Aleksandra va en busca de su más grande sueño: ser la mejor organizadora de eventos del mundo. Y para ello, necesita deshacerse de todas las ataduras de su presente y volar kilómetros desde Londres hasta México. Un lugar que será su crecimiento hast...
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Camino con rapidez por la sala de espera. Han sido unos minutos desesperantes. Los nervios me recorren y soy de las personas que cuando están en una situación así, es mejor resolverla lo antes posible, porque luego estás angustiada por saber lo que va pasar. Es por ello, que siempre soy voluntaria, ya que no me gusta tener que esperar, necesito hacer las cosas de manera rápida antes que los nervios me consuman. Así que sin más, salgo por las puertas de aquella estresante sala. Observo a las personas y me alegro por ver un ambiente completamente diferente. Algo cálido se esparce por cada rincón.
Sí, esto es México. Y es increíble la primera impresión que tengo.
Visualizo los carteles de bienvenida que tienen las personas detrás de las mallas. Los guardias empujan a algunas personas para que mantengan su distancia. La algarabía y los gritos que hacen son escuchados hasta la pista de aterrizaje. Y no miento. Sonrío por las palabras en español que reconozco y mi cuerpo se llena de emoción. Todas mis clases han servido, y agradezco ser una desesperada por aprender todo lo que puedo y no parar hasta lograrlo.
Una mujer bajita pasa corriendo por mi lado y me empuja en el proceso, observo como se lanza hacia un hombre de su mismo tamaño y los gritos de las personas que lo acompañan no tardan en hacerse notar. Camino sonriendo por la escena, pero mi sonrisa no dura más. Mi cuerpo se tensa y mi corazón empieza a latir de manera desbocada cuando una voz me llama por mi nombre:
― ¿Aleksandra?
Giro de manera lenta con el corazón prácticamente en la boca y me encuentro con un hombre de cabello castaño, ojos marrones, con bigote y vestido con una playera colorida. Me observa confundido por mi evidente recorrido hacia su persona. Alejo la vista nerviosa porque este hombre no es mi padre.
―Hi... no, yo... sí. ―Digo sin saber cómo reaccionar y plantarme de manera firme.
― ¿Habla español? ―pregunta con una voz extremadamente fresca y relajada.
―Yes... es decir, sí. ―Digo queriendo golpearme por parecer estúpida.
― ¿Es usted la señorita Aleksandra Montalván?
―Sí.
―Bien, acompáñeme. Yo la llevaré con el señor Montalván. ―Dice y extiende su brazo para indicarme el camino. Se da la vuelta en cuanto asiento y empieza a caminar sin dirigirme la mirada. Llegamos hasta una camioneta enorme, de color negro y con lunas polarizadas. Mis ojos brillan por el enorme tesoro que tengo ante mí. Soy una mujer que adora las motos, pero este auto parece sacado de esas películas de acción en donde trasladan a gente importante. Subo a la camioneta en cuanto el hombre bajito abre la puerta y me señala para entrar. El interior es precioso, y el olor a tabaco dentro del vehículo es fuerte, pero no me desagrada.
―Oh, disculpe, he estado fumando mientras la esperaba. ―Dice el hombre mirándome por el espejo retrovisor.