Sir John, Morgan y O'Connor, que dormían sólo con un ojo, pusiéronse en pie con la rapidez del relámpago, empuñando sus armas.
-¿Qué ocurre? -preguntó el ingeniero al mestizo.
-Alguien se acerca, señor. Mirad aquel punto luminoso.
Sir John miró en la dirección indicada. La luz seguía brillando y se acercaba oscilando a derecha e izquierda.
-Es una lámpara -dijo con voz algo alterada-. Tened preparados los revólveres.
-¿Será algún espectro? -murmuró O'Connor, con voz temblorosa.
-¿Será tal vez uno de los asesinos? -preguntó Morgan.
-Mucho lo temo, maquinista -respondió Sir John.
-¿Qué hacemos? -preguntó Burthon.
Iba a responder el ingeniero, cuando de pronto se bajó el punto luminoso y en seguida se apagó.
-El miserable ha advertido nuestra presencia -dijo Morgan.
Sir John se echó prontamente a tierra y apoyó un oído sobre la roca. Oyó un paso que rápidamente se alejaba.
-¡Huye! -exclamó, levantándose-. ¡Adelante, amigos!, revólver en mano.
Recogieron las mantas a toda prisa, encendieron todas las lámparas y se pusieron animosamente en marcha.
El ingeniero iba a la cabeza, llevando siempre el revólver en la diestra.
Habían recorrido doscientos metros, cuando se oyó en la galería una violentísima explosión, comparable al disparo simultáneo de veinte piezas de artillería, a cuyo estruendo estremeciéronse violentamente las paredes y la bóveda y cayeron trozos de roca en extraordinaria cantidad.
-¡Truenos y rayos! -exclamó Sir John.
-¡Cuerpo de cañón! -gritó Burthon-. ¡Nos aplastan!
-¡Miserables! -exclamó O'Connor.
-Estemos en guardia, Sir John -dijo Morgan-. Tal vez esos canallas se aprovechen de nuestra sorpresa para echársenos encima.
-¿Pero qué es lo que han hecho estallar? -preguntó Burthon-. Yo no he visto llama ninguna.
-Han hecho estallar un barreno -respondió Sir John.
-Pero ¿dónde?
-Quizá a dos o tres kilómetros de aquí. ¡Animo, amigos, y adelante!
Sir John y sus compañeros, decididos a no retroceder ante ningún obstáculo, lanzáronse hacia adelante, pero esta vez con mucha precaución, ojo muy avizor y oído muy alerta.
El subterráneo empezaba a estrecharse un poco y describía una gran curva, aunque sin dejar de subir. La explosión había hecho grandes daños en las paredes, que mostraban en algunas partes grandes grietas, y muchos más en la bóveda, de la cual habíanse desprendido peñascos de considerable peso.
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El tesoro de los Incas
PertualanganUna traducción del célebre escritor italiano Emilio Salgari