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─Hola Jihyo, queremos hablar con el viejo, ¿podemos pasar? ─Minho preguntó en cuanto puso un pie en la recepción de la escuela, sonriendo tan encantador como siempre y actuando ser el angelito que claramente no era.

─Minho ─su hermano lo regañó por lo bajo, dándole un codazo.

La secretaria unió sus labios en una línea para no reír.

─Él recién se desocupo ─asintió, señalando la puerta detrás de ella─, así que pueden pasar.

─¡Gracias!

Hicieron una leve reverencia y entraron al despacho del director. Éste era bastante grande, muy espacioso como para ser algo tan simple. Tenía un mueble repleto de documentos, cuadros de los antiguos directores, trofeos ganados en las competencias de talleres, y una que otra fotografía de su familia.

─Mis queridos nietos ─sonrió desde su escritorio, la sonrisa no se veía tan real, pero lo dejaron pasar, en ese momento no era para nada importante la falsedad de su abuelo─, ¿puedo saber qué los trae por aquí?

─Necesitamos hablar.

El hombre asintió con lentitud, mientras les señalaba las dos sillas frente a su escritorio, invitándolos a sentarse.

─Soy todo oídos.

Ambos hermanos se miraron por última vez, no sabían cómo iba a salir esa charla, así que era normal que se sintieran tan ansiosos y entre sus opciones estuviese que sería un total desastre. Aunque sabían que era para bien, tenían una mínima esperanza de que el abuelo los escuchara, una muy pequeña, pero que los mantenía allí y no escapando como los cobardes que podían llegar a ser.

Bueno, Mark creía que todo saldría bien, que iban a encontrar una solución a esos problemas, pero Minho... Él había perdido la esperanza hace bastante.

─¿Esto se debe a lo que ha estado sucediendo últimamente en la escuela? ─preguntó, mirándolos con atención─. No creo que ustedes sean participantes de esto, aunque por sus cabellos, me hacen pensar.

Mark dudó. ─Bueno...

─Los alumnos no quieren esas tontas reglas, son innecesarias ─Minho se apresuró a hablar, estaba más que claro que su hermano no podría hacerlo.

─¿Innecesarias?

─Sí, la escuela funcionaba bien sin todas esas reglas.

El hombre elevó las cejas. ─Yo creo que no era tan así. Todos hacían lo que querían, en algún punto se les olvidó que esto es una escuela, no un bar al que pueden asistir como esté el día.

─Nosotros venimos aquí a aprender, ¿en qué afecta como tenga el cabello, el uniforme o algún otro accesorio? ¿Acaso me quitará inteligencia? ─argumentó, frunciendo el ceño levemente y sintiendo como el pulso se le aceleraba─. Al menos, funcionó perfectamente todo este tiempo.

─Pero hay reglas, Minho. En todas partes debes seguir reglas, en el trabajo, en casa, ¿por qué aquí haría la diferencia?

─Mierda, no lo estás entendiendo, tú...

─No me hables así ─interrumpió, mirándolo fijamente─. Que no se te olvide quien soy.

El hombre que siempre prefirió a mi hermano, eso está claro, pensó, tuvo que morderse la lengua para que las palabras no salieran de su boca. Y de nada serviría decirlo, de todas formas.

Suspirando, volvió a hablar. ─Si no los escucha, ahora si comenzarán a hacer lo que les cante, ¿eso quiere?

─Los malos alumnos se irán, ¿no creen que esta es una buena limpieza? ─se levantó de su escritorio y comenzó a caminar por el gran despacho─. Las personas insuficientes no saben seguir reglas, las inteligentes sí.

Rebel Babies (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora