cap X

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“¡Estoy muerta de miedo!”
Obtienes fuerza, valor y seguridad a través de cada experiencia en la que te atreves a ver al miedo a la cara. Debes hacer lo que piensas que no puedes hacer. Eleanor Roosevelt
Hablemos de miedo
No podemos ignorar que muchas mujeres experimentan miedo a invertir. La pregunta que escucho una y otra vez, en especial entre quienes por primera vez invierten es: “¿Cómo supero mi miedo?” Si piensas que eres la única alterada cuando llega el momento de comprar tu primera propiedad para alquilar, invertir en ese primer negocio o cada vez que comprometes el dinero de cualquier inversión, por favor, debes saber que no estás sola.
Aunque el miedo puede advertirnos sobre lo que amenaza la vida, también puede ser un asesino… un asesino de
sueños, de oportunidades, de nuestro propio crecimiento y pasión personal, de vivir nuestra vida al máximo.
Las ventajas y desventajas del miedo ¿Qué es lo mejor del miedo?
El miedo tiene una ventaja. Nos alerta respecto de posibles situaciones que amenazan la vida. Tal vez sientas miedo al escuchar un ruido extraño en la noche. Cuando piensas que alguien puede meterse a tu casa, de inmediato tomas las precauciones necesarias. El miedo puede detonarse cuando caminas sola a través de un parque por la noche, de modo que rápidamente encuentras la ruta más segura para salir. Si conduces en mitad de una tormenta de nieve con casi nula visibilidad, el miedo puede hacer que te orilles hasta que el temporal se calme. Así que a todas luces hay un lado positivo en el miedo.
También hay un lado destructivo en el miedo. Aunque puede advertirnos sobre hechos que amenazan la vida, también puede ser un asesino… un asesino de sueños, de oportunidades, de nuestro propio crecimiento y pasión personal, de vivir la vida al máximo.
Cada vez que entramos a un terreno que no es familiar, que nos resulta desconocido, un poco de miedo puede ser bueno para motivarnos a ver con mayor cuidado los números de esa propiedad o sintonizar el reporte especial por televisión sobre la industria en la que acabamos de comprar acciones. Un poco de miedo puede mantenernos alerta y a veces evita que cometamos errores. Ahí es donde nos beneficia el miedo.
El lado dañino del miedo es cuando nos paralizamos y no hacemos nada. Decimos “no” a una oportunidad de manera automática, sin siquiera pensarlo. Lo único que vemos son las cosas que saldrán mal. Podemos espetar todas las razones por las que la inversión es una mala empresa, arriesgada y poco prudente. El miedo a cometer errores, a perder dinero y a sufrir decepciones personales gana.
Entonces, ¿por qué permitimos que el miedo nos detenga? Dos razones de por qué sucede:
“¡Me voy a morir!”
Una de las funciones de la mente, a través del miedo, es advertirnos de situaciones que amenazan la vida. Sin embargo, la mente a menudo percibe algo amenazante cuando no lo hay. Por ejemplo, aquí está una mente hablando: “¡Invertir es arriesgado! ¡Estoy perdiendo dinero! ¡¿Y si no puedo pagar mis deudas?! ¡¿Y si no puedo pagar mi hipoteca?! ¡El banco hará un juicio hipotecario! ¡Me quedaré sin casa! Quedaré en la calle. Oh, Dios mío, ¡me voy a morir!”
¡Vaya! Cuánta charla. No obstante, es el tipo de trucos que puede jugarnos la mente. ¿Realmente moriremos si hacemos una inversión? Por supuesto que no.
Pero esas respuestas automáticas, inconscientes, a veces dirigen nuestra vida.
Cuando sientas que ese miedo paralizante se apodera de ti al analizar una oportunidad de inversión nueva y poco familiar, primero admite que esa situación no amenaza tu vida. No es una situación en donde las opciones son “o lo haces o te mueres”. En segundo lugar, de manera racional revisa pros y contras. ¿Cuál es la ventaja? ¿Cuál es la desventaja? ¿Cómo puedes reducir la desventaja? En otras palabras, saca del camino a tu mente irracional.
El miedo como una excusa
Una segunda razón, más evidente, de que el miedo toma el control es cuando resulta más fácil no enfrentarlo. Cuando enfrentamos algo desconocido, que nos desafía o presiona, existe incomodidad. Lo fácil es no hacer nada.
Por ejemplo, ¿alguna vez has tenido que dar una charla en público? Los expertos dicen que el miedo número uno es hablar en público. Si tienes ese miedo, lo más fácil es no enfrentarlo, no dar la charla.
Lo más difícil sería confrontar tu miedo, escribir tu discurso, practicar, tomar un curso de cómo hablar en público, practicar un poco más y finalmente pararte en el podio. Al pasar por ese proceso, creces. Al alejarte, te haces más pequeña.
¿Puedes pensar en este instante en algo que, de llevarlo a cabo, aunque resultara aterrador e incómodo, mejoraría tu vida y la volvería más plena por haberlo hecho? (Tal vez comprar la primera o la siguiente inversión.) Son ocasiones en que el miedo puede impulsarte hacia delante o convertirse en excusa para no hacer nada. En esos momentos, aceptas el reto y enfrentas tu miedo o decides no participar, huir y quedarte donde estás. En realidad nunca permanecemos: crecemos o nos encogemos. Con el mundo moviéndose y cambiando tan rápido, las decisiones expanden o contraen nuestra vida. No creo que haya un punto intermedio.
El miedo como activo
El miedo puede ser el activo más grande que tenemos. Cada vez que aparece y tienes claro que no se trata de una situación que amenace tu vida, significa que hay una oportunidad de crecer. A menudo es a través de ese proceso agitado como más crecemos. ¡Y cuando lo logras es estimulante! No eres la misma persona que antes del proceso.
Piénsalo de esta forma: el miedo nos hace crecer. En vez de temer al miedo, míralo directo a los ojos y date cuenta de que acabas de develar tu siguiente nivel de crecimiento… si eliges aprovecharlo.
Ralph Waldo Emerson cambió mi vida con esta cita: “Quien no está venciendo algún miedo todos los días, no ha aprendido el secreto de la vida.”
Dos tipos de dolor
Las palabras más tristes que existen conforme la gente envejece son: “Si tan sólo hubiera (llena el espacio en blanco)…” “Desearía haber hecho (llena el espacio en blanco)…” Había algo más para ellos pero, con frecuencia por miedo, se contuvieron. Puede ser miedo al fracaso, a no encontrar algo mejor, a perder o a ser humillado. Sea cual sea, fue más poderoso que la oportunidad de una vida más apasionante, alegre y satisfactoria. Escuché a Anthony Robbins, orador motivacional, decir desde el podio: “Hay dos tipos de dolor: el dolor del fracaso y el del arrepentimiento.”
Yo eligiré el del fracaso todos los días de mi vida. Para mí, el arrepentimiento es el peor castigo que puedo infligirme. Sé cuándo flaqueo. Sé cuándo renuncio. El asunto es que en los momentos en que me contuve, tuve una elección. Y elegí ser cobarde en lugar de valiente.
Nadie debe reprocharme cuando no me atrevo a hacer algo. Estoy muy consciente de esos momentos. Y es al mirarlos en retrospectiva cuando el dolor del arrepentimiento es más agudo.
Para algunas mujeres significa renunciar a su carrera. Para otras, que su carrera se interponga entre ellas y su familia. Y el arrepentimiento típico es conservar una relación o matrimonio que no las satisface porque es “fácil” y “cómodo”.
El arrepentimiento que espero que ninguna de nosotras enfrente jamás es haber ignorado nuestros intereses financieros y permitir que alguien más dicte lo que considera mejor para nosotras.
Sin duda se necesita valor para hacer cambios drásticos en la vida y enfrentar lo desconocido. La buena noticia es que cuando elegimos al valor sobre la cobardía, ganamos, pues crecemos. Y entonces no puede haber arrepentimientos.
Un momento de valor
Apuesto a que la mayoría podemos recordar un momento de valentía que enfrentamos de jovencitas o del que fuimos testigos. El otro día estaba observando a una niña de siete años y me trajo recuerdos.
Se preparaba para saltar del trampolín de la alberca por primera vez. La observé mientras subía por la escalera, aferrándose al barandal con fuerza. Dio el último paso hacia el trampolín y miró el lugar donde terminaba. Nada más existía para ella. Se paró ahí por lo que pareció una eternidad. Luego dio su primer paso adelante, aferrándose al barandal, y sólo estaban ella, el trampolín y el agua, la cual probablemente le parecía a kilómetros de distancia.
Muy titubeante, caminó hacia el final del trampolín, con las piernas un poco temblorosas. Y llegó el momento de la verdad: iba a dar ese enorme y atemorizante salto al agua o a darse vuelta, descender por la escalera, bajar y decir: “No puedo hacerlo.”
Se quedó de pie por un par de minutos más y luego, con todo el valor que pudo reunir, dio un suspiro profundo, cerró los ojos y saltó del trampolín hacia lo desconocido.
Al entrar en el agua hubo un chapoteo. Cuando asomó la cabeza tenía la sonrisa más grande, más brillante, de oreja a oreja. “¡Lo hice!”, gritó extasiada. Estaba muerta de miedo, pero lo hizo. ¿Y qué quiere hacer a continuación? Volver a subir por esa escalera y echarse un clavado desde lo alto otra vez… y otra vez… y otra vez…
Esa niña de siete años en realidad no es diferente a ti o a mí. La situación puede serlo, pero la intensidad del miedo y el terror justo antes de la decisión de saltar o no saltar, ya sea a una alberca o a una nueva aventura, es común a todas.
“¿Cómo supero mi miedo?”
En lo que respecta a invertir, a menudo entramos en terreno desconocido. Muchas de nosotras hacemos algo por completo nuevo. No tenemos experiencia. Es seguro que no poseemos todas las respuestas. Ningún inversionista las sabe. De modo que la curva de aprendizaje es empinada y la probabilidad de cometer errores es alta. Y estamos jugando con dinero real, lo que siempre añade un poco de drama al asunto.
Nuestro miedo puede venir en muchas formas. Podría ser a perder dinero o cometer errores (a lo cual realmente no debes temer porque ya está dado: cometerás errores). Tal vez hayas oído, como yo, que uno de los mayores miedos de las mujeres es el miedo a terminar como vagabunda en las calles, en bancarrota y sin hogar. (Y si ves algunas estadísticas sobre mujeres mayores y su dinero, ese miedo puede ser justificado.) Sea cual sea el miedo, si existe, admítelo.
Una forma de reducir el miedo, por supuesto, es mediante educación y experiencia. Cuanto más aprendas y sepas sobre ciertas inversiones, más segura estarás de tus decisiones. Cuantas más inversiones realices, más tranquila y conocedora te volverás. Por lo tanto, el miedo desempeñará un papel menos trascendente en cada nueva inversión.
Un ejercicio que cambia la vida
La mayoría experimentamos miedo, acaso franco terror. ¿Cómo superarlo? Participé en un curso de supervivencia; se trataba exclusivamente sobre el manejo del miedo. En uno de los ejercicios debía trepar hasta lo alto de un poste de madera, similar a uno telefónico, pararme sobre él sin usar las manos, luego saltar y coger un trapecio colgante. De inmediato pensé que la parte más aterradora, por mucho, sería ese salto hacia el trapecio. No fue así. Mientras escalaba el poste tomando y pisando cada saliente, pensé: “Esto no es tan malo.” Luego llegué a la última saliente, lo que significaba que el único lugar para colocar las manos era la parte superior y plana del poste, que quizá medía 30 centímetros de diámetro. El terror estaba a punto de asestarme un golpe. Tenía las dos manos en la parte superior del mismo y mis pies en las dos últimas salientes. El paso más aterrador del ejercicio era, sin manos, colocar los pies sobre el poste. Estaba paralizada. Pareció una eternidad mientras estuve en esa posición. Al final, el instructor me gritó: “¿Qué sucede?”
Le pregunte: “¿Cómo supero mi miedo?” Respondió: “No se trata de deshacerte de tu miedo, sino de controlarlo cuando aparezca. Sólo da el siguiente paso.”
Debo decirte que necesité todo mi esfuerzo para poner un pie sobre el poste y luego el otro. Estaba sobre esa diminuta plataforma, donde apenas cabían mis dos pies, con los brazos estirados a los lados para tener equilibrio. “Lo hice”, pensé. Luego entró el miedo número dos. Ahora tenía que saltar y coger el trapecio a 1.80 metros de distancia. Simplemente repetí lo que mi instructor me había dicho: “Se trata de controlar tu miedo. Sólo da el siguiente paso.”
Con eso di un respiro largo y profundo, brinqué del poste, salté por el aire y cogí el trapecio. Mientras me bajaban a tierra mi cuerpo temblaba más que cuando empecé. Mi instructor caminó hacia mí y preguntó: “¿Entendiste la lección?” Cada célula de mi cuerpo había comprendido.
Enfrentar el miedo a mi primera inversión
¿Tenía miedo cuando estaba en la oficina de la compañía de títulos, lista para firmar los papeles de mi primera propiedad? Estaba aterrorizada.
En 1989, Robert, fungiendo él mismo como instructor de una clase de supervivencia, me dijo: “Kim, es tiempo de que empieces a invertir.”
“¿Invertir? ¿A qué te refieres con invertir?”, pregunté, totalmente confundida.
Robert me explicó algunos de los principios de padre rico sobre inversión y bienes raíces, y dijo: “Ahora depende de ti entenderlo.”
“¡Oh, no!”, pensé. “¡Quiere que escale hasta la punta de ese poste otra vez!” Y comenzó mi educación sobre inversiones.
La única sugerencia que me hizo Robert fue: “Revisa el vecindario.” Así que eso fue justo lo que hice. A unas cuadras de donde vivíamos en Eastmoreland, cerca de Portland, Oregon, había un vecindario llamado Westmoreland. Era una comunidad maravillosa llena de casitas lindas con patios y porches. El área rodeaba un parque, y las tiendas de antigüedades y restaurantes le añadían un toque de pueblo viejo.
Para no alargar la historia, me topé con una pintoresca casa que se vendía, con dos recámaras y un baño. Tenía un patio agradable y una cochera aparte. Incluso una linda mariposa de metal adherida al frente de la casa. Perfecto. El precio de venta era 45 mil dólares. Tenía que dar 5 mil. Y después de hacer todos mis cálculos, pensé que podía ganar entre 50 y 100 dólares mensuales de flujo de dinero. El flujo de dinero significa que cobro la renta al inquilino, pago los gastos (impuestos, seguro, agua, etcétera) e hipoteca, y el dinero restante es el flujo de dinero que entra directo a mi bolsillo.
Como era mi primer trato de bienes raíces, no sabía lo que estaba haciendo. Así que revisaba todo tres o cuatro veces (techo, plomería, estructura del edificio, impuestos, seguro)… todo es posible. Hablé con varios administradores de propiedades para ver en cuánto se podía rentar la casa. Estaba lista.
Y aun así, cuando llegó el momento de firmar los papeles en la oficina de la compañía de títulos y entregar mis 5000 dólares, mi mano temblaba tanto que apenas pude firmar. Hice toda mi tarea respecto a esa propiedad. Revisé tres veces todos mis números. Entonces, ¿por qué estaba asustada? No dejaba de decirme: “Sólo da el siguiente paso.”
De nuevo, ésa fue mi primera compra de bienes raíces de inversión. Simplemente no estaba segura de si mi análisis era correcto. Hice mi mejor esfuerzo para calcularlo. “¿Pero qué tal si había cometido un error? ¿Qué tal si había algo mal en las cuentas? ¿Qué tal si, en vez de hacer dinero cada mes, perdía dinero? ¿Qué tal si hay un gran problema de plomería o con el techo? ¿Qué tal si pierdo mis 5 mil dólares?” Todos esos pensamientos corrían en mi cabeza mientras en la mesa veía el cheque que estaba a punto de entregar.
“Quizá simplemente no debería hacer este trato”, me dije. “Eso sería lo más fácil. Quizá necesito aprender más antes de comprar algo. Si es un trato tan bueno, ¿por qué no todo el mundo quiere comprar la casa?” Todos esos pensamientos parecían una excusa razonable para no hacer el trato. Podía encontrar muchas personas que validarían mi decisión de retirarme.
Pero luego me dije: “Kim, has investigado mucho esta propiedad. Parece tener sentido con base en lo que sabes. Si no continúas, probablemente nunca invertirás en bienes raíces. Es ahora o nunca. Da el salto y toma la barra.” Y con eso, firmé los papeles, entregué mi cheque por el enganche y fui la orgullosa dueña de mi primera inversión.
¿Cometí errores en esa propiedad? Sí. ¿Me costaron dinero? Sí. ¿Que si mis cuentas salieron exactamente como lo había planeado? No. ¿Fue mi inversión más importante en la vida? Por supuesto. Fue la primera. Me puso en marcha. Abrió la puerta que condujo a más y más inversiones.
¿Estuve asustada y nerviosa en el siguiente cierre y en los posteriores? Sí. De hecho, hubo un trato de bienes raíces donde literalmente estaba llorando de miedo porque estaba segura de que la propiedad estaba a punto de caerse. También salí de ésa. Y con cada nueva inversión aprendí un poco más y más. Me volví más lista. Obtuve más conocimiento. Verdaderamente es un proceso que llevas paso a paso.
En el capítulo 20 explicaré la inversión que eliminó para siempre 95 por ciento de mi miedo. Fue una de mis grandes lecciones de vida.
La historia de un inversionista: “dar el siguiente paso”
La siguiente es una historia inspiradora: una mujer que enfrentó sus miedos en su primera propiedad de inversión. Como resultado, está feliz y hoy es una inversionista exitosa.
Historia de vida:
Mi marido y yo éramos dueños de un negocio pequeño. Corríamos muy rápido pero no llegábamos a ninguna parte. De hecho, nos estábamos rezagando cada mes.
Yo tenía 47 años, dos hijos en la universidad y tres en casa. Me resultaba difícil encontrar tiempo para estudiar, aprender y buscar tratos potenciales de bienes raíces. Pero, de alguna manera, busqué el tiempo necesario porque sabía lo importante que eso sería para mí y para mi familia. Mi esposo me apoyó y disfrutamos aprendiendo juntos. Decidimos que yo me enfocaría en bienes raíces mientras él estudiaba otras inversiones.
Fue una enorme responsabilidad para mí cuando llegó el momento de cerrar el trato por nuestra primera propiedad de inversión, un edificio de apartamentos. Se necesitarían todos nuestros ahorros y me estaba muriendo de miedo. Cada hora cambiaba de opinión respecto al trato. No hay duda de que lo hubiera abandonado de no ser por el apoyo de algunas personas clave a mi alrededor.
No dejaba de decirme que había invertido mucho dinero y tiempo en mi educación financiera en los últimos dos años y que sabía lo que hacía. Me repetía esto una y otra vez para acallar esa vocecita que constantemente me decía que no sabía qué demonios hacía, cómo podía pensar que eso funcionaría y que iba a perder todo el dinero de mi familia, etcétera.
Hoy puedo verlo en retrospectiva y reír. Es una gran sensación. Proseguí con el trato y esa propiedad está completamente llena de inquilinos y generando un flujo de dinero muy bueno. Estoy y seguiré aprendiendo y comprando más propiedades de inversión. Simplemente me hago más lista y segura, y me divierto cada vez más.

mujer millonariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora