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Era simple, es lo que decían, vivir, ser feliz sin impedimentos ni contratiempos. Pero Betsy se dio cuenta de que hacía falta algo más, algo que no le dijeron todavía y que por alguna razón no era necesario, porque ella misma lo descubriría por su cuenta.

Asistía a la iglesia desde que comenzó a tener razón de sí, sus padres eran devotos cristianos y esperaban algo brillante del futuro de su hija, o de sus hijas, ya que eran tres. Carolina, la mayor y la casada, Andrea, quien era la olvidada, aunque no por el amor, ya que estaba comprometida, y Betsy, la menor y la más mimada de todas, la popular, encantadora, dulce y bonita, recordada por todo aquel que alguna vez haya tenido el honor de mirarla.

Aunque joven, de diesinueve, sabía tener control de su vida y sus intereses, no era flexible a cualquier deseo, amaba a Dios sobre todo, y como una chica soltera y hermosa, esperaba con ansias la llegada de un príncipe, o tal vez no, solo soñaba con enamorarse alguna vez y tener una familia feliz, tan feliz como la suya. Pero nadie, ni aún ella podría predecir lo que traía el destino, o en mejores palabras, el propósito de Dios.

Justo en la casa de al lado, recién se mudaba Natán. Doña Elena Sevilla, la adinerada del barrio, había rentado su casa más pequeña, porque era un pueblo aburrido dónde nadie que tuviera el dinero suficiente para salir, querría quedarse. Por esto, Natan decidió vivir sólo después de la muerte de sus abuelos maternos. Ellos lo habían criado. Venía de una familia disfuncional, de una relación de adulterio entre sus padres. Su padre era un diputado con una esposa y cinco hijos. Su madre lo dejó con sus abuelos desde los dos años y a partir de ahí, no supo mucho de ella, excepto que se había casado con un extranjero y se fue del país con él.

Natan, había sido el blanco de bullying en la escuela, no solo por no tener padres y pertenecer a la clase económica baja, si no por la fe que sus abuelos le habían transmitido y que él había decidido profesar desde los ocho años. Su abuela lo vestía con camisas de cuadros y rayas. Los demás niños se burlaban de él y le decían que su abuelo le heredaba las camisas. Incluso hasta la secundaria, no paraban las mofas acerca de su apariencia.

El tiempo había pasado y algunas cosas habían cambiado, pero Natán seguía sintiendo los estragos del rechazo, complejo de inferioridad e inseguridad. Nada sería diferente, nadie le daría la compañía que había perdido junto con sus abuelos. No obstante, a pasar del abandono de sus padres, entendía que Dios no lo había dejado.

Ahora se mudaba a un barrio desconocido, tendría que congregar en una nueva iglesia que no sabía nada de él. Quería un nuevo comienzo, nuevos sueños, pero lo que no esperaba es que también habrían nuevas personas, con las cuales haría un vínculo difícil de romper.
Encontró un anuncio en internet,de una señora que quería rentar su casa lujosa a un bajo precio. Parecía una broma al principio, pero luego se dio cuenta de los motivos de la señora y cedió a aceptar la oferta.

Nervioso al principio, abrió la puerta de la enorme casa, casi podría parecer una mansión, aunque por dentro estaba muy desordenada y vacía sin muebles. Lo primero que hizo fue subir sus maletas a la habitación. No llevaba mucho consigo, solo su ropa y algunos recuerdos valiosos de sus abuelos, entre ellos una Biblia desgastada.
Subió por las escaleras hasta el segundo piso y abrió la puerta de la habitación más grande de la casa. Ya había oscurecido y tuvo que encender la luz antes de entrar, colocó las maletas en el piso y abrió las ventanas para que entrara el aire.

Del otro lado, la habitación de Andrea, quien conversaba con Betsy acerca de su reciente compromiso.

—Te lo digo Betsy, no me lo esperaba.

Estaban sentadas en la cama, una en frente de la otra. Siempre se reunían a compartir antes de dormir, lo habían hecho desde que eran niñas, y no era una práctica que quisieran cambiar algún día. Eran mejores amigas, con un año de diferencia, casi como dos gemelas, aunque no se parecían físicamente. Andrea era morena y de ojos marrones, mientras que Betsy era rubia y con los ojos almendrados.

—Nunca me imaginé que fuera a casarme a esta edad—continuó Andrea con notable emoción.

—Ya lo creo, lo hubieras preferido después, pero tratándose de Erick, es perfecto.

—¿Lo dices por Erick o por mi edad?.

Ambas se rieron a carcajadas. Betsy tomó una almohada y se la tiró a su hermana por tomarle doble significado a sus palabras.

—Por supuesto que es perfecto—siguió riéndose Andrea antes de devolverle la almohada.—Es como un sueño, Betsy. Tiene un buen trabajo, va al instituto bíblico, y además es el líder de alabanza.

—Y tú una hermosa mujer, la mejor combinación.—respondió Betsy levantando las cejas.

Natán escuchaba las risas desde la habitación que comenzaba a ordenar. No le dio ninguna importancia, estaba rodeado de personas, y algunas que pasaban por la calle, no era muy razonable alarmarse por unas simples risotadas.

Betsy notó algo extraño desde la ventana, las luces de la casa contigua estaban encendidas.

—¿No es cierto que doña Elena Sevilla se fue del pueblo?—desvió toda su atención hacia la casa vecina.

—¿Por qué lo dices?

Betsy se levantó de la cama invadida por la curiosidad. Se dirigió a la ventana y corrió las cortinas para asegurarse si lo que veía era verdad. Se quedó de pie mirando la ventana de la otra casa dudando que realmente se trataba de doña Elena.

—Déjalo ya Betsy, de seguro se arrepintió y regreso.—dijo su hermana un tanto incrédula.

Betsy no estaba convencida del todo y siguió observando con expectación. De repente creyó ver la sombra de un hombre en la habitación. Se sorprendió y se tiró a la cama dónde estaba Andrea.

—Hay alguien, no es la señora.—dijo en susurró.

—¿De qué hablas?

—¿Y si es un ladrón?—supuso sin apartar los ojos de la ventana.

—¿Estás loca?, si fuera un ladrón no encendería las luces.

—Tal vez es lo que quiere que pensemos.

Betsy se levantó cautelosa y se dirigió a la ventana nuevamente.

—¿Qué haces?

Andrea se levantó también sin un rastro de seguridad. No podría creer tan fácil que la señora pudiera regresar.

Para cuándo se acercaron, Natán ya había apagado las luces y se había ido a la cocina por algo de comer.

—Ya basta Betsy, déjalo. Si le roban, no creo que a ella le importe.

Betsy asintió.

—Tienes razón. —se dio la vuelta—Me iré a mi cuarto a leer.

—Sí, largo—dijo Andrea pegándole con una almohada.

Natán no encontró nada para comer en la cocina, así que se fue a la habitación a dormir. Iría en la mañana de compras antes de la iglesia. Mientras tanto, Betsy no dejaba de pensar en el supuesto ladrón, se imaginaba a la policía llegando al día siguiente a investigarlas para saber si habían visto algo. Sabía que la única solución más favorable para no estar alarmada era orar un poco.

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora