220 Días

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Era temprano en la mañana. Romina estaba en la cocina tomando un café. Angustiada y nerviosa. En todo ese tiempo solo podía dormir tres horas. Estaba agotada y con unas ojeras terribles. El teléfono sonó causando en ella un leve sobresalto. Alguien lo atendió y volvió el silencio habitual.

Miraba fijamente la mesa cuando escuchaba unos pasos apresurados cada vez más cerca. Se levantó y se volteó mirando al umbral del comedor. Una chica apareció algo agitada.

— ¿Qué sucede Matilda? ¿Por qué la carrera? — preguntó Romina. 

— Es la policía señora. Pregunta por usted o el señor Eleazar.

Romina abrió los ojos de par en par y corrió al teléfono. Al llegar lo tomó y dijo con nervios:

— ¿Si?

— ¿Señora Longoria? — interrogó una voz masculina.

— Si, ella habla. ¡¿Encontraron a mi hija?!

— Me temo que todavía no señora, pero tenemos novedades que nos gustaría comentarle. ¿Se encuentra usted en casa?

Romina estaba decepcionada pero contestó afirmativamente su pregunta.

— Muy bien. En breve estaré por allá. Soy el oficial Payton.

— Lo espero oficial.

Colgó, pidió otro café y se dirigió al vestíbulo a esperarlo.

Pasaron unos veinte minutos antes de que el oficial llegara. Paul lo recibió y lo guió por el vestíbulo hasta la señora Longoria.

— Buenas señora Longoria… — saludó el oficial Payton.

— Ahorrese las presentaciones, tome asiento y dígame las novedades.

Payton no dijo nada, solo hizo lo que le pidió. Cuando estaba por hablar Paul interrumpió:

— ¿Desea que traiga algo?

— Por favor Paul, no — lo regañó Romina con algo de frustración —. Solo retírate.

Paul se disculpó y se fue.

— Ha de estar muy nerviosa y preocupada señora Longoria — dijo finalmente el oficial —. Sepa que la policía está haciendo lo posible por encontrar a su hija.

Romina lo miró con desdén.

— ¿Cuáles son las novedades? — exigió.

El oficial suspiró y dijo:

— Encontramos un búnker en un bosque cercano a la ciudad, allí pudimos encontrar cosas que nos aseguraban la presencia de personas. Quería saber si podía reconocer esto.

El oficial se sacó del bolsillo una bolsita transparente con algo dentro de ella y se le pasó a Romina. Ella la tomó y al ver lo que tenía rompió en llanto. Era una pulsera de plata con dijes de mariposas doradas.

— Esto era de Miranda — gimio.

— Me temo que hay malas noticias.

Romina lo miró asustada y dijo:

— ¿No está muerta, verdad?

— No, pero...

— ¡¿Pero qué?! — lo interrumpió.

— Creemos que su hija está siendo abusada sexualmente.

La cara de Romina perdió toda expresión.

— No, no, no…. No puede ser.

— Encontremos anticonceptivos en el lugar, junto con esa pulsera y ropa de chica.

282 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora