nos vemos pronto? – preguntó la rubia con miedo.
– Prontísimo – sonrió en grande para hacer desaparecer sus dudas.
Natalia salió de la escuela de danza con un entusiasmo poco común un lunes a las ocho de la tarde. Después de empezar la semana trabajando, imaginar que alguien pudiera mostrar siquiera una pizca de alegría resultaba inverosímil. Aquel lunes, su día más odiado y repudiado de la semana, ella prácticamente la rezumaba por todos y cada uno de los poros de su piel.