La papelera de ideas

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Dos días más tarde, cuando vuelvo a casa, escucho el ruido de la porcelana rota que indica que mi madre ha empezado a poner las bolas en el árbol de Navidad.

Nunca me ha gustado. Digamos que no me gusta una fiesta consumista que celebran incluso los no creyentes con la mera excusa de recibir regalos. Menuda hipocresía...

Alberto intenta convencerme de que les ayude a decorar la casa, pero me niego. El pobre se esfuerza mucho por congeniar conmigo, casi parece que se arrastra. Me molesta que la gente intente acercarse a mí haciéndome la pelota. Es una falta de personalidad; si me cae bien alguien, espero que me caiga bien por cómo es, no por cómo finge ser.

Cuando han terminado, bajo de mi habitación, atraida por el olor a albóndigas del Ikea y mermelada de arándanos. Parece mentira que me guste tanto la comida de "menú infantil"

-Alessa, ¿por qué no nos has ayudado a poner los adornos navideños?- dice mi madre.

-Porque no me ha dado la gana.

-¿¡Y por qué no te ha dado la gana!?

-Si quisiera darte más explicaciones, créeme, lo habría hecho.

-¡Estás siendo una maleducada!

-Coge un papelito y espérate a que ne importe- y apoyo los codos en la mesa. Que se joda.

-¡Alessa, a tu cuarto!

-Mierda... ¿qué voy a hacer?- sonrió mientras me llevo las manos a la cabeza.-Únicamente tengo la televisión, mi móvil, el portátil... ¿he mencionado ya la PS4? Me parece que no. Pero seré buena y me iré a mi cuarto. Te quejarás de que no soy obediente...

Una vez en mi habitación, cuando me he asegurado de que todos se han dormido (deben ser cerca de la una y media de la mañana), abro la ventana y salto, apoyando los pies en el árbol que crece enfrente de la fachada de mi cuarto. No es la primera vez que lo hago en el poco tiempo que llevo aquí y es una ventaja que Madrid no tenía.

Me dejo caer con facilidad cuando veo que no me voy a hacer daño y hago un poco de ruido, pero no lo suficiente como para que se despierten.

Lo de quitarme los zapatos para caminar descalza por la arena ya es costumbre. Escucho las canciones de las gaviotas y el arrullo de las olas, como una nana capaz de dormir al niño más inquieto. Camino más de lo que jamás lo he hecho de día, y ando por andar, no tengo rumbo fijo. Mi única certeza es que mi casa está a mis espaldas.

Empiezo a pensar cosas imposibles. Antes, cuando era pequeña, me divertía imaginando cosas irreales, por el mero hecho de que nunca me podrían pasar. Por ejemplo: hoy no he visto un oso que hablara y él no me ha contado que cuando venía de viaje desde Siracusa, había visto una mariposa con manchas de tinta china en las alas. Y eso nunca podría ser cierto.

A veces me pregunto qué ha sido de esa niña y de todos sus sueños. Creo que todos tenemos una papelera de ideas donde arrojamos parte de nosotros mismos. Lo malo ocurre cuando arrojas la mayor parte de quien eres, porque entonces estás perdido.

Nadie dijo que fuera fácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora