Almuerzo con las chicas
Soy una mujer por encima de todo lo demás.
Jacqueline Kennedy Onassis
Me encanta la ciudad de Nueva York. Es verdaderamente fabulosa y única… Tanta energía, tanta actividad, nunca hay un momento aburrido. Llamé un taxi y el chofer se orilló y me recogió en la calle 51 cerca de Times Square. Las calles estaban llenas como siempre de hombres y mujeres de negocios camino a sus reuniones; vendedores de relojes, bolsas y castañas tostadas; personas mirando los escaparates y hombres y mujeres hambrientos camino a almorzar, que es a donde iba yo. “¿A dónde?”, preguntó el chofer. “Al hotel Plaza”, contesté. Era un día bellísimo, fresco, frío… mucho cielo azul y un poco de viento que hacía que el ambiente se sintiera un poco más frío.
El trayecto al hotel fue más corto de lo que calculé. “Son 5.70 dólares”, anunció el chofer ante la entrada principal. Al bajar del taxi me sentí un poco nerviosa y emocionada al mismo tiempo. Había volado de Phoenix a Nueva York para un almuerzo. No tenía idea de qué esperar y, para ser honesta, ni siquiera estaba segura de con quién iba a almorzar. Pensé que la reunión podía ser maravillosa o un gran error. Pero una cosa era segura, definitivamente no sería aburrida.
El correo electrónico que había recibido dos meses antes decía:
¡Hola, chicas!
Está bien. ¡Lo logramos! Tenemos la fecha, la hora y el lugar para nuestra reunión. Nos vamos a ver todas el 22 de marzo a las doce del día en el hotel Plaza de Nueva York para almorzar. Desde Honolulu hasta Nueva York… Sí, los tiempos han cambiado. No puedo esperar para verlas y escuchar sus historias.
Con cariño,
Pat
Pat y yo fuimos amigas cuando estudiábamos en la Universidad de Hawai. Nos conocimos en una clase de filosofía y compartimos un apartamento durante un año. No nos habíamos visto en cerca de veinte años. Pat decidió que era momento de reunir a nuestro “grupo Hawai”.
Estaba formado por seis amigas cercanas. Todas nos conocimos en nuestros días memorables, por decir lo menos, en Honolulu. Éramos jóvenes, solteras y vivíamos en las Islas. Nos divertíamos muchísimo.
No sabemos cómo lo hizo Pat, pero consiguió llevarlo a cabo. Nos rastreó a las cinco (que ahora estábamos viviendo en diferentes ciudades de Estados Unidos), organizó horarios, eligió una ubicación y fijó la fecha para una reunión del grupo Hawai. Todas habíamos perdido contacto, así que no era un asunto sencillo. Algunas estábamos casadas y teníamos nuevos apellidos. Todas nos habíamos ido de Honolulu. Yo me mudé varias veces y estoy segura de que las demás también. Pero todo estuvo en manos de Pat, “la señorita organizada”, e hizo del encuentro una realidad.
La última vez que estuvimos juntas fue en un almuerzo en Honolulu hace veinte años. Todas empezábamos nuestra carrera y teníamos enormes sueños. Maduramos mucho juntas en Honolulu. Estaba muy emocionada por ver en qué andaban todas… y de qué modo se habían desarrollado sus vidas.
Caminé por las alfombras rojas de la entrada del hotel. El portero mantuvo la puerta abierta y, al entrar al vestíbulo, sentí como si el tiempo se hubiera detenido. De inmediato reconocí a Pat y a Leslie a un metro de distancia. Pat estaba perfectamente bien arreglada, ni un cabello fuera de lugar, incluso cuando se quitó el sombrero. Su atuendo, estupendamente combinado. Sus botas se veían como nuevas, al igual que los guantes que hacían juego. Cada detalle había sido cuidado. Siempre fue así. Me recordaba a la meticulosa Feliz Unger en el programa de televisión The Odd Couple.
Pat siempre exigió que todo fuera así. Por eso llegó casi una hora antes. Quería asegurarse de que todo estuviera exactamente como lo había planeado para nuestra reunión. Sí, a Pat se le puede llamar para organizar cualquier cosa. Por supuesto, te volverá loca al mismo tiempo, atendiendo cada detalle con minuciosidad.
Leslie, de pie junto a Pat, seguía siendo la artista. Vestida en capas coloridas
(una falda larga y holgada, playera estampada brillante, chaleco, mascada, un saco demasiado grande para su talla) todo suelto… casi lo opuesto de Pat. Leslie se veía como si acabara de entrar con el viento. Y me preguntaba todo lo que podría encontrar en el enorme bolso que llevaba al hombro. Por ser la artista, nunca sabías qué esperar de ella. Daba la impresión de ser distraída y tener la cabeza en las nubes, pero en realidad era muy brillante. Si estaba trabajando en la pintura de un edificio construido en 1800, aprendía la historia del edificio, de los artistas de esa época y sus estilos pictóricos. En verdad amaba su arte y lo vivía.
Nos dimos un fuerte abrazo y las tres empezamos a parlotear de inmediato. Ni siquiera nos dimos cuenta de que ya llevábamos casi veinte minutos platicando emocionadas, cuando Janice cruzó la puerta volando, directo de la Costa Oeste. Bufando y resoplando, completamente sin aliento, un poco despeinada, nos echó un vistazo y dejó escapar: “¡Es maravilloso verlas! ¿Pueden creer que estemos juntas en Nueva York?”, gritó. “¡Me tomó un siglo cruzar la ciudad! Además mi junta se alargó. ¿No es un día hermoso?” Pat, Leslie y yo asentimos en silencio entre nosotras como para decir que algunas cosas (o personas) nunca cambian. Fue la entrada de la Janice que todas conocíamos y queríamos. Siempre tenía diez cosas en la mente al mismo tiempo. Hablaba rápido. Caminaba rápido. Tenía una energía ilimitada. Y nunca hacía una entrada silenciosa a una habitación.
La última vez que estuvimos todas juntas fue en un almuerzo en Honolulu veinte años antes. Todas estábamos
empezando nuestra carrera y teníamos enormes sueños. Maduramos mucho juntas en Honolulu…
Hablamos por algunos minutos más y luego las cuatro miramos a la hostess cuando sonó el teléfono de Pat. “Qué lástima”, escuchamos decir a Pat. “Parece que estarás trabajando toda la noche. Muchas gracias por el esfuerzo. Te pondré al tanto de todo. Cuídate.”
“Tracey no puede llegar. Tiene una fecha límite para un proyecto en el que ha trabajado todo el mes. Pensaba que lo tenía terminado, pero esta mañana su jefe hizo un cambio significativo en el proyecto, de manera que no puede irse”, comentó Pat. “Tracey ha invertido su tiempo y ha trabajado para subir por la escalera corporativa. Por desgracia, como hoy, su carrera a menudo tiene
prioridad sobre su vida. Dijo que realmente quería estar aquí.” “¿Dónde está viviendo?”, preguntó Leslie.
“En Chicago. Trabaja para una gran empresa de telefonía celular”, contestó Pat.
La hostess nos condujo hacia nuestra mesa. Pat reservó una maravillosa en una esquina del salón. Incluso había una pequeña caja de nueces de macadamia cubiertas de chocolate para conmemorar nuestros días en Hawai. Y, para nuestra gran sorpresa, cada lugar tenía una fotografía enmarcada de nuestra última reunión veinte años atrás en Honolulu. Todas sabíamos que sería un almuerzo inolvidable.
Al mirar la foto, cada una insistió en que no había cambiado nada nuestra apariencia. “Y estoy segura de que nuestros trajes de baño hoy nos quedarían justo como entonces”, dijo Janice de manera sarcástica mientras todas dejábamos escapar un ligero gruñido.
“¿Dónde está Martha? ¿Vendrá?”, pregunté mientras llenaban nuestros vasos de agua. Pat respondió: “Esperaba vernos, pero tuvo que cancelar en el último minuto. Dijo que su madre no está bien y que no se sentía cómoda dejándola sola tres días. Por lo que entendí, su padre murió hace años, así que sólo están Martha y su madre. Nunca tuvo hermanos ni hermanas. Envió saludos a todas.” “Bueno, cuatro de seis es bastante bueno”, añadió Janice.
Justo entonces nuestro mesero se acercó con una cubeta para champaña en una mano y una botella fría en la otra. Pat pensó en todo. Se colocaron copas sobre la mesa. Descorcharon la champaña y la sirvieron con cuidado en cada una de nuestras copas.
“Propongo un brindis”, anunció Pat. “Por las amistades maravillosas que persisten a través de los años.” Sostuvimos en alto nuestras copas y brindamos.
Luego nos dispusimos a disfrutar de un almuerzo largo y sin prisas.
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mujer millonaria
Historical FictionElla es la espoza de Robert Toru Kiyosaki, se lo recomiendo si estan empezando a conseguir tu libertad financiera 🤧 y a ser mas seguro de tus habilidades