Capítulo V: La Catedral Silenciada (1/2)

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Regreso a las ruinas que me vieron salir de los mundos subterráneos.

Aferrada a mi brazo derecho, la Segadora Espectral comparte mi entusiasmo relumbrando cual fuego candente cuando reconoce la zona. Conectados, descubrimos que tenemos mucho en común, más de lo que pudimos pensar: Ambos anhelamos las almas de los patriarcas y las de sus descendientes. La espada no ve la hora de que su nuevo servidor la aproveche, que su hoja atraviese el recipiente de carne y robar la esencia espiritual de sus víctimas...

Juro sentir un intenso escalofrío recorrer mi maltrecho cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, cuando, sin razón, la imagen de Kain cruza por mi mente durante escasos segundos. Ese repentino pensamiento fue suficiente para que la Segadora queme no sólo la extremidad que abraza... Es como si esta alma pretendiese mezclar su conciencia con la mía. No encuentro las palabras exactas para describir el horror y la confusión en esto. El corazón me late tan aprisa y con fuerza que imagino que escapará de mi pecho. También, si es que aún las conservo, siento las palpitaciones de mis arterias. ¿Kain habrá experimentado la misma sensación cuando la empuñó por primera vez? Por fortuna, las llamas de la ira cesan y recupero el control sobre la hoja espectral al sujetar mi propio brazo con mi mano izquierda.

¿Qué fue todo eso? No tengo la menor idea, y espero no volver a pasar por algo así. Aunque me resulta curioso que aquella intensidad despertó gracias a ese inesperado y pequeño recuerdo... Como... como si este espíritu, libre del acero que lo mantuvo prisionero por quién sabe cuánto tiempo, odiase a mi Maestro, y no del mismo modo que yo. Ese odio... lo he sentido mucho más profundo y complejo. ¿O estaré malinterpretando?

«Este incidente me está desconcentrando. Kain y la Segadora tienen su propia historia. No es de mi incumbencia.»

Con esta vaga y conformista sentencia, mis flameantes ojos, que recuerdan a la escondida luz pálida de la luna llena, dignos de una martirizada criatura del inframundo, observan el obstáculo que me separa de la catedral: Gracias a mi difunto hermano menor, aquella verja de hierro se ha vuelto infructuosa.

Regreso a la dimensión que me acogió de la caída y del olvido con su descolorido y frío velo cual madre protectora con su amado retoño; siempre que la visito, se asegura de que la melodía de los desventurados que aguardan por una segunda oportunidad estén para mí.

Padezco esa impresión de ser rebanado en varios pedazos mientras atravieso los barrotes con lentitud. Un extraño y débil destello rodea cada una de mis partes, como si un espectro vampírico me devorase con su correa espectral o, simplemente, me desintegrase. No es una sensación agradable, pero debo acostumbrarme a ella por muy horrorosa que resulte practicarla. Recordar a Melchiah realizarlo con tanta naturalidad me causa cierta gracia.

Me permito un breve respiro después de cruzar el otro lado, antes de continuar con mi camino como si aquello nunca hubiese pasado. No hay amenazas a mi alrededor, así que estaré seguro. Una vez recuperado, deberé encontrar un portal que me dé acceso al mundo terrenal.

Si la memoria no me falla ─o si el terreno no ha sufrido importantes alteraciones─, la catedral está a unos kilómetros de distancia. Tengo que bajar dos promontorios y seguir un serpenteante sendero de piedra.

En épocas pasadas me hubiese topado con la siniestra belleza del icónico bosque de Nosgoth. El boscoso pantano hubiese dificultado mi caminata enterrando mis pies en la estancada, poco profunda y verdosa agua dulce, calcinándome a la misma velocidad e intensidad que el Toro de Falaris. Los grandes sabios obstruirían la luz natural del sol y de la luna, mezclarían sus raíces y hojas entre la alta hierba para confundir a los viajeros y guiarlos hacia peligrosas rutas. Las generosas linternas Ignis Fatuus ofrecerían su ardiente ayuda alumbrando los alrededores.

Legacy of Kain: Soul ReaverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora