Capítulo 10: Afrontando las consecuencias

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Gustabo

Ya nada era lo mismo. 

Las cosas habían cambiado. 

Recientemente no habíamos sido casi informados sobre el plan para detener a Pablito. 

De vez en cuando Greco nos soltaba alguna clase de información, pero estaba claro que algo iba mal porque si esperaban que con ello pudiéramos serles de ayuda es que se les habían apagado las luces de la azotea. Parecía una broma… 

Horacio no paraba de mandarle mensajes a Papu para ver qué sucedía, pero era cortante. 

De hecho, había sido distante desde… Bueno, ya sabéis desde cuándo. La verdad es que después de lo sucedido, no volvimos a hablar. Y en serio que echo de menos la comisaría, pero sobretodo a él. 

“No debería haberlo hecho”. 

Yo… Creo que me equivoqué. Lo que hice es imperdonable y no puede volver a suceder. 

Lo peor es que por mucho que me lo repita y trate de comprender que fue un error, hay algo que me corroe por dentro. Hay algo que me hace sentir melancolía. ¿Será porque he sido el culpable de cargarme mi relación con mi Papu? 

“¿O porque muy en el fondo creo que echo de menos sus caricias? “. 

Sea como fuere, aunque llevase tiempo y me doliese, tenía que cerrar ese capítulo en mi vida por el bien de la misión, de mi futuro policial y por él. 

Para colmo, Horacio había notado como Volkov ya no era tan frío hacia él como de costumbre y ese había comenzado un gran mal en nuestras vidas. Creo que el comisario Greco, el cual se había estado acercando bastante a nosotros últimamente, había estado ayudando a la causa, pero no estoy demasiado seguro. 

La prioridad número uno de mi amigo ya no parecía ser el centrarse en la misión policial más importante de nuestras vidas sino que era pasearse en frente de la comisaría para ver si “de casualidad” se topaba con su amor platónico, parecía un adolescente. 

Y madre mía si lo conseguía… La vida había sido más eficaz juntando a esos dos que a Trump con su peluquín, no había duda. 

-Entonces, Volkov, ¿De dónde dices que has robado ese gato? -Le pregunté al hombre mientras lo acariciaba embelesado junto a mi amigo. 

-Me lo encontré en la puerta de mi casa. ¿Algún problema? 

-No no, sí pasa todos los días el que alguien se vaya a un edificio cualquiera de la ciudad, suba en ascensor a un piso al azar y deje a su mascota en la primera puerta que pille. 

Noté una mirada asesina de Horacio en el cogote así que decidí no seguir con la ironía. 

-¿Ya le has puesto nombre a esta preciosidad? - Continuó el de la cresta. 

Parecían un matrimonio recién casado mimando a su nuevo bebé. 

-La he llamado Miyuki. Significa “Nieve Hermosa”. 

Vaya con ese nombre… Ahora que lo pensaba, el gato es el animal perfecto para los otakus, ¿no? Después de todo también odian ducharse. 

-Ese es un nombre precioso. -Se volvió hacia el gato para dirigirse a él mientras le rascaba la cabeza-, debes estar muy feliz con un dueño que te trata tan bien. Ya me gustaría a mí pasar tanto tiempo con un hombre como él-. 

-Ya empezamos- Greco puso los ojos en blanco mientras observaba la escenita a lo lejos. 

-¿A qué te refieres con eso? -Por mucho que tratara de evitarlo, los ojos de Volkov se volvieron chiribitas al mirar a mi amigo-. 

Este tardó unos segundos en responder, no sé si estaba pensando en una respuesta perfecta o si simplemente se había quedado embobado jugando con la pequeña nariz del bicho peludo.

-Pues a que sería feliz si pudiese pasar más tiempo contigo, Volkov. -Nadie podía negar que cuando Horacio hablaba con su voz seria era muy atractivo-. 

-No salgo con gente que no tiene Vodka en sus estanterías. -Añadió velozmente su interlocutor. Sin embargo, -se tomó más tiempo para terminar de hablar. -si tuvieses, no te diría que no.-

El de la cresta se levantó de un salto, me agarró del brazo y me arrastró con una estúpida determinación hacia el coche sin dejarme tiempo para procesarlo mientras oía cómo Greco se reía por lo bajo. 

-¡¿Pero qué haces?!

-Calla Gustabo, vamos a comprar Vodka. 

Conway

Me desperté cuatro veces por la noche. No podía dormir. 

Decidí dejar de intentarlo con un suspiro entre dientes y me dispuse a calentarme un café en el microondas que no sabía ya de cuándo era. 

No solía pasar demasiado tiempo en casa. Cuando no hay crímenes en las calles hay papeleo en la mesa y mi oficina se había convertido más en mi hogar de lo que jamás habían sido mis nada humildes cuatro paredes. 

Había aprendido que dormir en el escritorio era más cómodo si usabas tu corbata como almohada para no clavarte la dura mesa de madera y que Ivanov era lo suficientemente sensiblón como para dejarme un café programado para las siete de la mañana en la sala de oficiales.

Sin embargo, nada superaba las vistas que tenía de la ciudad desde los grandes ventanales de mi piso. No había nada como tumbarse en el sofá con una copa de whiskey en la mano y las bombillas apagadas mientras te fundes en las millones de luces que provienen de los mil coches, edificios y farolas frente a ti. Me hacía sentir que lo veía todo y que controlaba lo que no podía en la realidad.

Este era uno de esos días. 

Me había atiborrado a demandas insufribles en los últimos días, me había ahogado en el trabajo y había intentado destruir todo el tiempo libre que tuviese. No quería tenerlo, no quería tener tiempo para pensar en… 

Nada. 

Me habían advertido ya Torrente e Ivanov que si seguía así, iban a tener que formalmente mandar un reclamo a los inspectores porque había sobrepasados el máximo de horas de servicio. Pero, ¿¡A quién cojones le importa lo que hago con mi vida?! YO soy el superintendente y hago lo que me sale de los cojones. 

Ninguno de esos capullos tiene derecho a meter sus narices en lo que hago o dejo de hacer. ¡Mis subordinados no pueden meterse en mi vida y Gustabo no tiene derecho a meterse en mi cabeza!

“Aagh”. Dejé el vaso de cristal sobre la mesa y me pasé las manos por el pelo mientras me encorvaba en el sofá. 

“No debería… No debería haber hecho nada aquel día”. 

No podía volver a caer. Ese juego absurdo que no sabía si era atracción, deseo, amor o un problema cerebral que te comía por dentro hasta dejarte vacío. Y cuando estuvieses agonizando, pidiendo tu muerte, te dejaba ver un pequeño rayo de luz para luego demostrarte como siempre se puede ir a peor. Eso era para idiotas y yo ya no lo era. 

Me dirigí entre tambaleos a mi habitación sin encender las luces y me senté en una orilla de la cama. Abrí el primer cajón de mi mesita de noche y saqué con mi mano temblorosa un marco antiguo cubierto de polvo. 

Le pasé la mano por la superficie mientras lo observaba con un nudo en la garganta. 

-¿Qué estoy haciendo, Julia? 

Y dejé caer todos los pedazos que quedaban de mí sin ganas de recomponerlos. 




No todo es felicidad mi gente, la vida son puñetazos. Pero bueno, se viene la acción. Hasta el viernes!! <3

10-97 a conquistarte*Gustabo x Conway* | CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora