Durante los días siguientes apenas me crucé con el señor Rochester. Por las mañanas parecía muy ocupado con los negocios, y por las tardes atendía las visitas de algunos caballeros de Millcote o de otros pueblos cercanos que a veces se quedaban a cenar. Cuando su tobillo se recuperó lo bastante como para poder montar a caballo, se dedicó a devolver las visitas y a menudo no regresaba hasta bien entrada la noche.
Ni siquiera Adèle fue llamada a su presencia en ese intervalo, y cualquier contacto con él por mi parte se redujo a ocasionales encuentros en el recibidor, en las escaleras o en la galería. A veces pasaba ante mí sin prestarme atención, dirigiéndome solo una fría mirada o una seca inclinación de cabeza; otras me sonreía con la amabilidad de un auténtico caballero. Sus cambios de humor no me ofendían en lo más mínimo, ya que era obvio que no tenían nada que ver conmigo: sus altibajos dependían de causas totalmente ajenas a mi persona.
Una tarde que tenía compañía para cenar mandó llevar a la sala la carpeta con mis dibujos, sin duda con la intención de exhibirlos. Los invitados se marcharon temprano porque debían asistir a una reunión en Millcote, según me informó la señora Fairfax, pero la noche, húmeda y desapacible, disuadió al señor Rochester de acompañarlos. Poco después de su partida, el señor hizo sonar la campanilla: nos llegó el mensaje de que Adèle y yo debíamos bajar a verle. Cepillé el cabello de Adèle y la aseé; una vez me hube asegurado que yo presentaba mi austero aspecto habitual, ambas bajamos las escaleras. Adèle se preguntaba si habría llegado ya su petit coffre: debido a algún error, el retraso había sido considerable. Sus deseos se vieron satisfechos y, cuando entramos en el comedor, la caja de cartón la esperaba sobre la mesa. Su instinto no la había engañado.
—Ma boîte! Ma boîte! —exclamó, corriendo hacia ella.
—Sí, por fin ha llegado tu dichosa boîte. Llévatela a un rincón, genuina hija de París, y diviértete operándola y extrayendo su contenido —dijo la profunda y sarcástica voz del señor Rochester desde la enorme butaca que estaba junto al fuego—. E intenta no molestarme con detalles del proceso anatómico o del estado de las entrañas de la caja: en otras palabras, realiza la operación en el más absoluto silencio. Tiens-toi tranquille, enfant; comprends-tu? (Estate callada, niña, ¿lo entiendes?).
La advertencia era absolutamente innecesaria: Adèle ya se había sentado en el sofá con el tesoro en las manos y se afanaba en deshacer la cuerda que sujetaba la tapa. Después de vencer ese obstáculo y de retirar algunos papeles de seda plateados, se limitó a exclamar:
—Oh, Ciel! Que c'est beau!
Y permaneció absorta en estática contemplación.
—Señorita Eyre, ¿está usted ahí? —inquirió el señor, incorporándose levemente de su asiento con el fin de atisbar detrás de la puerta, donde yo esperaba de pie—. ¡Ah, bien! Acérquese, siéntese aquí.
Al decir estas palabras, acercó una silla a la suya.
—No soporto demasiado bien la charla de los niños —prosiguió—. Siendo como soy un viejo solterón, sus palabras carecen para mí del menor interés. Me resultaría intolerable tener que pasar una velada a solas con un chiquillo. No aparte la silla, señorita Eyre; siéntese exactamente donde yo la he puesto... si le apetece, claro está. ¡Malditos modales! Siempre los olvido. Tampoco me siento excesivamente atraído por las viejas bobaliconas. Por cierto, no debemos olvidar a la nuestra. Al fin y al cabo, es una Fairfax, o al menos se casó con uno. La sangre es más espesa que el agua, ya sabe.
Hizo sonar la campanilla e invitó a la señora Fairfax a que se uniera a nosotros. Esta no tardó en bajar, provista de su cesta de costura.
—Buenas tardes, señora. He mandado a buscarla por un propósito caritativo: he prohibido a Adèle que me hable de sus regalos y ella está a punto de estallar de deseos de compartir las noticias con alguien. Si tiene usted la bondad de servirle de audiencia y de interlocutora, será una de las acciones más misericordiosas que haya realizado en su vida.
ESTÁS LEYENDO
Jane Eyre
Fiksi SejarahJane es una niña huérfana que se ha educado en un orfanato miserable. Sin embargo, pese a todas las adversidades que la vida ha dispuesto en su camino, su inteligencia y su afán por aprender consiguen apartarla del mundo de su gris infancia, y logra...