Después de ese día la campana sonaba diariamente, por lo general en la noche. Betsy aparecía con el mismo abrigo y Natán con el mismo entusiasmo. Ella sentía que no podía estar lejos de él, cuando la ventana no se abría entraba en desespero y comenzaba a dar vueltas en la habitación.
A veces Natán regresaba muy tarde del trabajo y no tenía tiempo para atender a la llamada. Betsy sin ninguna respuesta se iba entonces a dormir a su antigua habitación. No hablaban todos los días, aunque ella lo procuraba. En una ocasión Natán la encontró dormida en la ventana sosteniendo el hilo del puente, no intentó despertarla, sólo se quedó en la misma pocision mirando el dulce rostro a luz de la luna.
Él no entendía lo que estaba pasando, no había una explicación más que quizá Betsy extrañaba a su hermana y quería tener a alguien con quién hablar. Ciertamente Betsy echaba de menos a Andrea, habían pasado los meses y con el tiempo ya había logrado asimilar su ausencia, lo más verdadero de todo es que ella se había encariñado con aquel joven y lo apreciaba como a un buen amigo.
Un día por la tarde fue Natán el que tocó la campana, Betsy salió sin perder el tiempo, era extraño que él la llamara, siempre estaba ocupado y nunca era de esos que empezaban la conversación.
—¡Hola!—dijo ella sonriente.
—Hola, ¿cómo has estado?
Betsy se sorprendió al escucharlo, viniendo de él no se trataba de una pregunta rutinaria, había aprendido a entender su forma de comunicarse y se daba cuenta que realmente quería saber cómo estaba. Sintió mariposas al verlo con una sonrisa en el rostro y con una expresión de felicidad, además de aquellos ojos que la miraban como si fuera una obra de arte.
—Estoy bien...—No pudo decir más.
Natán se quedó esperando. Betsy era parlanchina, siempre tenía que decir algo aunque a nadie le interesara, y esta vez que era tan importante para él escucharla prefería callar. Ella se acomodó el cabello hacia atrás y lo miró tiernamente. Natán se preguntaba cómo podía existir alguien tan hermosa, dulce e inteligente, estaba perdido en aquella figura más que física que si los ángeles fueran personas, Betsy sería uno. Los días que no la veía se sentía desanimado y lejos de sí, como si ella fuera el motor que lo impulsaba.
A Betsy le gustaba estar ahí, amaba esa ventana más que cualquier rincón en el mundo, cada vez que se habría se sentía segura, llena de confianza y alegría.
—¿Cómo estás tú?—preguntó Betsy con la misma intención de él, de saber a detalle, de entender y descubrir todo lo que estuviera dentro.
—Bien—dijo, como si esa palabra resumiera todos sus sentimientos.
Pero no era suficiente para Betsy y a diferencia de él, ella no se rendiría hasta conseguir la respuesta que quería.—¿Qué tal el trabajo?—siguió.
—Bien, a veces cansado, pero es mejor que nada.
—¿Y qué ha pasado con la venta de tu casa?
—Aún no hay comprador, pero tengo fe de que pronto.
—Significa que te quedarás y no volverás.
—Es posible. Espero encontrar una casa en la ciudad.
—¿Por qué en la ciudad?—se extrañó Betsy.
—Hay más posibilidades que un pueblo pequeño, sólo es por eso.
—¿Ya tienes una opción?
—Sí, en la calle Oeste, hay bienes raíces cerca del parque.
—Genial—dijo Betsy tratando de ubicar la dirección, pensando si podría volverlo a ver o tendría que despedirse de él para siempre.
Natán siguió contando más detalles de la casa que recientemente había visto. Betsy escuchaba con la mayor atención, casi ausente de todo lo demás, del mundo exterior y de cualquier otro pensamiento que no fuera Natán. Comenzó a preocuparse por como se veía cuando hablaba con él, escogía la ropa con cuidado y cuando iba a la iglesia se levantaba temprano para seleccionar el atuendo que le sentara mejor, probaba todos los peinados posibles, abusaba del perfume e intentaba mejorar el maquillaje cada vez.
Antes de dormir se recostaba en la cama e imaginaba mil historias, sin darse cuenta de cuánto había crecido su interés por él. Cuando llegaba al templo, lo primero que hacía era volver a mirar hacia el auto de Natán, a veces él la veía y levantaba la mano para saludarla, otras veces él ya había entrado y tenía que buscarlo con la mirada.
Se sentía en paz con él, podía quedarse toda la noche hablando en la ventana, por que estaba segura de que él estaría dispuesto a prestar atención hasta el cansancio. Los momentos se volvían eternos sin él, y cuando no escuchaba su voz, eso se había convertido en su deleite, su hogar y su alegría.
Natán no solo sabía, estaba seguro, que estaba enamorado de Betsy. No encontraba la manera de sacarla de sus mente. Cuando se levantaba pensaba en ella, cuando iba al trabajo y al regresar. Betsy era una marca profunda e imborrable. ¿Qué haría si no podía controlarse? Si algún día no lo soportaba más y llegaba al punto de no querer estar lejos. Si acaso despertaba un día y Betsy se convertía en su todo, en su mundo, ¿Qué haría entonces? Se imaginaba arrancar aquel puente que los separaba y llegar hasta ella, ser valiente y confesarle lo que sentía, pero eso no significaba nada, Betsy seguramente habría escuchado muchas propuestas en su vida que la suya solo sería una suma.
Uno más de los tontos que caen rendidos en su encanto, por que eso es lo que era, un tonto al soñar muy alto.
