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Después de una noche cansada, lo único que Natán quería era tumbarse en la cama y dormir profundamente. Se quitó el saco y lo colgó en el armario, luego intentó quitarse el corbatín, lo soltó y se lo dejó colgando mientras se sacaba los zapatos. Un golpe fuerte en la ventana lo hizo suspenderse asustado en medio de la soñolencia.

Corrió la cortina y abrió la ventana dando un largo bostezo.
Betsy estaba del otro lado recostada, esperando ansiosa a que él respondiera. Natán miró hacia abajo antes de verla a ella. Había un tacón tirado, el que probablemente fue lanzado y recordaba que Betsy había usado en la fiesta.

—Hola—dijo ella casi en susurro.

—¿Betsy?, ¿Qué haces?

—Intento hablar contigo.

—Bueno, podrías... hablarme mañana o enviar un mensaje al teléfono, no tienes que hacer eso, con este frío.

—Por teléfono, uno termina diciendo cosas estúpidas. Bueno, casi siempre me pasa hablando personalmente, pero me refiero a cosas estúpidas e irreparables.

Natán no respondió nada, sabía que de todas formas no le haría caso, y que ahora solo bastaba darle atención.

—Ahora tendré esta habitación—siguió señalando hacia adentro.—podras hablarme por la ventana cuando quieras, puedes arrojar un zapato y estaré aquí.

—Betsy, no tengo tantos zapatos.

—Lo que sea... está bien.

Betsy miró el corbatín alrededor del cuello de Natán y se le ocurrió una idea.

—¿Qué tal el corbatín?

—No lo creo—dijo él tomándolo entre las manos.

Ella entró a la habitación y buscó en los gabinetes del armario. Sacó un par de medias y las amarró para unirlas.

—Esta es mi parte—dijo mostrándolas a Natán.

Las lanzó para que él las tomara y añadiera el corbatín también, así el puente sería lo suficientemente largo para unir las dos casas. Natán hizo como ella le pidió y amarró el corbatín a las medias y luego en la ventana. Betsy hizo lo mismo del otro lado y añadió una campanita con un hilo, la cual sonaría cuando Natán moviera el puente. Igualmente él colocó un adorno de metal de su lado para que funcionara como timbre.

Betsy probó el experimento y se sintió satisfecha con el resultado. Natán no parecía tan emocionado pero entendía que significaba algo para ella, así que siguió el juego.

Betsy volvió a su cuarto por esa noche, se mudaría al antiguo cuarto de Andrea en la mañana. Siempre había querido quedarse ahí, desde que era pequeña insistía en dormir con su hermana o permanecer ahí a la hora de jugar, pero sus padres no le permitían, para que fuera más independiente en su propio cuarto. El sueño por fin se haría realidad y no era que estaba feliz de que Andrea se fuera, surgían claramente sentimientos encontrados, pero tampoco podía evitar la emoción de adueñarse de la habitación.

Después de ponerse la piyama colocó su vestido rojo con la ropa sucia. Al tirarlo descubrió que aún guardaba un recuerdo de aquella noche fría y triste. Levantó la ropa que estaba encima y pudo ver claramente el abrigo y la bufanda de Natán. Recordó todo, hasta el más mínimo detalle, su infortunio y la dicha de encontrarlo en aquella parada.

Tomó el abrigo en sus manos y lo apretujó, luego la bufanda mientras hacía memoria de cómo Natán se la había colocado, despojándose de su propio abrigo para dárselo a ella. ¿Qué clase de hombre era aquel? Se preguntaba Betsy, le resultaba digno de admiración. No sabía mucho acerca de él y no podía deducir a simple vista su totalidad. Era interesante y a la vez tan sencillo que se volvía un acertijo, un enigma fascinante de averiguar.

Aunque Betsy no era conciente del interés tan fuerte que había nacido en ella hacia Natán, estaba convencida de que sus respuestas llegarían de una u otra manera o simplemente al sonido de una campana.
Se acurrucó en la cama abrazada a las prendas que sostenía, ni siquiera pensó en una manta para ponerse encima, estaba agotaba y no soportaba más los giros de su mente.
Todavía podía sentirse el olor impregnado en el abrigo, aunque muy leve, lo suficiente para sentir que él estaba cerca. Hacía memoria del último abrazo, del baile y aquella nueva figura que nunca olvidaría. El chico del traje negro en la boda de su hermana, aunque diferente parecía ser el mismo joven humilde de la casa de al lado.

Betsy se despertó con los primeros rayos del sol, la primavera parecía tomar lugar cada vez, aún así el frío del invierno permanecía. Sintió el aire helado que se colaba en la habitación, descubriendo así que no tenía una manta. Miró alrededor pero solo encontró la ropa que todavía sostenía. Tomó el abrigo y se cubrió sin dar más importancia.

Natán se levantó más temprano de lo habitual, antes de ir al trabajo quería pasar a ver una casa en el centro de la ciudad, para saber si sería de su agrado y comprarla. Mientras se arreglaba la camisa frente al espejo escuchó el sonido de la campana en la ventana. Respiró profundo, dió un vistazo al espejo nuevamente y se dirigió a abrir.

—Hey, aún estás ahí.

—Buenos días—dijo Natán nervioso.

—¿Sabés que día es hoy?

—No.

Natán la miró desaliñada acabada de levantar, pero aún eso le parecía hermoso. Se fijó en todo aún lo que traía puesto descubriendo su propio abrigo y su bufanda encima de Betsy.

—Es el primer día usando nuestro puente.

—Eso... y ese es mi abrigo—señaló sonriente.

—Lo es—dijo Betsy mirándose a sí misma.—pero no puedo devolverlo ahora, hace frío y no creo que quieras que muera de frío.

—No, claro. No importa, puedes usarlo.

—No me lo voy a quedar, lo prometo, además es muy grande para mí, me daría vergüenza usarlo en público.

Natán le sonrió más como respuesta a su ocurrente comentario. Miró el reloj y vio que se hacía tarde, si se quedaba más no llegaría a tiempo.

—Debo irme.

—Está bien, pero volverás en la noche, ¿Cierto?

—Cierto.

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora