Betsy llegó a saberlo un día. Él tocó la campana y ella abrió la ventana. Natán parecía estar en shock, pero sólo sonrió y la miró extraño.
—Hola—dijo con la voz apagada.
—Hola—respondió ella seria.
—Buenas noches—apenas pudo mencionar. Cerró la ventana bruscamente dejando a Betsy en un limbo del otro lado.
Se recostó en la pared y se tomó la cabeza con ambas manos. Era incapaz de decir algo, la miraba y la voz se le iba, la palabras escaseaban.
Betsy miró la sombra a través de la cortina por la luz encendida de la habitación. ¿Qué sucedía con él?, lo primero que pensó es que tal vez estaba molesto por algo y no quería decirlo y luego concluyó que quizá quería pedirle el abrigo. Betsy se puso su gorro y una gabardina, tomó el abrigo y bajó las escaleras corriendo.Natán escuchó el timbre de la casa que ahora le era conocido. Bajó muy lento y sin interés, de todas formas posiblemente alguien se había equivocado de casa, no tenía sentido que lo visitaran y menos a esa hora.
Abrió la puerta y se quedó estático, las manos comenzaron a temblarle, seguro de que no era por el frío. No podía hablar ni decir nada en absoluto. Miró a Betsy frente a él y no podía evitar dejarse llevar.
Ella tomó el abrigo de Natán que traía, se acercó y se lo puso a él encima. Se vieron a los ojos, ambos fascinados el uno con el otro y aunque no se notaban los detalles del rostro por la oscuridad de la noche, podían distinguir las dos caras mirándose fijamente.
—Betsy—susurró Natán.
El abrigo se resbaló de su espalda y Betsy respondió rápidamente a sostenerlo. Quedó rodeando a Natán con ambos brazos y tan cerca que solo había espacio para retroceder. Pero no lo hizo, más bien se acercó más en su intento de no dejar caer el abrigo.
Betsy dio un paso adelante casi rosando la mejilla de Natán para colocar el abrigo de nuevo encima.
Él acercó su rostro hasta pegarlo con el de ella. Betsy se paralizó al sentir su respiración tan cerca, su olor y su piel.Natán se sentía indefenso sin poder controlarse, no quería distanciarse y no lo haría. Betsy giró el rostro hasta chocar su nariz con la de él. Cerró los ojos sosteniendo la respiración y cerrando con fuerza las manos que agarraban el abrigo.
Natán le dió un beso en la mejilla que duró unos cuantos segundos. Betsy lo miró y se rindió con el abrigo dejándolo caer definitivamente. Podría verlo a los ojos toda la vida y no se cansaría de admirar su profundidad. Tomó el rostro de Natán con ambas manos, teniendo aún la sensación del beso en la mejilla.—¿Qué querías decirme?—preguntó en voz baja.
Él no podría responderle aunque quisiera, estaba perdido en su mirada y no quería ser encontrado nunca más. Betsy esperó a que él hablara, a eso había llegado y no se iría sin escucharlo.
—Puedes decirme.
Ella ya lo sabía, por su mirada, por el beso y por todo lo demás, pero también entendía que él no sería capaz de decirle.
—No puedo estar sin ti—dijo Betsy—cuando estás lejos me siento incompleta y cuando estás cerca soy la más feliz.
—¿Qué dices Betsy?.—se extrañó él.
—Eres la razón de que sonría, la razón de mi alegría...
—Betsy...—dijo Natán negando con la cabeza.
—Me gusta todo de ti. Cuando me miras, cuando hablas, me gustas en cada parte Natán.
—Betsy no digas cosas absurdas.—dijo y tomó las manos de Betsy para quitarlas de su rostro.
—No es absurdo, es lo que siento.
—No está bien lo que dices—replicó retrocediendo.—No debes.
—Pero pensé que tú...
—No es así Betsy...
Ella estaba confundida por la reacción de Natán, tan repentinamente había cambiado su actitud.
—Pero creí que sentías lo mismo.
—No quiero más de lo que ya tenemos. Es suficiente.
—Yo esperaba otra respuesta de ti.
—Betsy yo no soy para ti, debe haber alguien más a tu altura, sólo mírame.
—¿Qué quieres que mire?, ¿Qué te menosprecias?—alzó la voz sin contenerse, sintiendo dolidas sus emociones— Si tan solo te vieras con mis ojos entenderías.
—Betsy no, basta, por favor. No quiero lastimarte.
—Ya lo hiciste—dijo con voz apagada y temblorosa.
Se dio la vuelta y bajó las escaleras. Natán la siguió y la tomó del brazo detrás.
—Betsy.
—Elizabeth.—respondió—me llamo Elizabeth.
Betsy entró a su antigua habitación y se tiró en la cama de espaldas mirando el techo. No comprendía nada de lo que había pasado, podía estar casi segura de que Natán estaba tan enamorado como ella, pero la había rechazado de esa manera de un momento a otro. Acarició su mejilla dónde había recibido el beso, aunque ahora solo podía recordarlo le parecía lo más especial del mundo. Tal vez había sido apresurada, quizá no se expresó correctamente. Le dolía su reacción, pero de cierta forma encontraba consuelo en las mismas palabras dichas por él. Probablemente Natán no asimiló su confesión y tuvo miedo o en otro caso no sentía nada por ella. Prefería aferrarse a lo primero y no abandonar la esperanza.
Natán se acurrucó abrazando sus rodillas en el piso recostado sobre la cama. Quería levantarse y correr a ella, decirle todo lo que sentía, ser valiente por una vez, dejar de lado todas sus inseguridades y las marcas del pasado. Pero eran cicatrices tan visibles y ostentosas que no se ignoraban con facilidad.
La amaba más de lo que ella podía imaginar, ella estaba grabada en las fibras más profundas de su corazón, pero no podía soltar las sombras del abandono, del rechazo y la soledad.
Se quedó ahí esperando encontrar valor, buscando las palabras adecuadas para disculparse y decirle la verdad. El beso había sido para él un estúpido impulso, ni si quiera era la mejilla su objetivo. Había sido lo más tonto dejarse llevar de esa manera. De cualquier forma, nunca lo olvidaría, así como las palabras de Betsy que aún no conseguía asimilar.
