Capítulo XXV. El asesino de Sinoky

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Sir John, Morgan y O'Connor, que dormían sólo con un ojo, pusiéronse en pie con la rapidez del relámpago, empuñando sus armas.

-¿Qué ocurre? -preguntó el ingeniero al mestizo.

-Alguien se acerca, señor. Mirad aquel punto luminoso.

Sir John miró en la dirección indicada. La luz seguía brillando y se acercaba oscilando a derecha e izquierda.

-Es una lámpara -dijo con voz algo alterada-. Tened preparados los revólveres.

-¿Será algún espectro? -murmuró O'Connor, con voz temblorosa.

-¿Será tal vez uno de los asesinos? -preguntó Morgan.

-Mucho lo temo, maquinista -respondió Sir John.

-¿Qué hacemos? -preguntó Burthon.

Iba a responder el ingeniero, cuando de pronto se bajó el punto luminoso y en seguida se apagó.

-El miserable ha advertido nuestra presencia -dijo Morgan.

Sir John se echó prontamente a tierra y apoyó un oído sobre la roca. Oyó un paso que rápidamente se alejaba.

-¡Huye! -exclamó, levantándose-. ¡Adelante, amigos!, revólver en mano.

Recogieron las mantas a toda prisa, encendieron todas las lámparas y se pusieron animosamente en marcha.

El ingeniero iba a la cabeza, llevando siempre el revólver en la diestra.

Habían recorrido doscientos metros, cuando se oyó en la galería una violentísima explosión, comparable al disparo simultáneo de veinte piezas de artillería, a cuyo estruendo estremeciéronse violentamente las paredes y la bóveda y cayeron trozos de roca en extraordinaria cantidad.

-¡Truenos y rayos! -exclamó Sir John.

-¡Cuerpo de cañón! -gritó Burthon-. ¡Nos aplastan!

-¡Miserables! -exclamó O'Connor.

-Estemos en guardia, Sir John -dijo Morgan-. Tal vez esos canallas se aprovechen de nuestra sorpresa para echársenos encima.

-¿Pero qué es lo que han hecho estallar? -preguntó Burthon-. Yo no he visto llama ninguna.

-Han hecho estallar un barreno -respondió Sir John.

-Pero ¿dónde?

-Quizá a dos o tres kilómetros de aquí. ¡Animo, amigos, y adelante!

Sir John y sus compañeros, decididos a no retroceder ante ningún obstáculo, lanzáronse hacia adelante, pero esta vez con mucha precaución, ojo muy avizor y oído muy alerta.

El subterráneo empezaba a estrecharse un poco y describía una gran curva, aunque sin dejar de subir. La explosión había hecho grandes daños en las paredes, que mostraban en algunas partes grandes grietas, y muchos más en la bóveda, de la cual habíanse desprendido peñascos de considerable peso.

El tesoro de los IncasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora