Nina
Reconocí esa sensación al abandonar el cuerpo. No era mágica ni profunda, sino confusa y aterradora. Se asemejaba a uno de esos despertares bruscos donde mi mamá encendía el televisor y se oía el canal que había quedado la noche anterior a todo volumen. Era un despertar violento que me dejaba aturdida por varios segundos. En aquel caso siempre supe que se trataba de mi mamá y no me molestaba en levantarme; seguía durmiendo con el ruido de fondo. Pero ahora, cuando ya no estaba dentro de mi cuerpo y la energía vibraba con tanta fuerza como un taladro encendido, no reconocí de inmediato quiénes estaban alrededor y me moví en varias direcciones tratando de descifrar de dónde provenían tantos pensamientos.
Una imagen me ayudó a recuperar el hilo de la situación: Eric arrodillado mientras Santiago señalaba a Lon con el dedo. ¿Lon? No. Lon se había retirado de la lucha. Santiago me apuntaba a mí, a mi cuerpo con el vendaje manchado y la cara aceitosa, que estaba parado frente a la bailarina a punto de iniciar el combate.
Fui donde Eric. Me sorprendió que sus ojos me siguieran el rastro; él no podía verme realmente. De alguna forma mis pensamientos lo estaban atrayendo. Afincó los brazos en el suelo y comenzó a vomitar el desayuno. Emitió sonidos roncos mientras Santiago le sobaba la espalda como muestra de apoyo emocional. Regresé a un lado de Lon, que estaba oculto detrás de un árbol.
—«Lon, ¿puedes oírme?».
—«Sí, ¿qué pasa?».
—«La que está a punto de pelear no soy yo».
Se asomó, y por el rabillo del ojo detalló mi cuerpo: había crecido varios centímetros y mi postura de brazos abiertos y piernas separadas evidenciaban un rotundo cambio.
—«No lo creo. ¿No habrás...?».
—«Le presté el cuerpo a un espíritu. No vayas a meterte en la pelea».
—«Estás chiflada, tu cuerpo no puede pelear solo contra esa bicha».
—«El espíritu sabe lo que hace. No impidas nada».
—«No pienso meterme en ningún lado, ya te dije que los ilusionistas no podemos pelear contra las bailarinas. Las ilusiones no le hacen nada».
—«¿Qué tienen ellas de especial?».
—«Las bailarinas son armas de combate exclusivas de los ilusionistas. Existen porque, aunque no lo creas, nosotros tenemos un punto débil: los militares del reformatorio».
—«¡Pff! Un hombre de esos no podría salir de una ilusión tuya o de la tutora Norma, eso te lo aseguro».
—«Sí pueden, al menos la mayoría de ellos sí logran salir. ¿O qué crees? Recuerda que en el reformatorio les suprimen las emociones. Mostrarles que un tigre se come sus tripas o hacerles ver su propio desmembramiento no les haría ni cosquillas. Son los soldados de Moe. Así que, como hace tiempo hubo una baja muy alta de ilusionistas en la torre, decidieron crear a las bailarinas con ayuda de las brujas a fin de que peleen por sus dueños».
—«Espera, ¿hay diferencia entre los ilusionistas de la torre y del castillo? Tú no tienes ninguna bailarina que te proteja».
—«Exacto. Lo que sucede es que en la torre no enseñan defensa propia, uso de armas y esas cosas; y los ilusionistas del castillo no necesitamos que alguien más nos proteja porque para eso existen las prácticas de la tierra. Del resto, los ilusionistas de la torre y del castillo siguen siendo iguales».
—«Aún no me respondes por qué tus ilusiones no le hacen nada a la bailarina».
—«Porque solo obedece a su dueño, ya te lo dije. Solo sus órdenes e ilusiones tienen efectos en ella». —Lon echó un vistazo hacia la copa de los árboles—. «Por cierto, el dueño de esa bailarina debe estar cerca, escondido en algún lado, y tengo la leve sospecha de que alguien más quiere seguir nuestros pasos y darnos una sorpresita. Un ilusionista no necesitaría de su bailarina para pelear contra alguien como nosotros. No somos militares».
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A pulso lento [2]
FantasyDecepción. Una palabra que no había significado tanto en la vida de Eric hasta que descubrió el secreto que Nina estuvo guardando durante meses. La confianza, el respeto y el cariño de Eric hacia su aprendiz se transformaron en odio, vergüenza y des...