Capítulo VII: La Abadía Inundada (2/2)

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Creo que mis oídos me están traicionando, pues lo primero que escucho son voces que me recuerdan a las almas atrapadas en un bucle de agonía eterna. La lluvia se detuvo, el soplo del invierno y el rugido de la tormenta han callado.

─¡No! ─el grito de un hombre resuena en el ambiente, uno que expresa su dolor y horror. Asumo que al pobre lo están martirizando, dondequiera que se encuentre.

─Ayúdame... ─dice otro, en un susurro que alcanzo a oír─. Por favor, te lo suplico. Ayúdame. ─La voz le tiembla, como si tuviese pavor por ser descubierto y que lo sometan a un castigo mucho peor que al sujeto de antes.

En algún sitio, detecto que una joven es seducida por la siniestra aura que quiebra su cordura cuando sus violentos sollozos son interrumpidos por una extraña risotada. Unos momentos después, estas dos se mezclan en una inquietante entonación imparable y su respiración es jadeante.

─No volveré ─escucho murmurar a una niña, carente de toda emoción en su voz─, prefiero quedarme aquí que regresar.

─No hay esperanza... ─se entristece una mujer, con una molesta distorsión y eco en la voz─. Adondequiera que vaya, no hay esperanza.

Cuando abro despacio mis ojos, también creo que estos me están traicionando, pues el retorcido aspecto de la abadía es una réplica perfecta del mundo que me rehusaba a visitar antes de perder la consciencia. Los colores son fríos, con tintes verde azulados, y las partes que componen al edificio están redobladas.

Ya no siento aquel viento frío y cortante azotar mis cabellos contra mi rostro y envolver cada extremo de mi cuerpo. En su lugar, reconozco la perturbadora aura del mundo espiritual que me recuerda dónde pertenezco ahora, impidiendo que mi alma revolotee con libertad y busque su paz, y que mis intentos por quedarme en el mundo de los vivos serán en vano y dolorosos.

Retorna esa extraña inquietud, el temor de sucumbir a la locura y de que los portales desaparezcan o estén fuera de mi alcance; el convertirme en un espectro vacío de toda motivación, persiguiendo toda alma que se interponga en mi camino... como aquel fantasma de la Gran Capilla...

Tanta es mi zozobra, que hubiese continuado lamentándome como reo en su pútrida celda de no haber sido por la presencia de la Segadora. Su resplandor rodea mi brazo derecho como una serpiente, y me reconforta con su grata compañía en un abrazo que busca desvanecer mis dudas y temores... La espada nunca abandonará a su portador. Me son indiferentes las razones que hicieron posible nuestra unión.

Cuando apoyo la mano sobre el escalón para levantarme, siento mis fuerzas renovadas, la suficiente como para poder enderezarme y que mis piernas sostengan la parte superior de mi cuerpo. Tambaleo un poco por culpa de mi mente, aturdida y exhausta por los fantasmas del pasado que esta proyectó momentos antes de que cerrara los ojos.

Mientras me incorporo, un repentino y agudo dolor pincha mis sienes. Recuesto la espalda contra la pared y dirijo mi mano izquierda a mi frente, como si esa pequeña acción cesara el malestar. Y, de nuevo, otro recuerdo desea ser exhibido. ¿Por qué? ¿Por qué me cuesta desprenderme del pasado? ¿Por qué me cuesta seguir adelante? No me queda nada a lo que aferrarme. No merece la pena... Quizás... ¿miedo a perder mi identidad, el estar rebajándome a ser sólo una criatura vengativa?

«Redímete a ti mismo. O si lo prefieres, véngate. Arregla tus diferencias con Kain. Destrúyelo a él y a tus hermanos, libera sus almas y deja que la Rueda de la Vida vuelva a girar...»

Las palabras del Dios Antiguo resuenan en el lugar más recóndito de mi babélica mente.

─¡Vete! ¡Déjame en paz! ─refunfuño. El dolor se torna insoportable y escupo palabras dirigidas a nadie en específico.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2023 ⏰

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