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Claude se encontraba en Nantes, específicamente en la antigua casa de la familia Frollo, su propósito no era otro que ir en busca de joyería para su futura esposa. Estaba seguro de que el collar de su madre sería de agrado a Camile y la haría resaltar el día de su boda. Después de todo era su mujer y merecía lo mejor.

-Amo, ¿ha encontrado lo que buscaba?- Alonzo pregunto mientras acompañaba a su señor fuera de la bóveda familiar.

-En efecto. Alonzo, quiero que guardes con tu vida esto.- Claude le extendió una caja aterciopelada a su sirviente.- La protegeras con tu vida de ser necesario, hasta llegar a París.

-Como usted mande mi señor- Alonzo tomo con delicadeza aquella caja y la guardo entre su ropa-¿que es exactamente?.- Alonzo dio un pequeño sonresalto al hablar de esa forma a su señor, él sólo era un sirviente y no tenía el derecho de cuestionarle.

Esperando algún castigo por parte del ministro, Alonzo bajo la cabeza con temor. Sin embargo, Claude reaccionó de buena forma, esbozado una ligera sonrisa respondió lo más tranquilo.

- Lo que guardas es algo sumamente valioso en mi familia y ahora pasara a mi esposa.- Claude respondió con felicidad, aclarando su garganta dio por terminada aquella plática - Pasaremos la noche aquí, por favor atiendan a los caballos y no me molesten hasta la hora de cenar.

El ministro camino por los pasillos en dirección a la biblioteca, ondeando aquella túnica tan común en él.
Alonzo permanecía estático en las escaleras aún sin poder dar crédito a lo que había escuchado. "¿Por favor?", el ministro había pedido de manera educada algo. Claramente el ministro poseía un lenguaje y modales refinados, pero en 30 años a su servicio. Alonzo no recordaba específicamente cuando fue la última vez en que el juez uso dichas palabras de manera sincera y no sarcástica.

Definitivamente su señora estaba hablando el caracter del ministro.

....

Camile regreso a su habitación, por alguna razón las palabras de Leroy aún seguían en su cabeza, ¿Humor de perros?, claramente ella no era de esa forma, su carácter era fuerte, lo admitía, pero no tenia comparación al de su esposo. Claude sabía imponerse a donde fuera y eso le agradaba. Aunque debía admitir que ciertas veces era un tanto irracional, prueba de ello era Alonzo, el pobre hombre no era alguien que debería ser tratado de esa forma, ya discutiría aquello con Claude más tarde.

Una vez llego a su habitación, se dejó caer exhausta en la mullida cama, estaba nerviosa por la ceremonia. Sabía de sobra que su padre le visitará, seguro ya debió de haber notificado aquello con Alonzo, o quizá, como era su costumbre llegaría de improviso.

...

-Leonardo, ¿muchacho ya terminaste?- Giovanni llamaba con insistencia al joven pintor.- Por Dios Leonardo, ¡ni mi hija demora tanto!.

-No recuerdo haber aceptado esta solicitud- Leonardo terminaba de colocarse la boina roja que tanto lo caracterizaba.

Tonterías!¡Serás tú quien inmortalice la sonrisa de mi hija junto a mi yerno!- Giovanni daba fuertes palmadas a la espalda del pintor- Anda Leonardo, ¡no te duermas nuevamente!.

-¡Son las tres de la mañana!- Leonardo miró con molestia a Giovanni- ¿Qué necesidad hay de que esté despierto ahora?, partiremos a medio día.

-¡De ninguna manera Leonardo! Partiremos ahora mismo, date prisa y baja a los establos.- Giovanni abandonó la habitación del pintor.Leonardo dio un suspiro y se tiró nuevamente en la cama.- ¡LEONARDO!

Minutos más tarde, Leonardo se encontraba junto a Giovanni en los jardines. Una vez empacados los lienzos y las pertenencias de ambos hombres, los jinetes emprendieron el viaje hasta París. Durante el viaje Giovanni no dejaba de parlotear sobre lo emocionado y orgulloso que estaba de Camile. Su hija, su pequeña niña ahora era una mujer, la esposa del ministro francés.

-¡Sólo faltas tú muchacho!- Giovanni dio una fuerte palmada al hombro de Leonardo-  ¿Lo has pensado ya?.

Claramente dicha pregunta tomo por sorpresa a Leonardo, ¿Por que tanto interés de pronto?. Miro a Giovanni con una ceja levantada.

-¿Pensar qué?- Leonardo fingio hacerse el desentendido, lo que menos quería ahora era tener que lidiar con las experiencias amorosas de Giovanni.

Giovanni soltó una carcajada e inmediatamente  comenzó a mover las cejas arriba y abajo.

-Leonardo, no finjas ignorancia. Sabes bien a lo que me refiero.- 

Con calma, el patriarca de los Medicci empezo a explicar con esmero el arte de la seducción femenina. Ganando la atención de unos cuantos guardias que ansiosos por conocimiento agudizaron el oido. Era bien conocida la reputación como amante del señor Medicci en juventud.

¿Quién no tomaría un consejo suyo ?






























Respuesta, Leonardo.

Ignorando descaradamente a Giovanni, Leonardo se cuestionó para si mismo las acciones de Camile, el ministro sin duda tenía interés en ella. Y aunque Camile lo negara empezaba a sucumbir bajo el hombre. Era reconfortante ver como superaba el pasado y se permitía ver al futuro. 

La información que reunió sobre Claude Frollo era impresionante, ese hombre era excepcional. Bastaba leer su biografía para saber lo inteligente y astuto que era. Si bien tuvo algunos tropiezos, estos no eran nada comparado al orden que instauró a su llegada.

Un buen candidato. Una pieza indispensable y que seguro haría resaltar más a los Medicci. Analizando entonces las conexiones que beneficiarian a Florencia, tenía tres posibles compromisos.

Michelleta Cortázar, Gabina de Vera  y Angelina Rosseau. Cada una más mimada que la otra, de gran belleza eso si. Pero molestas al fin y al cabo.

Seguro terminaría por comprometerse con una mujer de cuna noble, fastidiosa, altanera, ignorante y arrogante. Pero rica. A quien le interesa si es el mismísimo Satanás o no. El poder estaba de por medio.

LA CODICIA DEL MINISTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora