Capítulo 21: Reacomodación psicológica

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—¿Quiénes no vendrán? —pregunto, no puedo creer que tengamos contacto, ahora que sé que es real.

—Es obvio, sabes la respuesta al igual que yo... no preguntes lo que ambos sabemos. —Ella se sienta en mi cama—. Quiero que sepas que lo que sé nos encadena.

—¿Qué sabes? ¿Quién diablos eres? —cuestiono con impaciencia—. Por favor, déjame ayudarte.

—Quien está aquí para ayudar soy yo. ¿Quién lo diría? ¿Cómo es posible que una persona pueda verse de una manera tan realista y aún así mantener la cordura? ¿Será que... por eso estás aquí? Por esa, o por otra razón. —Sigue hablando incongruencias.

—No entiendo nada de lo que dices. —He perdido las esperanzas—. ¿De dónde vienes?

—Eso también lo sabes... ¿tienes alguna pregunta que no sepas? ¿O es mucho pedir? —cuestiona con rabia—. ¿Es imposible acaso, no saber algo que se sabe, pero que no se termina de saber? Las preguntas que uno se hace son terriblemente engañosas. ¿De dónde se sacan las conclusiones? ¿De dónde se sacará la información?

—¿Sabes en dónde está Mathew? ¿Por qué no podemos hablar sobre ti? —pregunto con dolores de cabeza.

—Repito, deja de preguntar cosas que sabes. Mathew está en el cuarto edificio, el doctor Nollan ha pedido que lo llevaran por tu culpa. —Ella suspira—. Nadie dice que no pueden hablar de mí, pero... sí que hablan de ti.

—¿De mí? ¿Quién? —Me acerco a ella—. ¿Quién habla de mí?

—Todos hablan de ti, es obvio. Todos pueden hablar de todos. Tú hablas de todo a todos, hablas hasta de ti, a todos. Es obvio que luego de hablarles de ti, todos hablarán de ti. —Ella se levanta—. No estamos listos para hablar... puede que mañana, luego de la ayuda de la doctora, algo se aclare. ¿Tenemos esa esperanza? Claro que la tenemos.

—Pero me dijiste que escaparíamos de este lugar —recuerdo—. ¿Por qué querría escapar?

—Porque no sabes lo que viene y el miedo al qué vendrá es el peor. Quieres escapar por el pasado, porque no estás en condiciones de afrontarlo. Quieres escapar, porque sabes las respuestas y las niegas con la cabeza, porque no me recuerdas, porque prefieres dejarlo todo en la niebla que nos rodea y las ramas que nos penetran, por todo eso quieres escapar. —Ella se ve impaciente—. Nunca fuimos de esperar mucho, ¿cierto...?

—Nunca fuimos de esperar mucho... entonces eres alguien que ha estado en mi pasado —concluyo—. Me alegra saber eso, al menos. ¿Me conoces, entonces?

—¿En serio? Te conozco más de lo que desearía... y, es obvio que soy parte de tu pasado. Esperaba más de ti, esperaba que recordaras mi nombre... al menos. —Ella abre la puerta—. Nos veremos mañana...

—Espera... —Camino hacia la puerta, y no hay nadie en el pasillo.

Decido tranquilizarme, toda esa charla ha sido algo muy confuso, y en lugar de paz me ha traído una terrible jaqueca. ¿Quién diablos es esa chica? ¿Cómo puede estar en el hospital sin ser detectada por Raúl y Joseph?

Cierro la puerta y me adentro en la fría cobija, para intentar dormir, sin embargo, no logro hacerlo gracias a la preocupación. ¿Qué diablos le estarán haciendo a Mathew? Durante el resto de la noche mis pensamientos rebotan de un lado al otro, y mi jaqueca se hace más potente. No podré tener tranquilidad hasta saber que Mathew se encuentra bien.

Al día siguiente, abren la puerta de mi dormitorio. Es Joseph. Él me observa detenidamente antes de hablar.

—¿Todo listo? —pregunta.

—¿Disculpa? —cuestiono aún en la cama.

—Levántate y vístete. Vamos a la terapia de hoy —dice viendo su reloj—. Vas tarde. ¡Muévete!

—¿Por qué tan temprano? —cuestiono—. ¿No es a la misma hora de siempre?

—Muévete. ¿Acaso te pedí que hablaras? —Me observa con odio—. ¿Tienes algún problema? Quítate la ropa.

Me ve mientras me desvisto... es terriblemente acosador e incómodo, es igual a la vez que Raúl me vio. Me toma del hombro y salimos de la habitación rápidamente. Mientras camino no tengo idea de qué pensar, sigo con algo de somnolencia y la confusión llena una vez más los alrededores.

La gente está apenas despertando y saliendo de sus habitaciones, van camino al desayuno, algo de lo que al parecer no tendré derecho esta vez. Mi enojo se ve incrementado exponencialmente. Algo está sucediendo en este hospital, algo no está bien...

No pronuncio palabra alguna hasta llegar al cuarto edificio. Entramos, está usualmente callado... hay un ambiente terriblemente pesado en general, y todas las luces siguen apagadas.

—¿En dónde está la doctora? —cuestiono al ver que la oficina está cerrada y al parecer no hay nadie dentro.

—Ella está esperando en la sala de terapia. —Él me empuja, caminamos hacia las escaleras de espiral. Un lugar al que no había ido jamás.

Al acercarme más puedo ver que esas escaleras son el centro del edificio, y que a los lados hay dos pasillos más con puertas al fondo de cada uno.

—¿Esas puertas son las que llevan a las oficinas de los otros doctores? —cuestiono.

—Sí. —Él me sigue empujando y empezamos a subir las blancas gradas, mientras el venado en la pared nos observa con sus infinitos ojos negros, los cuales reflejan todo a su alrededor.

En el segundo piso hay un gran pasillo blanco, y al final una gran puerta negra. El fío se hace presente y la incomodidad llena el ambiente. Logro escuchar algunas voces detrás de la puerta, justo antes de que nos acerquemos.

—Es la hora de la primera terapia real que tendrás. —Joseph sonríe mientras abre la puerta. Dentro, la intensa luz encandila mis ojos. Es una habitación completamente blanca.

Es algo grande y el piso, techo y paredes son de un tono blanco perfecto. Logro observar cuatro escritorios negros, con los cuatro doctores sentados en ellos. La doctora Ophelia me da la bienvenida, mientras se acomoda los lentes.

—Empezaremos temprano el día de hoy, pues luego de la terapia algunas reacciones toman más tiempo que otras. —Ella se levanta—. Quisiera presentarte al resto de doctores.

—Buenos días —digo con temor.

—Ellos son los doctores: Wallace, Gregory, y Nollan. El último, el director del hospital. —Ella señala a cada uno.

—Haremos lo posible por ayudar. —El doctor Wallace es un señor muy blanco, pelirrojo y con muchas manchas en la piel. Tiene puesto un traje azul muy elegante, y es mayor que la doctora Ophelia, pues lo delatan ciertas arrugas faciales.

—Puedes tomar asiento. —Por otro lado, el doctor Gregory tiene un semblante más joven, es más bajo y tiene unos enormes lentes. Su voz es ronca y tiene puesto un traje negro con una corbata roja muy larga.

Joseph entra junto a Raúl y cierra la puerta lentamente. Frente a los escritorios se encuentra una silla negra con ruedas, que se ve muy cómoda. Me siento, viendo a los cuatro doctores.

—Ahora que estamos todos presentes empezaremos con la primera terapia, a cargo de la doctora Ophelia. —El doctor Nollan se levanta—. La terapia de reacomodación psicológica.

El segundo paso hacia el destino se revelaba... no habría preparación alguna para lo que vendría.

Hospital psiquiátrico Lunezca (#2.5 ¡Ya disponible!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora