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Esa tarde, entre tazas de café averiadas y sonrisas cómplices pude apreciar a una Camila diferente. Una Camila que no se escondía entre cigarrillos baratos y polvo blanco sino una chica que a pesar de su sufrimiento había decidido vivir.

La joven que me observaba junto a su madre adoptiva, descansando su cabeza en el hombro regordete de una señora de aspecto duro pero sonrisa amable era la muestra de que el tiempo no lo borra todo.

Sus ojos azules mostraban la tristeza de una vida de horrores y decepciones, de abandonos y sueños rotos. Su sonrisa carente de felicidad era la prueba viviente del maltrato y la indiferencia. Su corazón bombeando sangre era la última gota de un frasco olvidado de esperanzas.

Camila era mucho más que la chica que se erguía con orgullo bajo una farola amarillenta. Era más que la suma de sus partes y haber sido testigo de su intimidad me había vuelto en el único recuerdo viviente que podía contar su historia.


Sin mirar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora