Capítulo 9: En la mañana.

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La mañana ya había llegado, todos en hotel estaban como siempre, nada fuera de lo común. En el desayuno se pudo notar la ausencia de Charlie que había ido a visitar a sus padres, quedando Vaggie a cargo mientras su novia estuviera fuera, cosa que a nadie le importo demasiado.

Esa mañana Alastor preparo el desayuno, era un platillo de nombre exótico que solo él podía pronunciar bien. Era gracioso ver a uno de los demonios más poderosos vistiendo un pomposo mandil rosado, cosa que resalto Angel sin vergüenza alguna. Pero nadie se rio, en parte porque no querían terminar como parte del platillo y en parte también porque dos de los demonios que se encontraban allí estaban hundidos en sus pensamientos.

Mary lucia aturdida, tenía la mirada clavada en el suelo y casi no reaccionaba a nada, era obvio que le pasaba algo, pero todos los miembros del hotel pensaron que lo mejor era no entrometerse. Todos excepto alguien.

-Querida Mary, ¿Qué le sucede? –Alastor se acercó tanto que su olor tan característico a zapatos viejos inundo las fosas nasales de Mary- Alégrese, sabe que nunca estas completa sin una sonrisa- las últimas palabras no fueron escuchada, Alastor había tomado de la cintura Mary; cosa que nunca había hecho, apegándola a su cuerpo. Los latidos de Mary se aceleraron, sus piernas le temblaban, su respiración se agitaba. Estaba aterrada, cosa que Alastor no notó, y si lo hubiera hecho probablemente lo haría reír a carcajadas, amaba ver a la gente sintiéndose intimidada por su persona. Mary lo miro con los ojos muy abiertos, él seguía hablando y haciendo ademanes con su brazo libre, pero ella no podía escucharle, no quería escucharle, solo quería que le quitara sus manos de encima. Lo empujo, lo empujo con toda su fuerza, nadie en los nueve círculos del infierno se había atrevido hacer semejante cosa, los ojos de la chica estaban aterrados no por miedo a lo que Alastor le pudiera hacer, no, estaba aterrada de su pasado.

Algo le grito: ¡Mary, corre! Y eso hizo, corrió hacia su cuarto. Alastor no hizo nada, raro, si lo hubiera hecho otro tal vez ya lo hubiera destripado, pero en este caso le parecía un espectáculo entretenido ver a la pequeña "Bloody Mary" corriendo despavorida de él, alimentaba más su ego.

Todos vieron preocupados o más bien sorprendidos aquella escena, pero era mejor dejarla sola, pero un pensamiento rondo por la cabeza de unos de ellos: Husk, ve y búscala, se un puto hombre de una maldita vez. Se levantó de la silla con brusquedad y corrió por donde se fue la chica, ¿Qué, mierda, está haciendo? Es lo que todo el mundo pensó, hasta él mismo se lo preguntó más de una vez. Pero antes de que se diera cuenta ya estaba en la habitación de la chica, estaba en posición fetal, abrazando sus piernas y ocultando su rostro en ellas, se escuchaban sus sollozos. Al mirarla así su pregunta fue respondida, estaba haciendo lo que ella había hecho por él; preocuparse.

Se acercó con cuidado, no quería asustarla más. Al acercarse más a ella se agacho lentamente, ella aun no lo había volteado a verlo, tal vez ni siquiera se había percatado de su presencia. Con suavidad posó su mano en el hombro de Mary haciendo que diera un respingo y lo volteara a ver con miedo, sus ojos asustados y llenos de lágrimas se calmaron al ver al cantinero. Él la miraba sereno y una con leve sonrisa en sus labios.

Nuevas lagrimas amenazaban con salir de los ojos cafés de Mary, por impulso se lanzó a los brazos de Husk y hundió su rostro en el suave pecho de aquel cantinero. El calor la había rodeado, Husk la estaba abrazando, la estaba abrazando con tanta delicadeza que parecía tener miedo de romperla en mil pedazos con el mínimo trato brusco. Los sollozos continuaban y las lágrimas de la pequeña mojaban su pelaje.

-Tranquila, pequeña –esa ronca voz que ahora era tan tranquilizadora se hizo paso entre los sollozos. El rostro de Mary se elevó para verlo a la cara.

-Perdón –avergonzada y con la mirada triste se dispuso a separarse, pero fue interrumpida por la voz del mayor.

-No te avergüences, puedes desahogarte –abrió sus brazos en espera de que la pequeña aceptara. Los ojos de la chica se volvieron humedecer y volvió a los brazos de Husk, que la abrazó apegándola más a él y rodeándola con sus inmensas alas, dejándola llorar en su pecho.

Los sollozos se habían acabado, pero el abrazo no se deshizo y en el silencio ambos sentían sus acelerados corazones.     

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