Capítulo 5: La próxima vez, te corto la lengua

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Gabriel

Quince minutos antes...

Hacía mucho calor, el verano estaba en sus últimos apogeos. Estaba viendo como todos combatían. En el extremo opuesto de donde me encontraba, Rocío y Zeke peleaban bastante bien, o por lo menos ella peleaba y él intentaba resistir lo más posible.

Siempre había sido buena en combate, no importaba que hiciera un año que no tomaba un arma. El solo pensar que me sentí como la persona más desdichada del mundo por creerla muerta me hacen querer ir frente a ella y darle un profundo beso, no me importaba si todos lo veían.

Pero eso me hacía recordar que ella me ve como a un hermano, y los hermanos no hacen eso. El verla sonreír hacía que yo sonriera también. No me importaba que se hubiese cambiado el nombre o que haya fingido su muerte o que tuviera que secuestrarla para traerla devuelta. Estaba ahora donde pertenecía, nada más importaba.

-Esto ya es aburrido-se quejó Melisa y se acercó a mí pestañando más rápido de lo normal-¿Por qué no nos sentamos en la sombra un rato?

-Yo estoy bien-le dije y di un paso al costado, se había acercado demasiado-Pero tienes razón, deberían descansar un rato.

-¿Y tú no te vas a descansar?-replicó y se acercó más, casi podía sentir su respiración en mi hombro.

Busqué con la mirada a Rocío, ella podía salvarme en este momento, en realidad ella siempre estaba ahí para salvarme. Pero la encontré hablando, y riendo, con mi amigo Zeke. Lo conocía desde hacía seis meses y me había caído bien al instante, pero ahora no me caía tan bien. Estaba a punto de ir con Rocío y dejar a Melisa que estaba esperando una contestación cuando mi padre me llamó.

-¡Gabriel!-escuché el grito de mi padre. Nosotros estábamos detrás del granero, pero mi padre me llamaba desde la casa. Corrí hasta donde él estaba-Estamos por empezar una reunión y necesito que estés.

-Pero estoy entrenando a los chicos-le señalé el granero.

-Eso puede esperar-me dijo con tono brusco, pero luego dijo con más suavidad-Será rápido.

Resoplé y entré. En una mesa en el medio del comedor estaban sentadas tres personas. El mensajero George, con su caballo cabalgaba a la velocidad del viento y repartía mensajes entre los clanes. Su pelo era del color de la madera y debía estar alrededor de los treinta años. Martín, escuchaba todo lo que se decía en los pueblos y si algo era importante volvía para avisar. Su aspecto siempre era desaliñado y tenía la lengua de un marinero. Su pelo negro tenía alunas canas que lo hacían más viejo de lo que parecía, él debía ser un par de años mayor que George. Y por último Henry, era la cabeza de todos los asaltos, misiones y encubrimientos que el clan hacía. Él tenía su pelo completamente blanco y una barba del mismo color que la había dejado crecer hasta la mitad de su pecho. Mientras que Martín y George estaban en forma, ya que su trabajo así lo requería, Henry tenía la barriga de un bebedor experto.

Estos tres hombres habían ayudado al padre de Rocío, a Rocío y ahora a mi padre.

De magia, amor y pérdidas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora