X. No me dejes ✔

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El color rojo del suelo y las paredes manchadas desprendían un horrible olor a sangre. Pero eso no era lo peor –según Reid–, sino lo que se encontraba sobre la mesa en el medio de aquella sala. El cuerpo de una morena cubierta de sangre, moretones y, con evidentes signos de abuso, estaba frente a sus ojos.

Una vez de pie, le dio miedo acercarse. Era como si sus pies se hubieran adherido al suelo en donde estaba, pero aún así se obligó a moverse y dirigirse al lugar, esperando que no sea quién pensaba. Con cada paso que daba su pulso se aceleraba aún más, sentía como si su corazón quisiera salir de su pecho y dolía, pero todo se detuvo en cuanto se detuvo junto a la mesa y vio el rostro de la mujer.

No, no, no. Se negó una y otra vez. No quería aceptar lo que veía, quería pensar que era solo una pesadilla como cualquier otra, causada por el cansancio y el estrés. Pero algo muy dentro de él sabía que eso no era así, que todo era real, que todo lo que Liliana le dijo era real.

– Perdóname...

La chica que estaba tras él lo miró sin comprender a lo que se refería.

– Perdóname por no haber podido salvarte. Si tan solo me hubiera dado cuenta antes...

– Oh, Spencer. No debes disculparte –se acercó a él–. De todas formas habría sido tarde.

– ¿A qué te refieres?

– No estuve viva mucho tiempo. Él me... Ya sabes... Después de haberme tenido unas treinta horas aquí. Así que, cuando tú y yo nos encontramos, mis pulmones ya no respiraban, mi corazón ya no bombeaba sangre y mi cabeza ya se había apagado.

Reid la miró y la abrazó fuertemente.

– Debió ser horrible –le susurró al oído–. Pero ya estoy aquí y no podrá volver a hacerte daño.

Solo necesitó de esas pocas palabras para que la chica rompiera en llanto.

– Gracias –dijo entre lágrimas–. Gracias por venir por mí y no dejarme sola. Gracias por ser un gran amigo. Y, por sobre todo, gracias por enseñarme a amar –se separó de él y le dijo mirándolo a los ojos–. Eres una persona increíble, y me da tristeza no haber conversado contigo antes. Tal vez todo habría sido de otra forma y esta historia habría tenido un final diferente.

Él solo la miró a los ojos, escuchando atentamente cada palabra.

– ¿Por qué pareciera que te estuvieras despidiendo?

Ella solo lo miró y sonrió.

– No... No te puedes ir... No ahora –dijo Reid cuando finalmente comprendió todo.

– Lo siento...

– ¡No! Deja de disculparte... por favor. Y quédate... Quédate conmigo.

– No sabes cuánto amaría poder quedarme, pero no puedo.

– ¿Por qué?

– Porque ya está, me encontraron. Lo único que me mantenía atrapada en este lugar era el miedo a no ser encontrada nunca. Pero tú lo lograste, y ahora seré libre finalmente.

– Entonces... Entonces, me iré contigo –dijo con notable desesperación.

– Spencer, no puedes hacer eso. Aún tienes mucho que hacer allá afuera; aún hay muchas otras vidas que salvar y muchos otros asesinos que atrapar. ¡Ellos te necesitan más que yo!

– ¡Pero yo te necesito a ti! No volveré a perder a otra persona... No de nuevo.

Reid no pudo contenerse más y unas amargas lágrimas empezaron a correr por su rostro. No quería volver a sentir el dolor de perder a alguien importante en su vida, a pesar de haberla conocido en tan poco tiempo. La conexión que crearon en esos días él la sentía más real que cualquier otra, sin importa la realidad y la lógica.

– Spencer, mírame.

La chica tomó el rostro del rubio y lo obligó a mirarla, limpiando suavemente las lágrimas que caían de sus hermosos ojos.

– Eres el chico más genial que he conocido; eres inteligente, guapo, valiente y con un gran corazón. Y por eso no te puedes ir, el mundo necesita a chicos como tú. Necesitan héroes como tú –recalcó lo último que dijo–. No quiero que vivas pensando en un "tal vez" o en un "si tan solo...", quiero que vivas tu vida feliz y libre. No te culpes por lo que ha sucedido, porque nada de esto es tu culpa.

Reid no dio más, por lo que la abrazó y escondió su rostro en el cuello de Liliana, dejando caer nuevamente sus lágrimas. Ella le devolvió el abrazo y empezó a acariciar su cabeza suavemente, intentando calmarlo.

– Cariño, tampoco te dejaré solo, siempre estaré contigo, solo que no de la manera en que quisiéramos.

Se quedaron un tiempo así, disfrutando la compañía del otro, sin importar el lugar en el que se encontraban.

A pesar de todo, Liliana desprendía un delicioso aroma dulce, el cual tranquilizó de cierta manera a Spencer. Pero hubiera deseado poder quedarse un poco más así, con ella.

– Ya es tiempo –le susurró al oído.

– No, no quiero separarme. Cinco minutos más, por favor –le pidió él.

– Te estás comportando como un niño –soltó una pequeña risita.

– Lo sé –rio igual.

– Muy bien –separó a Reid de ella para quedar frente a frente–. Es hora de afrontar la realidad y tomar cada uno su propio camino.

Spencer la observo y acarició su rostro. Quería recordar cada detalle de ella; sus hermosos ojos café, su hermosa y suave piel morena, su largo cabello castaño, y... Sus dulces labios.

Si esta será la última vez que nos veamos, hay que hacer que valga la pena. Pensó el rubio.

Se acercó lentamente, sin dejar de mirar sus ojos, buscando su aprobación. Cuando Liliana se empezó acercar también, él lo tomó como una señal. Esta vez dejaría que sus emociones lo guiaran. Y, finalmente la besó, lenta y dulcemente, transmitiendo todos sus sentimientos a través de él. Demostrándole que nunca la olvidaría y que siempre esperaría por el día en que se vuelvan a encontrar. Aunque se negara, debía dejarla ir, pues ya no había más que pudiera hacer. Ahora estaría tranquila finalmente y no podía seguir siendo egoísta pidiéndole que se quedara.

Liliana se separó unos centímetros y miró a Reid a los ojos.

– Okay –susurró–. Creo que ya es hora.

Él solo asintió, porque el nudo en su garganta no le permitió emitir sonido alguno.

La morena se separó definitivamente del rubio y empezó a caminar con dirección a la puerta. Al abrirla, una segadora luz blanca entró al lugar. Pero antes de cruzar el umbral, se giró una última vez en dirección del rubio.

– Adiós Spencer... Te quiero.

El doctor estaba analizando las últimas palabras de la chica, que no se dio cuenta cuando esta se fue y cerró la puerta. Pero cuando reaccionó, se movió rápidamente e intentó seguirla.

– ¡Liliana, espera! –gritó al abrir la puerta.

Pero más fue su sorpresa al darse cuenta que no había nadie, solo era él en una cabaña en medio de un bosque, solo. No había señales de la chica.

De un momento a otro, empezó a sentir un fuerte dolor en la cabeza y oír pitidos desagradables, hasta que todo se empezó a volver borroso. Yo también te quiero, fue lo último que pensó antes de caer inconsciente al suelo.

Más allá de los sueños | Spencer ReidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora