Capítulo 21: el pajarito

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Daniel recuerda la historia de cómo se conocieron sus padres. Entre canciones y un baile, uno que su madre nunca olvidaría porque durante sus aniversario era lo primera que hacían. Bailar esa canción a todo volumen y el solo se precipitaba a ver por las escaleras, conmemorar su infinito querer, prometiéndose amar a una persona así...en un futuro.

Ese breve recordatorio que olvido con el paso del tiempo apareció de improviso cuando despertó a lado de Hanna. Su blusa se había desabrochado, permitiendo ver el inicio de sus pechos pintados como caramelos de miel. De manera inmediatamente perdió su vista de ese lugar, sentándose en el borde de la cama.

Pero dentro de su mente rebotaban esos pensamientos impertinentes, acelerando su pulso por acercarse.

Bellísimo y sublime. Podría ser censurada y no moralizada para sus ojos. Su pecho bombardeaba culpa y excitación.

Lo único que pensó para calmar su frenesí seria alejarse del mismo espacio que ocupaban, pero no pudo evitar volver con ella. Esa vista culpable y con la suficiente energía para no dejarla de mirar. Descubrió que su blusa resbalaba de sus hombros, desnudándolos y la brisa de su cabello negro cubriendo esas mejillas morenas con lunares pequeños. Daniel volvió a la cama y antes de que ella despertara removió su cabello negro que desmantelo un rostro de paz.

Se fijó en la posición de sus brazos como un bebe y las manos empuñadas cerca su cara, se controlaba para no despertarla. Un ángel dormía en su cama, una niña que él ni siquiera llamo o invoco.

Acerco sus naricita hasta ella y olio el perfume de su cabello. Perfecto. Eso era perfección, el aroma que una mujer desprendía por sus sentimientos y sabiduría. Ya su cuerpo podría ser otra cosa. El cuerpo humano para Daniel, era algo físico o no vivo, porque en si eran títeres y quienes vivían dentro de ellos y merecían la pena ser reconocidos.

Retracto su alma de espaldas.

Podrían hablarse muy poco, conocerse de lo menos creíble. Aun así algo suaviza la mañana y lograba cambiar el amanecer....

"¿Qué se siente?". Eso se preguntaba Daniel ¿Que sentía en ese momento junto a lo que un ángel emanaba?.

Decidido por no intrigarse en su ola de brillo, abandono la habitación con Hanna aun dormida y antes de cerrar esa pieza hizo correr las cortinas junto a los ventanales de vidrio y dándole pasó a la brisa y la neblina en aquel cuarto que se encerraron de éxtasis.

Luego bajo corriendo por las escaleras y en el mueble de la casa descansaba el cuerpo de Jonathan (no se iguala con el de Hanna). Los genes podría decir que eran familia, pero nunca de forma espiritual o universal.

No la amaba, tampoco se volvía cercano a un te amo o te quiero, eso sería primer plano para Valeria, algo que nunca cambiaría.

Una definición poco coherente para él. Aun así ella se volvía la inspiración que Daniel necesitaba para salvarse o sanar...por segunda vez. O lo intentaba Hanna o el mismo.

A veces se necesita una gotita de Dios para calmarnos. Pero el ya habría probado agua de mar y ella parecía aferrarse a su necesidad de calmarlo y guiarlo nuevamente a la superficie dulce y... demostrarle la calma de un mundo fuera de la normal.

—Daniel —lo llamo su padre con seriedad, ubicado de espaldas al castaño y antes se acercara a su hijo, este coloco una mano en el hombro del muchacho y su semblante demostró compasión—¿Qué ha pasado?

Sin respuestas, se acercó hasta su padre y lo abrazo. El hombre sorprendido tardó en reaccionar. Había extraño a su hijo y después de meses se atrevía a mostrarle afecto.

—Estoy listo para iniciar.  


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Hola, dime mi amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora