cap IV

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Hace veinte años… en las islas
Las mujeres quieren hombres, carreras, dinero, hijos, amigos, lujos, comodidad, independencia, libertad, respeto, amor y pantimedias de tres dólares que no se corran.
Phyllis Diller
Después de escuchar lo que había hecho cada una durante los últimos veinte años, regresamos a nuestros días en Hawai. Los “¿se acuerdan?” comenzaron a fluir.
Pat levantó la mano: “¿Quién se acuerda de nuestro último almuerzo juntas?”
La mesa quedó en silencio durante aproximadamente medio minuto mientras nos transportábamos de regreso a las islas. Ninguna había crecido en Hawai. Todas llegamos ahí por razones obvias: playas llenas de arena, excelente estilo de vida, cálidas aguas del océano, clima apacible y: ¡diversión!, ¡diversión!, ¡y más diversión! Mi primer viaje a Hawai fue con mi familia cuando estaba en preparatoria. En esas vacaciones decidí que la gente más afortunada del mundo vivía en Hawai y que ahí viviría yo.
Todas nos remontamos a nuestros días de soltería y despreocupación en el paraíso. Al final, Janice rompió el silencio: “Hace veinte años en el Lanai de Tahití.”
Leslie rió. “Fue en enero. Un hermoso día soleado. Todavía recuerdo a Janice con su sombrero grande y flojo y a Martha con su diminuto top rosa de lunares. Los hombres estaban babeando.”
“Recuerdo que estábamos sentadas afuera, justo frente a la playa. Se podía oler el bronceador”, agregó Pat. “Y era estrictamente vino de la casa, no champaña costoso. Eran tiempos maravillosos. Sin responsabilidades, sin
preocupaciones, apenas ganábamos dinero, pero vivíamos bien.”
“Y todas estábamos en excelente forma puesto que vivíamos con el traje de baño puesto”, dijo Janice.
“Todas maduramos mucho juntas”, dije. “Qué mal que Martha y Tracey no pudieron estar aquí hoy. Habría sido muy bueno que estuviéramos todas juntas. Pero, Pat, hiciste un excelente trabajo para rastrearnos. Te debemos una.”
La historia de Martha
Leslie rememoró: “Recuerdo que Martha siempre estaba en traje de baño.
Siempre llevaba en la playa su tabla para surfear. Sí, era la mejor ‘chica surfista’. Creció en las playas del sur de California. No era de sorprender que con su amor por el océano y por todo lo relacionado con él estudiara oceanografía.”
Janice agregó: “Recuerdo que la última vez que estuvimos juntas, Martha empezaba a trabajar en el Instituto de Vida Marina. Estaba en el séptimo cielo. Su pasión había sido siempre preservar los océanos y la vida marina. ¡Tenía la misión de salvar al mundo! Su sueño era trabajar con Jacques Cousteau en su famoso barco, Calypso. ¿Saben si alguna vez estuvo cerca de cumplirlo? Tú hablaste con ella, Pat.”
“Sólo hablé con ella un rato”, dijo Pat. “Le pregunté por qué había regresado a California. Dijo que originalmente regresó para ayudar en el negocio de su padre por un par de meses cuando su mejor empleado se fue. Pero luego dijo que simplemente se quedó. Me contó que era más fácil. Y podía surfear cuando quisiera. Recuerdo que dijo que su vida entonces era ‘muy cómoda’. Pero se notaba desgastada cuando hablamos. Aparentemente, su padre murió y ahora ella y su madre viven juntas. Como mencioné, no pudo venir porque su madre no se encontraba bien y Martha la está cuidando. Eso debe ser difícil.”
“Han pasado veinte años”, suspiró Pat.
“Y mi vida es casi 180 grados diferente de como la imaginé. ¿Qué pasó?” “Creo que se llama
‘vida’”, dijo Leslie. “La vida pasó.”
“Entonces, ¿nunca regresó a la oceanografía?”, pregunté.
“Aparentemente no. Evitó el tema cuando le pregunté al respecto”, respondió Pat.
“Eso me sorprende”, dije.
“¿Dijo si se casó o tenía hijos?”, preguntó Janice.
“No lo dijo”, respondió Pat.
La historia de Tracey
“¿Cómo está Tracey? ¿Qué hace?”, pregunté.
“Sonaba realmente frustrada cuando hablé con ella hace rato”, comenzó Pat. “Estaba muy abrumada por no poder estar aquí y, en sus palabras, ‘harta y cansada del mundo corporativo.’ No estoy segura si sólo era el momento, las dificultades con su proyecto actual o si había más que eso. Aunque cuando he hablado con ella en otras ocasiones no suena muy feliz que digamos. Simplemente no tiene emoción en la voz. Parece cansada. Sé que está casada y tiene dos hijos. Ser ejecutiva de su compañía y educar a dos hijos (y un marido) no es un camino fácil. Tracy es bastante sorprendente.”
“Bueno, parece que Tracey llevó a cabo su plan”, contesté. “Ella y yo nos conocimos a través del trabajo… Bueno, algo así. ¿Recuerdan que todos los viernes por la noche en Honolulu, después de trabajar, la ciudad cerraba las calles principales del centro? Todos los restaurantes permanecían abiertos hasta tarde. Había bandas tocando. Las calles llenas de gente, en su mayoría los que trabajaban en el centro o cerca de él. Podías vagar de un restaurante o bar a otro. Era un lugar excelente para conocer gente, en definitiva, uno de los beneficios de trabajar en el centro. Ahí fue donde conocí a Tracey. De inmediato nos llevamos bien. Resultó que las dos asistíamos a la escuela de negocios de la Universidad.”
Proseguí: “Tracey tenía una verdadera atracción por el mundo corporativo. Su plan era ascender en la escalera corporativa y parece que fue exacto lo que hizo. Recuerdo que justo después de la universidad consiguió empleo en un puesto provisional trabajando para una de las compañías locales de comida y pronto fue ascendida varias veces hasta un puesto muy importante. Solía contarme sobre sus viajes de negocios a las islas exteriores y sobre cuánto le gustaba interactuar con clientes. Definitivamente, estaba en su elemento. Confío que todavía sea así.”
“Es sorprendente lo mucho que pasó en los últimos veinte años”, suspiró Pat. “Mi vida es casi 180 grados diferente de como la imaginé cuando estaba
empezando por mi cuenta. Tantos giros que nunca esperé.”
“Creo que se llama ‘vida’”, afirmó Leslie. “La vida pasó.” Hizo una pausa y dijo: “No sé si todas recuerdan la conversación que tuvimos hacia el final de nuestro último almuerzo juntas y qué nos llevó a estar juntas hoy aquí.” Todas admitimos que no sabíamos exactamente a qué conversación se refería Leslie.
“Fue algo semejante a esto”, recordó Leslie. “Janice se reunió con nosotras cerca de media hora después, bufando y resoplando. Hablando a mil kilómetros
por minuto sobre todas las cosas que la retrasaron.” “Algunas cosas nunca cambian”, interrumpió Pat.
“¡Oye! ¡No es justo!”, rió Janice.
Nuestro pacto a veinte años
Leslie hizo un vívido recuento de nuestra conversación de tantos años atrás:
“¿De qué han estado hablando?”, preguntó Janice mientras el bolso le resbalaba del hombro y su sombrero grande y flojo estaba a punto de caer de su cabeza. “¿Qué me he perdido? Pónganme al corriente. Pónganme al corriente.”
Todas dimos versiones abreviadas de en qué punto estábamos de la conversación. Y luego Pat dijo: “Me pregunto qué estaremos haciendo todas dentro de veinte años.”
“¡Dentro de veinte años!”, gritó Martha. “¡Apenas podemos pensar en lo que haremos después de este almuerzo, mucho menos en lo que pasará dentro de veinte años!”
“¡En veinte años estaremos viejas!”, vociferó Tracey. “¿Quién quiere pensar en eso?” Todas reímos. No queríamos pensar, punto. Sólo queríamos disfrutar de nuestro almuerzo con las chicas.
Pero Pat insistió, “Vamos, chicas, ¿en dónde se ven, qué quieren estar haciendo?”
Janice entró en la conversación: “Quiero ser muy rica, estar locamente enamorada y viajar por el mundo.”
“¡Yo me quedo con eso!”
“¡Yo también!”
“¡Y yo!”
“¡Inclúyanme!”
Todas estábamos pensando: “¡Oh! Eso nos evita una discusión larga, seria, introspectiva y profunda respecto a nuestro futuro. Es un día muy agradable para pensar en nuestro futuro. Parece como si nos hubieran hecho esa misma pregunta desde que estábamos en la primaria: ‘¿Qué quieres ser cuando seas grande?’ Simplemente vamos a disfrutar el día de hoy.”
De cualquier manera, Pat hizo un último intento. “Estoy segura de que nos estaremos frecuentando a lo largo de los años, pero al final quizá tomemos diferentes direcciones. ¿Qué tal si todas acordamos reunirnos de nuevo en veinte años? ¿No sería divertido ver qué hacemos entonces?”
Para sacar del tema de una vez por todas a Pat acordamos que veinte años después nos reuniríamos para un “almuerzo de chicas” y compartiríamos nuestras experiencias. Por supuesto, no hubo discusión respecto a quién lo organizaría y cómo nos mantendríamos en contacto hasta entonces. Pero habíamos tomado la decisión y sin más podíamos disfrutar del almuerzo.
Todas reímos y aplaudimos la evocación que Leslie hizo de nuestra conversación junto a la playa. Estaba en lo correcto.
“Recuerdo haber logrado que todas aceptaran reunirse, pero olvidé el resto”, admitió Pat.
“Sólo prométeme que no vas a ponernos a pensar profundamente en este almuerzo también”, insistió Janice riendo.
“Lo dejaré a alguna de ustedes esta vez”, dijo Pat.
“¿A alguien le gustaría un postre?”, preguntó nuestro mesero. 

mujer millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora