¿Soy mala?

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FLASHBACK (Madrid, unos años antes)

Estoy haciendo la maleta.
No entiendo por qué el juez me obliga a tener que estar con mi padre. Él no quiere que vaya y yo no quiero ir. Pero aún así, aquí estoy, haciendo la maleta.

-Alessa, acuérdate de asegurarte que te llevas todo lo que necesitas. No creo que te vayan a dar nada allí.- me recuerda mi madre desde la cocina.

-Sí, mami. No te preocupes.

Mi padre vive en Santander, en las afueras. Tengo que coger el tren en la estación de Atocha y él me recogerá allí. Espero que esta vez se acuerde. Porque hace un año, se olvidó de que yo iría y estuve tres horas esperándole en la estación. Mami me dijo que fue un descuido, pero creo que lo hizo a propósito.

Tengo cuidado de meter las muñecas que menos me gustan en la maleta, porque aunque necesito jugar con algo, sé que no me dejará llevármelas de vuelta a casa.
Y lo sé porque una vez me llevé a mi Nenuco a su casa y cuando quise meterlo en la bolsa para Madrid, me lo quitó y lo dejó en el desván, para que pudiera tener algo con lo que jugar allí.
Eso sí, al regresar al año siguiente, Nenuco no estaba en el desván. Supuestamente se equivocó y lo tiró a la basura.
La gente no se equivoca tanto y tan a menudo.

-Niña, camina, que vas arrastrando los pies.- la voz áspera y seca de mi padre me recibe después del viaje.

No ha servido de nada que chillara, que me agarrara a la cintura de mi madre, a los pies de mi cuidadora... al final he acabado en ese maldito tren.
Mientras camino, agarro fuertemente mi maleta, como un recuerdo de que aquello sólo es temporal y que en poco tiempo volveré a casa, a mi casa. Tengo que mantener mis ojos fijos en la figura de mi padre, porque está todo abarrotado y no quiero perderme. Aunque por un momento dudo que sería peor: perderme o pasar tiempo con él. Pero como luego me devolverían a su lado y quiero evitarme líos, apresuro el paso tratando de alcanzarle.

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-¡Alessa, ratoncito! ¡Dios mío, qué grande estás! Has crecido una barabaridad.

Los abrazos de Lola, la novia de mi padre, me asfixian desde que cruzo el umbral de la puerta. Es muy cariñosa y creo que la única cara amiga de por allí. Trabaja de secretaria y siempre va arreglada.
De la mano, Lola me lleva a mi cuarto. Es un lugar pequeño, que ella misma decoró, porque a papá no le impeorta lo que haga, siempre que lo pague o lo haga ella.

-Cuéntame, ratoncete.¿Cómo te va siendo una chica de tercero de primaria?

-Me gusta. Ya no tengo que llevar el babi y los profesores me tratan como a una mayor. Pero también me mandan más deberes.

-Es parte de crecer, ratón. Tenemos deberes y responsabilidades. Pero tú siempre encuentras la manera de estar a la altura.- y me alborota el pelo, con una sonrisa que me recuerda a mi madre.

Cuando papá llega a casa, todo se vuelve más tenso y siento la necesidad de saber dónde está a cada momento, para evitar que se me acerque.
Lola está haciendo arroz negro en la sartén, y yo soy su ayudante de cocina, su pinche. Le paso la sal, la pimienta, echo agua al arroz... me siento como la cheff de un restaurante refinado de los que salen en los anuncios.

Pero a papá no le gusta el arroz. Al grito de "¡Está salado!", catapulta su plato contra la pared beige del salón. El plato y su contenido se esparcen por todo el salón y él se marcha con un portazo. Se irá al bar. Me acerco a donde está Lola, que se ha agachado a recoger los granos de arroz que han caído bajo la mesa.
Está tan asustada como yo. Tan perdida como yo. Tan atrapada como yo.

Nadie dijo que fuera fácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora