Viernes
Descubrí al abrir los ojos una leve capa de humo sobre mí. Me dispuse a salir corriendo de la cabaña. Nos habían emboscado. Una granada. La ventana abierta. No había nadie en la habitación. Se los habían llevado de nuevo. Me tropecé con alguien en el pasillo que me detuvo por los hombros diciendo en que no era humo, sino neblina.
—¡Mira la ventana! —repitió Santiago apuntando detrás de mí—. ¿Ya viste? Está empañada.
Dejé caer los hombros pasándome las manos por la frente. Tragué seco mirando a Santiago, que estudiaba mi reacción de brazos cruzados preguntándose cómo era posible confundir el precipitado humo sucio de un explosivo con la blancura y pesadez de la neblina.
—Me parece que ya has tenido suficiente de estos juegos. Gracias a Dios ya es el último día. —Se recostó de la pared—. Espero que no tomes la decisión de participar de nuevo. Al menos hasta que tengas la experiencia necesaria en combates.
—No soy débil, ¿sabes?
—No dije que lo fueras, solo no deseo que termines como Martha.
Me humedecí los labios buscando a los demás con la vista. El estrépito de un pedazo de aluminio al caer en el parqué me sobresaltó. Una lata rodaba por el suelo siendo perseguida por Akami. La levantó un momento después y nos miró con el semblante incógnito, boquiabierta:
—¿Qué pasó?
Observé la cara de Santiago recién lavada y distinguí el brotar de dos espinillas en su nariz.
—¿Cómo terminó ella?
Santiago desvió la mirada hacia donde estaba Akami reservándose la respuesta. Escuché la voz de Lon diciéndole a Santiago que si no se apuraba se comería su parte del desayuno. Volvió hacia mí mostrando una débil sonrisa llena de pena ajena.
El manto de neblina gélido y espeso nos entorpeció el camino rumbo al puente. Eric, que tenía mejor noción del espacio, nos lideró en completo silencio prestando atención a los sonidos del bosque. Esta soberana paz se vio afectada cuando Akami preguntó por quinta vez si faltaba mucho. Inhalé la refrescante neblina olvidando su desesperación.
Llegamos al puente podrido. Posé la mano sobre las cuerdas frías que lo sostenían desde el borde, descansando sobre el pedazo de palo que estaba incrustado en la colina. La vida útil de este puente no duraría mucho. Santiago rechazó mi pensamiento. Dio el primer paso colocando un pie en la tabla desgastada.
—Muy bien. Sí aguanta. ¿Vamos juntos?
—Uno por uno —respondí.
—Yo creo que deberíamos ir todos —dijo Lon—. No se ve nada del otro lado por la neblina. Podrían tendernos una trampa a medio camino.
—Yo estoy con él —apoyó Eric.
Akami alzó el dedo pidiendo el derecho de palabra. Todos asentimos con la cabeza. Carraspeó y luego dijo:
—Considero que Nina tiene razón. Miren ese puente, está muy feo. El peso podría romper las cuerdas. Sin embargo, Lon también tiene razón. La visibilidad es pésima, así que sugiero una cosa.
Y su decisión fue la más acertada. Iríamos todos juntos separados por un tablón para distribuir el peso. Eric organizó las posiciones asignándonos objetivos individuales. Él, por supuesto, iría al frente encargándose de darnos telepáticamente las señales de advertencia; después seguía yo con la absurda tarea de respaldarlo con las pócimas. Cuando determinó mi lugar le sugerí colocarme de última. No había manera de que yo lo cubriera. Él explicó que de todos nosotros Lon y yo éramos los únicos que podíamos generar un ataque sigiloso a larga distancia.
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A pulso lento [2]
FantasyDecepción. Una palabra que no había significado tanto en la vida de Eric hasta que descubrió el secreto que Nina estuvo guardando durante meses. La confianza, el respeto y el cariño de Eric hacia su aprendiz se transformaron en odio, vergüenza y des...