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La música fluía a través de los altavoces del coche, de nuestras gargantas brotaban gritos completamente desafinados en un intento de seguir el ritmo de las canciones de la radio. El viaje era tranquilo, de vez en cuando alguna que otra colección de risas inundaba el interior del coche. El picnic semanal era lo que más me gustaba: un montón de comida casera, refrescos, zumos y unas pocas golosinas. Además, disfrutar del tiempo en familia y la naturaleza se sentía como un "borrón y cuenta nueva" de energía. Mientras cantábamos, observaba a mis padres reflejados en los espejos del coche, mi padre y yo conectamos la mirada durante unos segundos. De repente, la silueta de un camión venía hacia nosotros, mi padre no tuvo tiempo suficiente para esquivarlo, por lo que colisionamos. Todo daba vueltas, cada vez más intensas, perdí la consciencia y todo se volvió negro.

Desperté en lo que parecía una camilla médica, observé el entorno que me rodeaba, confirmando que me hallaba en un hospital. Al no ver a nadie, empecé a alterarme, busqué en el grupo de botones el destinado a solicitar asistencia médica. Presioné varias veces, entrando en la desesperación, un par de minutos después entró una enfermera acompañada por una mujer vestida formal.

— ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde están mis padres? ¿Quién eres? —Pregunté al borde de los nervios.

— Yo soy Megan, una de las encargadas del centro de menores —miró al suelo y luego volvió su mirada a mí —. Habéis tenido un accidente de coche donde tus padres terminaron gravemente heridos, hasta hace unas horas estaban en el quirófano de urgencias —hizo una breve pausa para tomar aire —. Desgraciadamente, han fallecido, lo siento mucho —entré en shock, mis ojos comenzaron a aguarse y poco a poco sentí las lágrimas humedeciendo mis mejillas.

— Mierda... —mi labio inferior comenzó a temblar, abracé a mis rodillas y oculté mi cabeza en ellas a la vez que sollozaba.

— Tranquila —ella siseó y me abrazó —. Estarás bien, yo cuidaré de ti hasta que te acoja alguna familia, me aseguraré de que sea una buena. —Acarició mi pelo abrazándome con más fuerza.

— ¿Cuándo podré salir de aquí? —tras respirar profundamente, la miré, quería estar el mínimo tiempo posible aquí.

— Ahora te harán un par de pruebas y, si todo va bien, te darán el alta en un día o dos —me regaló una amable sonrisa.

— Vale... —le sonreí de vuelta, aunque me salió una mueca, me miró una última vez para después dejar a la enfermera hacer su trabajo.

Me hicieron unas pruebas, informándome que de vez en cuando me darían unos horribles dolores de cabeza, aunque era temporal,y que cuando ocurriese eso, me tenía  que tomar unas pastillas. Después, volví a mi habitación, donde Megan me hizo compañía hasta que me dieran el alta al día siguiente. Me explicó cómo funcionaba el centro del que se encargaba, cuántos niños y adolescentes había, y resolvía mis dudas con rapidez. Tras pasar el tiempo necesario allí, me dio ropa y, después de cambiarme, fuimos al centro de menores.

Dos años después.

Mientras jugaba con uno de los niños del jardín de infancia, noté mi móvil vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón. Era la alarma que puse, indicándome que tenía unas 3 horas para arreglarme y preparar mis maletas, ya que después de esas 3 horas vendría a recogerme una pareja para adoptarme.

Terminé de arreglarme, así que preparé las maletas, cuando acabé, me dirigí a la entrada del centro donde me esperaban Megan y una pareja de unos 35 años aprox.

— Lía, ellos son los Powell —asentí con una sonrisa.

— Encantada, puedes llamarme Vanesa y a él, Alex —dijo la mujer, para después acercarse y darme el típico saludo de los dos besos en la mejilla, acompañados de un cálido abrazo.

— Igualmente —sonrieron amablemente a la vez que asentían.

Megan nos guió hasta una sala para poder conversar y coger algo de confianza, me fueron contando cosas sobre ellos, me informaron de que tenían seis hijos, todos varones, al igual que un perro y me confesaron que casi no pasaban tiempo en casa, así que estaría sola con los chicos que desde ahora serían mis hermanos. A lo largo de nuestra conversación, descubrí que de los seis chicos, dos eran hijos biológicos y los demás eran adoptados y que, a pesar de eso, siempre se han tratado entre ellos como hermanos de sangre.

Mi vida entre chicos [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora