Capítulo 1: El atraco

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Ya estaba todo listo, los rehenes estaban en el coche felices cantando Mayonesa con Gustabo mientras Segismundo conducía. Les habían dicho que iban a una fiesta de disfraces y que por eso iban vestidos de Buzz Lightyear. Los ciudadanos de esta ciudad eran muy ingenuos. Horacio buscaba una canción guay para bailar en la emisora de SpainRP y Pablito observaba la situación con una sonrisa en sus labios. 

-Ma-yo-nesa ella me bate como haciendo mayonesa- cantaba el rehén mientras Gustabo le animaba. -Ole ahí, ¡dale mayonesero!-

En cuanto llegaron a la joyería, los rehenes empezaron a sospechar y sus dudas fueron resueltas cuando Segismundo salió del coche y apuntó a sus cabezas con una pistola. El resto de atracadores, vestidos de Buzz Lightyear, le repitieron y empujaron a los rehenes hasta el fondo del establecimiento. 

-Vamos pinches jotos, anden, que no tenemos todo el dia- gritaba Pablito, mientras que Horacio apuntaba con la pistola a los escaparates en los que se encontraban todo tipo de joyas. Segis y Gustabo se habían apropiado de una esquina para llamar a Rogelio y comprobar que su plan de huida seguía en pie. 

-Vamos Horacio, no seas joto y coge todas las joyas- dijo Gustabo con la intención de picar a sus dos amigos. Sabía que Horacio se ponía muy nervioso en momentos de tensión y a él le encantaba fastidiarle y también disfrutaba mucho imitando a su amigo mexicano. 

Gustabo

Empecé a pensar en mi amigo, que estaba intentando guardar las joyas en una bolsa deportiva que habían robado del gimnasio. Horacio y yo habíamos sido amigos desde que tenía uso de razón. Siempre nos metíamos en problemas cuando íbamos al colegio y eso hizo que nos ganaramos algunas enemistades por nuestra antigua ciudad. Por eso decidimos mudarnos a Los Santos, para empezar una nueva vida, aunque robar un banco no es que sea un buen comienzo para nuestra estancia en esta ciudad. Igualmente, quería lo mejor para mi amigo, ya que al ser el mayor debía cuidarlo y protegerlo, aunque fuera un joto que siempre estaba metido en peleas y que pegaba a la gente con un dildo rosa. La voz de Segismundo me sacó de mi ensimismamiento. 

-¡Gustabo, quieres prestar atención a lo que haces! Casi me das al recargar la pistola.-

El gallego había llegado a nuestras vidas de casualidad, ofreciéndonos su ayuda y un coche que por cierto, era robado. Segis nos había acompañado en la mayoría de grandes momentos desde su llegada, desde peleas en los basureros o este mismo atraco. Siempre había estado ahí para nosotros y se había ganado un puesto en nuestro corazón y en nuestra mafia sexy. 

Segis y yo nos colocamos en la puerta a esperar a que llegara la poli mientras Pablito controlaba a los rehenes, que, para mi gusto eran demasiado pesados y Horacio estaba intentando colgarse la bolsa de forma en que no se ahogara con el peso de las joyas (que tontito es mi niño). 

Pablito era un mexicano muy peculiar. Horacio le conoció en comisaría, al parecer le habían dado una putiza. Desde aquel momento supimos que íbamos a ser buenos amigos. Pablito nos había conseguido las armas que teníamos, eran un hombre conocido por su mal genio y por matar a un señor que miró mal a su perro, pero en el fondo era muy buena persona y eso lo sabía. Tenía mucho control sobre los rehenes, quienes empezaron a agitarse al ver que no llegaba la poli.

Justo en ese momento escuchamos sirenas y Horacio empezó a ponerse nervioso. Segis intentó calmarle:

-Tranquilo Horacio, que seguro que nos toca un poli flojo para la negociación y nos salimos con la nuestra.- Yo no me lo creía mucho, pero esperaba que así fuera.

Narrador

Las sirenas pararon y un coche patrulla negro se detuvo frente a la puerta. De él bajó un hombre alto, que llevaba gafas de sol aunque fuera de noche y un traje con corbata incluida. Sacó de la parte trasera del coche un AK 47 y se posicionó justo en frente de Gustabo.

Gustabo

-Despejen la zona y hagan perímetro- les ordenó a sus agentes. No podía creerlo, iban a negociar con el superintendente, el mismo que les ayudó cuando se metieron en una pelea con otro basurero y al que siempre molestaban llamándole nombres como Superanoardiente o Superimpotente. Yo sabía que este hombre de blando iba a tener poco y que era muy poco probable, o más bien casi imposible, que nos saliéramos con la nuestra, después de todo, era conocido en la ciudad por ser el policía más temido y capaz. 

Conway siempre me había causado una sensación que no podía describir, entre respeto y nerviosismo. Lo que sí que sabía es que me gustaba pasar tiempo con él, y eso que no era gran fan de la poli.

Horacio interrumpió mis pensamientos gritando:

-¡Corbatitas! ¿Vas a negociar tú?-

-Sí, ¿y con quién de vosotros, mariconettis, voy a tener el honor de negociar?-.

Todos empezamos a hablar por encima del resto, sin decir nada coherente.

-Está bien nenazas, ¿que es esto, una democracia?- dijo el superintendente levantando la voz por encima del barullo.

-Sí- contestó Segis con orgullo -aquí somos socialistas.-

El superintendente hizo el mismo gesto que yo en mi mente, se llevó una mano a la cara y lanzó un suspiro. 

-Bien, empecemos de una vez que tengo que llegar a cenar a mi casa y tengo prisa, capullos.-

10-97 a conquistarte*Gustabo x Conway* | CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora