6. Disculpa.

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Emilio.

Me desperté temprano como cada Sábado para hacerle a Joaquín su desayuno favorito, pero la sorpresa me la lleve cuando miré que su lado de la cama estaba vacío.

Baje rápidamente las escaleras y noté que estaba en la barra de la cocina ya bañado y desayunando.

—Buenos días. —dije acercándome a darle un beso.

Joaquín se levantó del asiento sin dejar que le diera un beso.

—En la estufa está tu desayuno. —dijo serio.

Lo miré confundido.

—Creí que haría hotcakes. —dije— Siempre te preparo hotcakes los sábados.

Joaquín no hizo gesto alguno.

—Bueno. —dijo— Voy a la casa de Gris.

Sonreí.

—Si quieres te acompaño. —dije.

Joaquín me dio una larga mirada.

—Aún no estás listo y yo ya me voy. —dijo— Tengo que recoger unas cosas que encargué.

Su actitud comenzó a molestarme.

Tomó sus llaves y cuando estaba a punto de salir, hablé.

—Joaquín. —dije— ¿Esto es por lo de ayer?

Miré cada uno de sus movimientos. Cuando volteó noté que había pequeñas lágrimas en sus ojos.

—Amor, en serio lo siento. —dije— Déjame explicarte...

—¡Nunca me habías dejado plantado! —gritó molesto.

Su labio inferior temblaba en un pucherito y en ese momento morí por abrazarlo.

—Hice el ridículo con los meseros mientras te esperaba una hora y media, Emilio. —dijo.

Comencé a acercarme a él y cuando estaba por tocar su mano, se alejó. Tomó la perilla de la puerta y me miró.

—Espero que te haya gustado tu regalo. —dijo señalando el arreglo de flores con la cabeza.

Salió de la casa y escuché como se iba en su auto.

—Maldita sea. —dije al recargar mi cabeza en la puerta.

Tenía que encontrar la manera de explicarle y arreglar las cosas.

Joaquín.

Comencé a sentirme culpable por no dejarlo explicar pero no me sentía nada bien. Y el pensar en la frase que Alan había dicho, comenzaba a torturarme.

Cuando llegué a la casa de tía Gris, me limpie las lágrimas antes de tocar su puerta. Y cuando abrió, me miró emocionada.

—Hola, mi amor. —dijo abrazándome— No sabía que vendrías. Pasa.

Pasé a la sala y tomé asiento.

—¿Vienes solo?, ¿y Emilio? —preguntó.

Normalmente cuando iba a visitarla íbamos juntos.

—Está ocupado en cosas del disco. —dije.

Gris asintió mientras se sentaba a mi lado.

—Me hubiera gustado saludarlo. —dijo— ¿Tu cómo estás? —preguntó.

Emilio.

—Pues wey, es que si te pasaste. Lo dejaste plantado. —dijo Diego en el teléfono.

Cambios. | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora