Capítulo VI

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(El dolor atravesó su cuerpo, en señal del inicio de la decadencia de su propio deceso, el corazón que compartía con su amada esposa se detendría inevitablemente, llevándose dos almas por el precio de una. No había mucho que pudiera hacer, solo esperar a que se le detuviera el órgano en el pecho, como ya lo había hecho el de la mujer a sus pies, no era que tuviera miedo a morir, ella ya debía haber muerto mucho tiempo atrás, era solo que, estaba molesta por no haber sido mejor esposa. Ahora ya era tarde, lo sabía, por como el aire le faltaba, y sus dedos se entumecían rápidamente por el frío.)

La rubia al ver la actitud de la morena, que había posado nuevamente sus manos en sus labios, decidió avanzar hasta que se detuvo a pocos centímetros de la otra mujer, completamente extrañada de la afirmación que había expresado la reina, necesitaba contemplar con sus ojos que lo que había visto estaba errado, cosa que era cierto, pues los labios de Cleopatra estaban perfectamente sanos. Rápidamente se llenó de sorpresa, manteniendo la poca distancia entre ambas, aun cuando en su recuerdo estaba segura que había una profunda cicatriz en la parte superior de esos labios carnosos, ahora no había nada, era algo que no logro entender, ¿Cómo pudo haber estado tan segura de un recuerdo en su vida y al mismo tiempo tan equivocada?

El suspiro de vergüenza que expreso la rubia al poco tiempo, llego perfectamente a los oídos de la morena, que, admirada por encontrar una falla en la mirada de águila de la general de Roma, sonrió con sorna apartándola rápidamente, antes de que esa cercanía le causara en la sangre algo más que un ligero calor, simplemente empujo el pecho de la rubia con sus manos, y como si fuese un augurio, el toque se llenó de una electricidad perturbante, que ambas creyeron que fue solo un efecto de una imaginación abrumada.

-Veo que me ha confundido con alguien más. – recalco la reina. – nunca he tenido cicatrices en mi rostro, aunque la comprendo, debe ser una pena tener que estar rodeada de mujeres todo el tiempo como para olvidar a quien pertenece cada detalle.

-No es eso. – se defendió la rubia. – juro por Júpiter que había visto una cicatriz sobre esos labios, sus labios, no sé qué ha pasado.

-Eso ya no tiene importancia, solo dígame a que ha venido, no es una hora adecuada para interrumpir al faraón de todo Egipto.

-Yo, solo vine a traerle un obsequio. – rápidamente la rubia extendió su mano mostrando un escarabajo dorado. – lo he visto en el mercado y no sé porque me ha hecho pensar en usted.

-Creí que no creía en obsequios general. – se burló la reina, tomando el pequeño objeto en sus manos. – aunque admito que es algo adorable, pero de igual forma no es mi gusto aceptarlo.
(Deshágase de ese escarabajo amarillo señorita Swan)

-Entiendo que la he ofendido con mi sentido poco decente majestad, solo quiero que sepa que entiendo su posición, no debí hablar con tanta facilidad sin haberla conocido.

- ¿Cree que me conoce?, usted, una vasalla de Roma, dígame, ¿alguna vez anteriormente había pisado estas tierras o había conversado con alguien que no hubiese nacido dentro de la república? Usted no sabe nada sobre mi o sobre lo que he hecho.

-No, pero si conozco mucho sobre los convenios y los celos, y sé que usted me trata de esta forma porque sabe que estoy casada con Octavia. ¿acaso planeaba seducirme como lo hizo con Cesar?, debió recibir una gran decepción entonces, al verme siendo solo una mujer menos tonta que los que se tiran a sus pies apenas al conocerla.

Cleopatra hasta entonces nunca había sido enfrentada por nadie de una forma tan insolente e impersonal, por lo que las palabras de la rubia la golpearon más fuerte que cualquier puño. Estaba molesta, sin duda alguna, pero todo era debido a la verdad que se vertía ante sus ojos, por lo que no tuvo más remedio que avanzar por la habitación, ignorando por completo a la figura estoica de la general, que apretaba los puños con molestia. Se iría en ese instante y la conversación allí terminaría, pero, siendo tan impulsiva como solo una mujer de Roma podía serlo, la general sostuvo del brazo a la reina antes de que ella se perdiera de la habitación, y con un leve movimiento acerco su cuerpo al suyo hasta que ambas estuvieron nuevamente una frente a la otra, siendo separadas por la distancia del hilo de la luna.

La Serpiente Del Nilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora