Si te he hecho daño...

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Cuando llego al instituto al día siguiente, Alex me avasalla nada más cruzar la puerta. Me pregunta dónde estuve ayer y, mientras cruzo los dedos por detrás, le prometo que me fui a mi casa y que me encuentro perfectamente.

Durante todas las clases finjo estar demasiado ocupada prestando atención como para hablar con él. Pero me dedico a preguntarme por qué me dolió tanto que se liara con la chica aquella. No tengo ningún derecho a pedirle explicaciones, ni siquiera tengo derecho a estar enfadada. ¡Sólo hace dos días que le conozco!

Supongo que me cautivó su amabilidad, el gesto de darme un dibujo que tanto tiempo le había llevado siendo yo una completa desconocida. No estoy muy acostumbrada. Pero debo sacarme las esperanzas de la cabeza y del corazón. Al fin y al cabo, sólo son mentiras; que nos facilitan la vida y nos alegran la existencia, pero únicamente mentiras. Y lo más doloroso es cuando decides abrir los ojos, porque ya no puedes volver a cerrarlos.

Decido sentarme a comer con él, para que no se note que estoy jodida. Y no me deja en paz. No para de preguntarme, de mirarme. Ayer me hubiera hecho ilusión, pero hoy ya no me importa. Me pongo a hablar con Myriam, que me escucha más que habla, y creo que está notando la decepción que se filtra por mis palabras. Siento la mirada de Alex clavada en mi nuca y por un momento siento que me quema, que me abrasa, pero sólo son mis ojos que quieren llorar.

Cojo el autobús hasta mi casa y a eso de las seis y cuarto de la tarde, oigo el timbre de la puerta. Mi madre baja a abrir y escucho la voz de Alex preguntar por mí. Recojo un poco la habitación, a la vez que escucho sus pasos haciendo crujir el suelo, y me giro justo a tiempo de verle cruzar el umbral de mi cuarto.

-Hola.- le digo con una sonrisa, pero la alegría no logra llegar a mis ojos.

-¿Estás enfadada conmigo?- me pregunta sin rodeos.- Porque quiero que seamos amigos, si no lo somos ya, y si te he hecho daño, aunque no sé cómo, me gustaría arreglarlo.

Me giro para que no me vea la cara

-¡Claro que somos amigos! No me pasa nada, en serio, no entiendo qué te ha hecho pensar...

-Alessa, sé que estabas en ese baño: vi tus botas.

Me cago en la puta de oros.

-Ya, bueno, no me encontraba bien. Tengo un estómago... delicado- tampoco estoy mintiendo, del todo.

-Si no quieres decirme lo que te pasa, no lo hagas, pero no me mientas.

-De acuerdo.- y me doy la vuelta para mirarle a los ojos.

Me abraza y activa de golpe todas mis terminaciones nerviosas, mientras que me quedo paralizada.

Cierro los ojos y los he abierto, Alex ya se ha marchado y de su abrazo firme sólo queda un sentimiento reconfortante.

¿Y se suponía que no tenía que albergar esperanzas?

Nadie dijo que fuera fácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora