Una marioneta. Cada extremo de su cuerpo secuestrado por finos hilos unidos a la cruceta que su captor utiliza para manipular a su antojo.
Así es como me siento de regreso a la sede del vil imperio del autoproclamado Señor de Nosgoth.
La marea del tiempo me arrastra hasta las profundidades del pasado. Rememoro en mi babélica mente los eventos que han desencadenado esta trágica obra teatral: Recuerdo quiénes me han convertido en lo que soy ahora; recuerdo la ardiente tortura abrasar mi carne y destruir mis órganos, dejándome el corazón como prueba de mi vitalidad; recuerdo la humillación, la aflicción y la traición que me motivan a ir tras Kain y mis hermanos, creciendo en mi interior un sentimiento tan complejo como lo es la venganza; recuerdo la indiferencia de Melchiah durante mi ejecución, y chocar con la batalla que tuvimos minutos atrás, como si sus vagas acciones señalaran cansancio, rendición y querer paz; recuerdo a mi clan reducido a la nada por mis pecados...
—Acepta lo que eres, Raziel: Un segador de almas. Lamentarte no alterará el resultado. Tus verdugos no merecen tu perdón ni tu conmiseración si no la tuvieron contigo.
Cargadas de una cruda realidad imposible de esconder, sus palabras impactan como un rayo contra la tierra.
Tiene razón. Esta odisea no me devolverá aquello que perdí, pero significará el resurgir de la humanidad. Y una vez que termine con todo esto... No, no es momento de imaginar mi futuro, no aún.
Kain, me encargaré de que sufras en carne propia las mismas pesadillas de todas tus víctimas. O peor, mucho peor.
§
El Santuario de los Clanes no manifiesta su fortaleza y terror durante el crepúsculo arrebolado. Los cuervos aletean sobre él como si fuese un putrefacto cadáver a devorar.
El viento mece dramáticamente las banderas de los clanes, colgadas en la fachada del edificio y obligadas a separarse en grupo de tres, por el par de columnas que muestra el pasillo hacia el gran portón, una al lado de la otra: el clan Razielim, Turelim y Dumahim a la derecha, y a la izquierda, el Zephonim, Rahabhim y Melchahim. En la piedra caliza, material utilizado para la construcción del Santuario, debajo de cada bandera, están tallados nuestros símbolos en un elegante relieve con piedras preciosas como el rubí, la esmeralda, el zafiro, el ágata negra, la amatista o el citrino. En el espacio que hay entre ambas columnas ya mencionadas, un poco más arriba de la entrada, se encuentra el de Kain en un tamaño distinguible a la distancia.
Como si no lo hubiesen usado por años y dejado desmoronarse junto con el resto de la construcción, el óxido del gran portón parece haberlo sellado por completo tanto por fuera como por dentro.
—Adéntrate en las entrañas del Santuario —me recuerda una última vez—. Su silencio aún tiene secretos por revelar.
Pero ¿cómo ingresar al edificio? La única entrada está bloqueada y no tengo las fuerzas necesarias para escalar sus paredes... Única entrada si enfoco toda mi atención a su enorme cuerpo.
Conozco un atajo que ni el propio Kain descubriría. Este se encuentra en el interior del acantilado más cercano, y el único de la zona que no ha sido demolido para la construcción de un camino alternativo o un nuevo establecimiento. Basta con realizar un giro de noventa grados, a la izquierda, para dar con él.
La abertura se camufla a la perfección con el color de la tierra y las grietas del acantilado. Cuenta con dos caminos a disposición: El interior del Santuario y las afueras de la Abadía; casi nunca usé el segundo. A diferencia de las tortuosas escaladas que me he visto obligado a hacer, el acantilado es sencillo si uno sabe dónde pisar y sujetarse. La distancia entre el suelo y la abertura es más o menos del largo del cuello de una jirafa.
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Legacy of Kain: Soul Reaver
FanficLIBRO DOS Kain forja su imperio del terror y conquista todo Nosgoth junto a sus hijos. Mil años más tarde, su primogénito y fiel lugarteniente incumple una de las reglas de su amo, desatando así su envidia e ira y condenarlo a ser bañado por las agu...