El aire frío y la neblina cubría el paisaje anunciando el invierno. Esos días dónde la chimenea permanece encendida y todos prefieren quedarse adentro. Aparecían pedazos de hielo pegados en las ventanas o colgando de los techos, y aunque nunca caía nieve, el viento era tan frío como si lo hiciera. Por esos días, se cancelaban las salidas y la asistencia en la iglesia disminuía.
Betsy se sentó a esperar a su hermana en la estación de metro. Sacó un libro de la mochila que sostenía sobre las piernas, y lo abrió en la página doce para seguir el hilo de la lectura. Antes de proseguir observó a su alrededor para ver si había algún indicio de Andrea. No estaba por ninguna parte.
Sentía que el frío iba a consumirla, a pesar de llevar un abrigo lo suficientemente hermético. Hacía casi diez minutos que Andrea se había ido al baño después de volver del centro comercial. Betsy conocía muy bien a su hermana, sabía que tardaría un poco más, así que se relajó y tomó el libro con ambas manos, lo puso frente a ella y continúo leyendo.
Después de dos líneas levantó la vista hacia un tren que acababa de detenerse. Observó la gente como salía y entraba. Comenzó a preocuparse, si Andrea tardaba más, el tren podría irse y no llegarían a tiempo. Se hizo un tumulto de personas alrededor, Betsy no podía ver más que cuerpos pasando. El tren que recién había llegado, se acababa de ir y al momento la gente se fue dispersando. Betsy miró la hoja del libro que sostenía con detención, buscando el lugar exacto donde había quedado. Antes de que pudiera darse cuenta una voz la interrumpió.
—Disculpa, ¿podrías darme la hora?. Tengo mi celular apagado.
Betsy volvió a mirar a lado derecho de su asiento. No sé concentró en el desconocido que le hablaba, en vez de eso, sacó su teléfono y miró la hora.
—¡Dios mío!
Cerró el libro y lo metió rápidamente en la mochila. Intentó lo mismo con el teléfono pero se le resbaló de las manos y salió rodando hasta quedar al borde de las vías. El desconocido se levantó junto con ella y corrieron al mismo ritmo hasta el aparato. Él lo tomó primero antes de que ella se inclinara. Se lo extendió y Betsy lo tomó algo nerviosa.
—Gracias.
—De nada. Un poco más y cae en las vías.
—Sí—respondió Betsy antes de guardar el teléfono en la mochila.
El desconocido se giró y dió un paso hacia los asientos.
—Las nueve—dijo Betsy.
Él se giró otra vez y la miró confundido.
—Las nueve y cuarenta y seis. Me pediste la hora.
—Ah sí—respondió el desconocido sonriente.—Gracias.
Betsy lo observó más detenidamente mientras caminaban hasta los asientos. Era un joven de veintitantos, solo un poco menos rubio que ella, con una bufanda negra y un abrigo grisáceo. Además de eso notó que llevaba alguna clase de instrumento y un bolso colgado de lado.
Se sentaron dónde habían estado antes, pero sin mirarse y sin decir nada durante algún tiempo. Fue él quien rompió el silencio volviendo a hacer la misma pregunta.
—Disculpa, ¿podrías darme la hora?
—Nueve y cincuenta y dos.
Él muchacho volvió a mirar a Betsy mientras ella sacaba el libro nuevamente.
—¿Esperas a alguien?—preguntó el desconocido.
—A mi hermana—dijo ella sin mirarlo.
—Se ha tardado, ¿no?
Betsy pasó los dedos por la página del libro buscando dónde debía continuar. El desconocido siguió observando cada uno de sus movimientos mientras esperaba una respuesta.
—Sí, ella siempre es así.
—Entiendo.
Aunque Betsy no estaba preocupada, se dió cuenta que aquel desconocido estaba algo ansioso. No quiso preguntarle nada. Era la primera vez que lo veía, además, su padre le había dicho que no fuera imprudente, que no le diera confianza a los extraños y Andrea se iba a enojar si se enteraba que ella estuvo hablando con un desconocido. Betsy volvió a mirarlo de nuevo, este movía un pie nerviosamente para un lado y otro y se frotaba las manos de vez en cuando.
—¿A dónde te diriges?—preguntó Betsy.
—En realidad...—se quedó él analizando un momento.—este es mi destino final.
—¿A sí?
—Solo estoy considerando si debo regresar por donde vine o seguir adelante.
—¿Sí?
—El tren de regreso sale a las diez.
—¿Y por qué ibas a regresar?
—No estoy seguro.—dio un suspiro largo.
—Pero tampoco estás seguro de quedarte.
—Así es. Es una larga historia, no quisiera molestarte con eso. Me vine sin pensar y me arrepentí en el camino.
—No sé quién eres, ni de dónde vienes, ni a qué venías aquí. Solo digo, si huyes de algo, eso no está bien.
—Soy Matías—le mostró una sonrisa—vengo del sur, y no vengo de huida precisamente. Más bien, si regreso estaría huyendo.
—Entiendo, si te da miedo aquí no deberías sentirte así, es un lugar tranquilo con buenas personas.
—Créeme, no es el lugar, ni las personas.
—Podría ayudarte—se mostró simpática —soy Betsy.
Ella le tendió la mano y él la tomó con una leve sonrisa en el rostro.
—No puedes ayudarme, nadie puede.
—Nada es imposible... ya sabes que Dios...
—Betsy—interrumpió Andrea.
—Hey—se levantó Betsy del asiento.—¿Por qué tardaste tanto?. Un minuto más y nos deja el tren.
—Tuve problemas con el ascensor.
—¿El ascensor?, ¿Estás bien?
—Sí, usé las escaleras y luego tuve que buscar otra salida.
—Está bien.
Justo en ese momento se detuvo el tren. Andrea tomó unas bolsas de compra que estaban al lado izquierdo de Betsy y caminó hacia el tren. Betsy se colocó la mochila en la espalda y siguió a su hermana. Antes de dar un paso hacia adentro, recordó al desconocido que había estado junto a ella. Miró hacia atrás y este también respondió a la mirada. Como una despedida o como una señal de que había sido un placer. Betsy entró al vagón y la puerta se cerró antes de que pudiera echar otro vistazo.