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—Tú no eres bienvenido —habló fríamente.

—Tal vez mi hijo no piense así —él replicó en el mismo tono hostil.

—Entonces, ¿por qué no vuelves, en digamos dos horas? —ella sugirió—.

James ya habrá despertado, con certeza.

Ella estaba lista para cerrar la puerta, cuando los ojos de él brillaron de furia.

—Si cierras esa puerta vas a arrepentirte amargamente —él la amenazó.

Pansy suspiró, odiándose por dejar que Harry la intimidara.

La tensión entre ellos aumentó.

No se soportaban el uno al otro, y ninguno de ellos intentaba esconder eso.

—Pensé que era absolutamente obvio que necesitamos conversar antes que James despierte —Harry habló con resentimiento—.

¿Por qué otra razón yo golpearía a tu puerta a esta hora?

Aunque Pansy detestara admitirlo, él tenía razón.

Sin embargo, ella continuó impidiéndole entrar.

Los viejos hábitos eran difíciles de cambiar, y rehusarse a darle a Harry, aunque fuera un centímetro de ventaja, se había hecho más que un hábito, era un principio.

—Fuiste tú quien me telefoneó, Pansy, —él prosiguió—.

Lo que percibí en tu voz me dejó preocupado, y vine.

¿Podrías ser más gentil? —sugirió—.

¿Admitir, al menos, que merezco alguna consideración por haber venido?

Pansy, de mujer orgullosa e intransigente, se transformó súbitamente en una niña avergonzada.

Se alejó de la puerta sin pronunciar una palabra, con los ojos bajos, permitiendo que el hombre que fue su marido por seis largos años entrara en su casa por primera vez.

Él entró lentamente, pues también debía percibir la importancia de aquella ocasión.

De súbito, estaba frente a ella, llenando el angosto vestíbulo con su poderosa presencia.

Pansy sintió la tensión crecer dentro de ella, mientras absorbía, literalmente, la altura de Harry, su cuerpo musculoso, toda la superioridad física en relación con ella.

Sentía el olor de la piel de Harry, las vibraciones que emanaban de él, y sabía que todo aquello podía ser muy peligroso.

Hace seis años, bastaba una mirada para que ellos cayeran en los brazos del otro, desbordados de deseo.

En aquel momento, aún después de varios años como enemigos, ella sintió el deseo comenzando a tomar cuenta de su cuerpo.

Diablos, maldijo silenciosamente, sin saber si maldecía su propia flaqueza o a Harry, por ser el animal sexual que era.

—Por aquí —indicó ella, alejándose para que sus cuerpos no se tocaran.

Lo condujo a la sala de estar y se paró delante de las cortinas cerradas.

Harry observó silenciosamente el cuarto.

Alfombra y cortinas verdes, dos pequeños sofás, una televisión, un par de mesitas y un estante de libros componían el ambiente.

En un lado especialmente arreglado para James, juguetes y libros se apilaban encima y alrededor de una mesita baja.

Todo muy, muy organizado y simple.

La VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora