Capítulo 8: Sueños del pasado.

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Advertencia: este capítulo contiene temas fuertes como: violación y asesinato.

Después de escribir aquella nota, Mary fue directo a su habitación, su pulso estaba acelerado, no tenía muy claro porque la había hecho, pero eso no quería decir que el contenido de la nota era una mentira, para nada, ella le preocupaba el bienestar del mayor.

Ya en su cama, no importaba que tan cansada estuviera no podía dormir, no dejaba de pensar en una sola cosa: ¿Cómo reaccionará, Husk?, aunque sabía que lo más probable era que solo ignoraría, pero había una pequeña posibilidad de que... ¿De qué?.

Después de dieciocho largos minutos, el cansancio pudo con ella y cayó en brazos de Morfeo.

Se encontraba en una oficina, detrás del escritorio que tenía enfrente estaba un hombre, estaba vestido como un sacerdote, su cara era borrosa, pero su voz era muy clara.

-Señorita Mary, ¿sabe por qué la he citado acá?-

-N-no, padre- escucho su propia voz, pero no parecía venir de ella sino detrás de ella. Volteo y lo que vio la paralizo, era ella misma.

-Te he citado aquí porque tu comportamiento no ha sido el adecuado –el sacerdote se dirigió a su otra "yo" que estaba sentada enfrente del escritorio. –Y mereces un castigo por ese comportamiento- está cerca, muy cerca de ella, su mano se introducía lentamente debajo de su falda y con su otra mano la tenía de la cintura apegándola a su cuerpo. Intento voltearse desesperadamente, pero no podía, fue obligada a ver como el que se hacía llamar sacerdote le quitaba las bragas y sacaba su miembro, la estaban obligando a ver como la violaban. Escuchaba su propio llanto desesperación y sus gritos de dolor.

El calor inundo la escena, se escuchaba el crepitar del fuego, el sacerdote ya no estaba, solo ella en una habitación, dormida. El fuego se extendió hasta llegar a ella. El crepitar fue opacado por los quejidos soñolientos que se transformaron rápidamente en gritos desgarradores.

-Arde, zorra. Eso es lo que espera en el infierno-se escucharon voces distorsionas de chicas por toda la habitación, entre sus propios gritos de dolor se oían risas que se distorsionaban cada vez más. Veía como su piel se derretía como la cera de una vela, y después de varios minutos, que a ojos de cualquiera parecerían horas, de aquel espectáculo grotesco vio su cuerpo caer y su vista se hizo cada vez más borrosa.

Despertó exaltada, su pulso estaba acelerado por el miedo, cara estaba roja y de sus ojos no dejaban de brotar lágrimas. 

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