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Después de finalizada la ceremonia, el público volvió a levantarse y aplaudió calurosamente.
Natán notó la figura de Betsy de pie adelante, con un vestido rojo un tanto descubierto en la espalda pero que no le quitaba lo elegante. Aplaudió con el público sin apartar la vista de la asombrosa contemplación. Cómo ver el cielo en una noche estrellada, como ver el mar al amanecer.

Dio la vuelta luego mientras la gente pasaba a la recepción, dónde estaría la cena y la fiesta. Salió en medio de la multitud y miró atrás una sola vez. Quería irse lo antes posible, y ojalá que nadie supiera que estuvo ahí.
Se quedó un momento recostado en el auto con las manos en los bolsillos, admirando las luces y la decoración. La noche había llegado, solo era notable una luna en cuarto menguante.

—Natán—escuchó decir.

Levantó la vista y vio al padre de Betsy parado cerca de él.

—¿Qué haces aquí hijo?, Vamos adentro.

—No, está bien, estaba yéndome.

—¿Pero qué tonterías dices?, no puedes irte así.

—Yo...tengo que irme, de verdad.

—¿Cómo te atreves a rechazar al padre de la novia?, Vamos.

Natán lo siguió adentro de mala gana. Había mesas en todo el salón, señaladas para cada familia. El señor lo llevó hasta una mesa doble dónde estaba la familia de los novios, había unas quince personas en total. Natán quería volver pero ya era muy tarde, estaba adentro y toda la gente se estaba fijando en él.

El señor le mostró una silla vacía a la par de Andrea y junto a él. Natán se sentó tímido sin notar quién tenía enfrente o alrededor. Tomó los cubiertos y los acomodó a su derecha para dejar espacio en la mesa, se arreglo el cuello del saco y trató de mantener la compostura hasta que percibió unos ojos sobre él.

Betsy estaba de frente, con una sonrisa, aunque no de aquellas verdaderas que provocaban una hipnosis. Era una extraña manera de sonreír, nueva e indecifrable.
Si bien Natán parecía fuera de lugar, como un pez fuera del agua, vestía de traje como la gente normal que va a una boda, estaba elegante y formal como nunca antes alguien lo haya visto. Se notaba el corte de cabello reciente y que aparte de eso se hubiera peinado.

Él notó el rojo radiante y como lucía tan bien en la tez pálida de Betsy y el dorado de su cabello que descansaba hacia un lado con ondulados risos.
Natán era como un príncipe, sin el azul de siempre, más bien con la humildad y la sencillez que lo caracterizaban, pero además con un poco de estética exterior.

Betsy no podía evitar dejarse llevar por la atracción. ¿Qué importaba lo que los hombres pensaran o como actuarán?, el ser que estaba frente a ella era como una pieza de rompecabezas que encajaba perfectamente en su corazón.
¿Cómo ignorarlo?, y no era solo porque estuviera de frente, hubiera tenido la misma reacción aunque fuera a la distancia.

La conversación perduró entre las familias hasta la hora del vals. Andrea y Erick salieron a la pista como función principal para bailar una canción de bodas. Después de que los novios hicieran su presentación toda la gente se unió a bailar, especialmente las parejas.

Natán se aburrió rápidamente y entendió que nada de aquello era de su interés. Salió nuevamente escabullido, está vez por la puerta de atrás. Caminó por el pasto hasta donde la música era leve y la luz opaca. Había afuera un pequeño kiosko decorado con luces doradas iguales a las del salón. Se sentó en una banca solitario, esperando a que todos se fueran pronto, pero aún después de media hora la fiesta parecía continuar.

Se estaba quedando dormido al son de las notas de romanticismo que apenas se podían oír. Permanecía con la cabeza recostada contra una columna y los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos en el piso casi a punto de cerrarlos. Escuchó de repente unos pasos y levantó la mirada de inmediato.

—¿No bailas?, ¿Eres tan conservador?—dijo la entrepida Betsy de vestido rojo entrando al kiosko.

Natán se suspendió y como por arte milagroso la soñolencia se le esfumó. Se puso de pie y esperó a que ella se acercara.

—No es eso.

—Entonces...—cuestionó deteniéndose cerca de él.

—No me gusta estar con tanta gente.

—Aquí no hay gente, soy solo yo.

Natán observó el simpático rostro a la luz de las luces doradas. Ella le tomó una mano y se la puso en su cintura, él no se opuso y prosiguió a entrelazar sus dedos en la otra mano.

—Aquí tampoco hay música—dijo Natán.

—Si haces silencio tal vez logres escucharla.

—Nunca he bailado en mi vida—la miró.

—¿Podrías dejar de poner excusas?

Natán hizo leves movimientos de un lado a otro intentando no quedarse congelado. Betsy sonreía de la misma forma que en la mesa, poniendo una intriga en la mente de Natán.
Podría decirle en ese momento lo preciosa que se veía, más aún con aquella sonrisa, cada vez que lo hacía los ojos se le cerraban casi totalmente y se le formaban unos camanances alargados en las mejillas. Podría expresarle lo hermosa que era, pero quizá estaría cansada de escucharlo aquella noche y no sería nada extraordinario oírlo.
Betsy no entendía como él no se daba cuenta de lo atractivo que se veía, y era mejor que no llegara a saberlo, eso le daba un grado más de elegancia. No era el traje negro, aunque tenía algo que ver, de alguna forma eso le hacía darse cuenta de la intensa atracción que le provocaba.

—¿Sabes por qué sonrío?—dijo Betsy deteniendo el movimiento.

—No lo sé, pero ojalá siga sucediendo.

—Sonrío porque estás conmigo. Cuando estás cerca encuentro una razón para ser feliz.

Natán no podía contenerse al escucharla decir aquello, era mejor que cualquier melodía o cualquier canción.
Le dió media vuelta y la atrajo hacia él de espaldas, con ambos brazos alrededor de la cintura y sin soltarse las manos. Estaba tan cerca que podía sentir su olor, uno que enamoraba en un solo suspiro.

Natán no encontraba la manera de darle la vuelta otra vez. Fue Betsy la que se giró quedando de frente a la misma distancia. El movimiento casi hizo que callera, pero él la detuvo muy fuerte contra sí mismo.
Ninguno se movió durante algunos segundos hasta que notaron que la música se había detenido hacía mucho tiempo.

—Nunca dejes de sonreír, por favor—le dijo Natán.

—¿Por qué?

—Debes darle honor al nombre.

—¿Solo por eso?—se río Betsy.

—No.

Betsy lo miró a los ojos, y aunque probablemente ya lo había hecho, era la primera vez que notaba lo maravilloso de aquella mirada. No había malicia ni confusión, eran ojos llenos de confianza y honestidad. Quería perderse en ellos y permanecer así.

—¿Cuál sería otra razón?

Natán la soltó y se alejó un poco sin dejar de mirarla fijamente. Conocía muy bien la respuesta, lo duro sería expresarlo.

—Creo que la fiesta ha terminado.

Volvieron juntos adentro sin hablar más, como si nada hubiera sucedido. Y él así lo prefería.

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora