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Betsy entró a la habitación sin dejar de admirar lo ordenada que estaba. Habían dos ventanas juntas en la misma dirección. Se acercó a una e intentó quitar la cortina.
Natán soltó la otra esquina con más rapidez y pudo reemplazar las cortinas en ese lado. Betsy luchaba para safar la antigua y cuando lo hubo logrado tomó el extremo que hacía falta.
Al igual que antes le estaba costando poner la nueva cortina. De repente vio los brazos de Natán que la rodeaban por detrás, intentanto ayudarla a colocar la cortina. Natán lo consiguió y Betsy dio la vuelta, encontrando que no tenía salida. Natán puso las manos contra la pared dejando atrapada a Betsy en el medio. Ella se recostó para no quedar tan cerca. Sus ojos se encontraron una vez más y eso ponía fin a cualquier guerra.

-¿Tienes miedo?-preguntó Natán.-Deberías correr ahora mismo.

Betsy negó con la cabeza sin dejar de mirarlo.

-¿Por qué debería temer?

-Porque estoy loco por ti. -dijo con la voz baja y apagada-Esto es tan difícil Betsy, si te beso no puedo mirarte y si te miro no puedo besarte.

Le apartó un mechón de cabello que tenía sobre el rostro, reposando la mano en su mejilla. Ella colocó su mano sobre la de él. Natán se acercó más y cerró los ojos.

-Pero no me importa dejar ambas opciones a un lado si sé que estás aquí conmigo.

Cuándo abrió los ojos, Betsy tenía los suyos cerrados y ese era el mejor momento para volver a empezar.
Natán tomó la mano de Betsy y puso una rodilla en el piso. Betsy abrió los ojos sin poder evitar reírse de aquel acto.

-¿Saldrías en una cita conmigo?-preguntó él antes de besar su mano.

-Saldría en cien citas contigo.

-¿Solo cien?-renegó Natán.

-Está bien-se rió-desde ahora tienes derecho infinito de citas.

Él se levantó sosteniendo su mano todavía.

-¿Y a qué más tengo derecho?

-Solo a mirarme.

-Eso es cruel.

Betsy sonrió y se acercó más a él.

-Tienes derecho a hacerme infinitamente feliz.

Ella sintió que había sido disculpada y aceptada, que podía darle toda su confianza, su amor y su afecto en la medida de Dios.

-Gracias por las cortinas-expresó Natán.

-No tenía idea de qué regalarte, la última vez eché a perder un helado y una cita.

-Olvídalo ya.

Bajaron las escaleras sonrientes hasta la sala. Abajo el padre de Betsy notaba el extraño comportamiento de los dos, sin saber todavía la verdad.
Después de cenar, la familia se despidió de Natán. Betsy se quedó atrás mientras sus padres caminaban hacia el portón. Natán la tomó del brazo y la acercó a él. Ella reaccionó asustada de que sus padres vieran aquella escena.

-El amor no debe ocultarse-dijo él.

-Todo a su tiempo-se defendió Betsy intentando soltarse de su mano.

Él la dejó irse, mirando desde la puerta y pensando en lo maravilloso que era aquel cuento de amor, uno que jamás había imaginado vivir.

Natán entró a la casa, aún tenía maletas que necesitaba desempacar. Subió a la habitación con la hermosa sensación de que Betsy hubiera estado ahí, aquella chica excepcional de la que estaba locamente enamorado y que de ahora en adelante no podría sacar de su corazón.

Ordenó lo más necesario de las cajas que todavía no había guardado, la mayoría eran adornos y algunos recuerdos de sus abuelos, entre ellos un álbum de fotos y una cajita dónde su abuela guardaba sus manualidades de la escuela dominical. Nunca había abierto ese caja porque de alguna forma creía que le pertenecía a su abuela y no a él, aunque ahora había surgido un leve interés por descubrir todo lo que estaba adentro.

La abrió cuidadosamente tratando de no romper la cerradura, la cual estaba bastante oxidada por la antigüedad de la caja. Lo primero que vio fue un dibujo mal hecho de Jesús y los apóstoles, realmente sabía que eran ellos por el el simple hecho de que eran trece, pero no porque parecieran realmente ellos, en realidad ni se veían como personas. Natán lo levantó con una leve sonrisa burlándose de su propio arte. Debajo del papel anterior habían más dibujos, algunas cruces, un carrito sin llantas y un extraño sobre coloreado de amarillo, que daba la impresión de haber sido blanco, pero ahora estaba viejo y carcomido.

Natán sacó todo de la caja prestando más atención a aquel sobre misterioso. Aún estaba sellado y conservaba las postales intactas. Natán se sentó en la cama. Trató de recordar si alguna vez le había entregado ese sobre a su abuela y si lo había hecho, ¿De quién era? Intentó abrirlo con las manos temblorosas presintiendo que quizá no le gustaría ver lo que estaba adentro. Rasgó él papel y este voló al piso por la fuerza que le había aplicado. Lo recogió nervioso y volvió a sentarse. Poco a poco fue descubriendo una fotografía. Estaba casi destruida por el tiempo, pero aún se notaban las personas que extrañamente fue recordando al mirarla.

Sintió que la cara se le encendía. No había una razón para encontrar aquella imagen en ese caja, ¿Por qué la abuela la corsevaría ahí? Y como si fuera para él, ¿Por qué no había abierto el sobre?

Miró a dos personas mayores y dos niños, uno de ellos era él. Al ver al hombre de la foto se le encogió el corazón, por el rencor, él remordimiento y un rechazo profundo que no sabía que le guardaba hasta ese momento. Miró a la mujer, apacible, con un corazón diferente, pero incapaz de defenderse a sí misma ni de defenderlo a él. El otro niño, estaba sonriendo con un conejo de peluche en la mano derecha ¿Cómo olvidar su propio rostro?, ¿Cómo olvidar sus gritos de dolor?, ¿Cómo ignorarlos si aún en ese momento los recordaba vívidamente?

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora