CAPÍTULO 31 - PUNZADAS

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No había disturbio en el lugar donde estaba. La luz se me filtraba por las retinas despertándome de aquel sueño. Mis manos tocaron una especie de manta fina que me cubría hasta la cintura. Vi sobre mi cabeza largas filas de vigas de madera. Vacié los pulmones llevándome las manos al pecho. Rocé una tela gruesa. Era el vendaje, que ahora estaba limpio. Miré las vigas de nuevo sintiendo que me caían encima. ¿Por qué...? Toqué mi cabeza recibiendo una visión espantosa. Madera. Vigas. Un árbol... Una soga atada a un árbol... Yo... yo estaba colgada de un árbol y los militares habían asesinado a mi equipo. Santiago, Akami, Lon y Eric ya no existían.

Me levanté pegando un grito. Al ponerme de pie noté que estaba desnuda. Trasteé la colchoneta buscando mi ropa. Hice de la sábana una bola arrojándola fuera de mi vista. Dios santo, esta habitación sin ventanas se encogía cada que observaba los tablones de madera. Techo. Piso. Paredes. Corrí hacia la puerta tropezándome con un material rústico. Las botas. El golpe me devolvió el recuerdo completo. Vi mis pies estirados como el de una bailarina. La habitación se oscureció cuando el grito de la muerte quebró el bombillo. Hiperventilé, buscando la puerta... ¿Dónde estaba la maldita puerta? Ninguna de las frías paredes tenía puerta. Puerta. Puerta. Puerta. Una luz blanca llenó de claridad a la habitación y una sombra gigante se avecinó corriendo. Me encarceló en sus brazos de acero sacándome de la oscuridad. Era uno de los militares que me había ahorcado. Le arranqué pedazos de piel con las uñas soltándome del agarré. Entré a la habitación buscando un objeto para defenderme. Cuchillo... lápiz... tijeras... ¡No había nada!

Me oprimió contra su pecho tibio arrastrándome hacia la luz nuevamente.

—¡Nina, cálmate! ¡Estás a salvo! —Puse resistencia hasta que oí algo que me anestesió. Mi atención fue redirigida a los latidos asustados que galopaban dentro de él. Entonces mi mente me mostró a la bruja kaos y a Eric en el suelo, inconsciente. Me detuve. Era él. Eran sus latidos—. Por favor, Nina, no está pasando nada... Tranquila... —Se recostó de una pared dejándose caer conmigo en brazos.

Su cuerpo me absorbió mientras yo trataba de dibujar las dimensiones del espacio. Estaba en el suelo encarcelada dentro de las piernas de Eric. Unas gotas descendieron del cielo manchando su pantalón. Gimió de dolor, zarandeándome. Dentro de él se escuchaba el agite de sus pulmones y el sufrir de su corazón.

Poco después acarició las marcas de la soga.

—Eric... —susurré con un hilo de voz.

—¿Qué pasó?

Me separé. Al fin podía observar su rostro. La mirada decaída que originaba los ríos surcando sus pómulos hasta encontrarse en la cascada de su mentón que se precipitaba por su cuello blando me mostraron a otro Eric. Uno herido. Más del alma que de los huesos.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida? ¿Se acabaron los juegos? —Percibí olor a humedad. Detallé las manchas negras sobre la madera del techo—. ¿Dónde estamos?

—En el bosque. Hoy es jueves.

Llevé la vista hacia abajo descubriendo moretones en mis costillas y piernas, cicatrices en el abdomen y lesiones que si tocaba aún dolían.

—¿Qué...? ¿Qué jueves? ¿Cuál jueves?

—Jueves... diez de agosto de dos mil diecisiete. Hoy es jueves, Nina. Seguimos en los desafíos.

—Imposible. —Intenté levantarme.

—Ten cuidado. Estás muy débil... —Eric me regresó al suelo—. Las pociones de Renée no te han hecho efecto todavía.

—Hoy no puede ser jueves. Debo tener dos semanas dormida, como mínimo. —Me pasé la mano por el cabello aceitoso. Sí... Eric no estaba mintiendo. Recordaba tenerlo tan sucio que me engrasaba los dedos cuando acomodaba los mechones detrás de la oreja—. ¿Dónde está mi ropa?

A pulso lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora