9. Distancia.

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Emilio.

Entré a casa con sumo cuidado.

Noté que no estaba mamá, pero no estaba del todo seguro si estaba o no estaba papá.

Caminé lentamente cuidando no hacer ruido y cuando estaba a punto de subir las escaleras, lo escuché.

—¿A dónde crees que vas, maldito maricón? —gritó papá detrás de mí.

Antes de poder hacer algo, papá me tomó del cabello y me tiró al suelo.

—Pa-papá... —susurré— Me estás lastimando.

En cuestión de segundos mis ojos se llenaron de lágrimas.

Las lágrimas recorrían mis mejillas y el nudo en mi garganta se volvía más pesado.

—¿Y tú crees que no me lastimas a mi con tus decisiones? —gritó furioso— ¡Eres un asqueroso!

Me lleve las manos a los oídos. No quería escucharlo. No quería escuchar ninguna de sus palabras. Me dolía.

Me dolía saber que su odio seguía. Que mamá no estaba para defenderme. Que nunca iba a poder gritar a los cuatro vientos que estaba enamorado de mi Joaquín.

—¡Por favor, suéltame! —grité cuando sus golpes se intensificaron.

—¡Cállate! —papá me soltó otro golpe.

El aire comenzó a hacer falta. Mi respiración se volvió más agitada. Todo daba vueltas.

Solo estaba ahí. Solo. Sin nadie que me defendiera. Con todo el corazón lleno de dolor y el rostro bañado en lágrimas.

—¿Quieres que te suelte? —preguntó papá mientras me daba un golpe.

No me podía mover. No podía reaccionar.

Sentía como todo dentro de mí quería estallar y gritarle que me dejara en paz. Que me soltara. Pero parecía como sino pudiera hacer nada.

Cuando noté que papá estaba a punto de soltarme una bofetada, fue cuando reaccioné.

—¡SUÉLTAME! —grité.

En ese momento desperté y me levanté.

Todo se volvió claro para mí. Noté que mi respiración estaba agitada y que todo había sido un sueño.

Cuando me di cuenta de que estaba en la cama de la cabaña y que mi chico estaba a mi lado, rompí en llanto.

Después de tantos años había tenido una pesadilla con él.

Nadie había estado ahí para cuidarme. Para protegerme.

—¿Amor? —preguntó Joaquín detrás de mí.

Cuando escuché su dulce voz y sentí su mano posarse en mi brazo, el llanto se intensificó.

Volteé a verlo lentamente y cuando nuestras miradas se encontraron, me lancé a sus brazos.

—Shh. —comenzó a susurrar en mi oído— Todo está bien. —dijo acariciando mis rizos.

—No estuviste para defen-defenderme. —sollocé.

—Shh. —susurró— Aquí estoy, bebé.

Joaquín me abrazó más fuerte y comenzó a cantar en mi oído para distraerme y hacerme sentir mejor.

Cambios. | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora