CAPÍTULO 27 - PÉRDIDA

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Nina

Qué amanecer tan perfecto. Los ojos de Eric todavía permanecían cerrados dándome la oportunidad de admirar su rostro. Las cicatrices... aquella que descansaba en su pómulo derecho era mi favorita. ¿Y esos labios carnosos? Afortunada la que pudiera nadar en su boca recorriendo las profundidades del océano. Yo apenas tuve una probadita. Pensar en ir más allá se convertía en un pecado.

Escuché una exhalación profunda. Cerré los ojos alisando el ceño.

—No te hagas la dormida, Cole —dijo ronco.

El corazón me retumbó probablemente oyéndose fuera de mi cuerpo.

—No quería despertarte.

Se incorporó con rapidez.

—Tranquila. Ya lo estaba.

Salió del saco. Movió a los demás con cuidado, riéndose especialmente de Akami, cuya cabeza no distinguía.

—¿Desde hace cuanto? —pregunté.

—Desde ayer.

Abrimos el mapa arrugado. La ruta hacia la casa del árbol cada vez se acortaba un poquito más. No estábamos liderando en velocidad, pero eso tampoco nos molestaba. En el dibujo de los árboles poblados se detallaban varios caminos que pudiésemos atravesar. A nosotros, por como Eric movió el dedo indicando el recorrido, deberíamos estar llegando a un puente cerca de las cinco si elegíamos la ruta más corta.

Mientras guardaban los envases en los bolsos para empezar con la caminata, Akami volvió a insistir en sanar la quemadura que tenía en la mano.

—No es necesario —dije.

—Déjame intentarlo una vez más. Pueda que tardes meses o incluso años en curarte.

Le extendí mi mano.

—Sí, lo sé, por eso no quería que hicieras nada. Ya pasaron casi dos días. No dará resultado.

—¿Acaso no me tienes fe?

—Nunca la he perdido, solo que... seamos realistas, no va a mejorar.

Retiró el vendaje. Los colores que tenía la mano seguían siendo horribles. Unas partes rojas, otras rosadas. Aparté la vista. Mirarlo me enfermaba; acababa de desayunar. Probó emplear la poción gris acero que se usaba para regenerar tejidos. Escribió sobre mi mano la frase en hebreo que correspondía para después dibujarle un crucifijo en el medio. Noté grandes cambios con respecto a la apariencia, pero el dolor no descendió casi nada. De igual forma aprecié su esfuerzo.

—Te voy a dar algo —dijo. Sacó de su bolsa una poción curativa—. Esta se llama gris ceniza y sirve como un analgésico o calmante. Úsala solo en caso de emergencia. —Recogió el brazo—. Pero solo en caso de emergencia —enfatizó.

—Bien, entiendo. ¿Pero para qué me la das exactamente?

—En este bosque todo es posible. Ahora estamos vivos y en el próximo segundo podríamos ser atravesados por una bala.

—Me estás asustando.

—Si te ves en la obligación de enfrentarte a alguien, hazlo. Tienes una pistola. Esta pócima medicinal te dará cinco minutos de alivio para que dispares y acabes con el enemigo. ¿No es maravilloso? Es como la morfina. Por cierto, funcionará siempre y cuando sepas la frase en hebreo.

—¿Y cuál es?

Se acercó a mi oído y la cuchicheó.

En el trayecto logramos armar dos partes de la frase mediante las vagas palabras que recordábamos y las grullas repetidas: «...cuando el sudor se convierta en sangre y las lágrimas en sueños rotos...» y «...en aquellos donde la osadía ha perdido la batalla y la perseverancia ha desertado...».

A pulso lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora