Se encontraron expuestos a un mundo donde la meta era sobrevivir, sin las posibilidades de conocer la felicidad y entre tanta tragedia se perdieron esperanzas, hasta el amor.
Nada es capaz de salvarse...ni los sueños.
Daniel ha perdido el rumbo de...
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Por lo general los seres humanos no estamos preparados para afrontar ciertos hechos de la vida. Cuando llega el momento, nuestro cuerpo ocupa un estado neutro, pero el de Hanna era aceleración en cada minuto. Ese acelero de tu corazón cuando ves a la persona que te gusta, así como las veces que escuchas tu canción preferida con aquel ideal.
Son hechos capaces de procesar y desear por siempre...
Por otro lado los hechos que paralizaban tu mente e invadían ese estado de neutro, hacían incapaz de ti, todo. Sentía como un lugar tan inmenso empezaba por achicarse hasta asfixiarla. Consumiendo su cuerpo entre el caos de que todo explotaría, se sentía mucho peor que el pánico de estar entre una multitud sin mascarilla y aunque te rozaran, incluso eso le provoca pánico y angustia.
—Hanna —le llamo la madre de Daniel, depositando un desayunando caliente en su frentero. A ella le invadió el olor de ensalada con toques de vinagre (lo odiaba) y unas tostadas. La señora analizaba a la pobre muchacha que no lucia más que inmersa en su silla. La mujer dudo en preguntarle cómo se sentía y la preocupación le gano. —¿te encuentras bien?
"¿se me es tan claro no estarlo?" pensó Hanna.
Su mente se nublo para responderle a la Señora. Se nublaron cuando el señor Haon cambio las caricaturas por noticias mañaneras y lo primero que anunciaron fue cosas desagradables, las mismas que la paralizaban hasta vomitar todo lo que comía. Al principio no le tomo importancia, quizás pánico o estrés, pero ante la cuarentena y mucho caos esa sensación con escalofríos empeoro.
Por eso dicen que la felicidad es momentánea y de ser así no fue real.
En realidad, para Hanna, el ser humano es una especie caprichosa que a pesar de sus conflictos y consecuencias nada le detenía, nunca, sin importarle el resto. El ser humano quería llegar lejos sin importarle cosas irrelevantes, las cuales podrían ser una prioridad para otro. Lo malo es que ella era otro ser Humano, pero menos caprichoso, aunque algunas la tachasen de egoísta o cerrada.
Eso pensó mientras comía y el resto veía televisión junto a Daniel.
Tanto el como Jonathan se sumergían en las buenas nuevas que las noticias transmitía y Hanna solo quería una cosa en el mundo...una única cosa...desayunar sin pesadillas.
A medida que saboreaba la ensalada con vinagre podía escuchar el crujir de su estómago revolviéndose. Quitándole el apetito por esas tostadas francesas que lucía sensacionales junto al chocolate derretido.
Recogió su cabello y se disculpó para escapar al baño.
Una pandemia que aún se seguía expandida por otros rincones del mundo, crisis monetaria, la línea de fuego que seguía en movimiento, saqueos en la capital de su país, contrabando en hospitales, mentiras de políticos, mujer y niños encontrados muertos. Un inicio de otra posible guerra y la injustica para aquellos que necesitaron un hogar o algo que mantenerse. La continuidad del encierro por mutaciones...
Esas noticias la hacían volver a su realidad.
Podrían interpretar como un regreso a la normalidad, solo que nada parecía cambiar. Ni ellos, ni el mundo, ni la humanidad, la única que parecía tomar con seriedad y dejar en su derecha a la humanidad de nuevo a la cueva, era el planeta tan viejo que habitábamos.
El mundo rechaza a los habitantes y todo ser que caminase por él, con el fin de destruirlo. Al igual que una animal zombi en un nido de pájaros. Un lugar donde no pertenecía....
Y Hanna se consideraba ese animal zombi. Estar en un lugar donde nadie la llamo, junto a Daniel.
Daniel se percató que Hanna parecía ida y molesta, al inicio se asustó por lo ocurrido. La miraba de reojo entre cortos momentos hasta que se olvidó y cuando regreso su vista en el desayuno abandonado, su cuerpo se sumergió en el retracto repentino, levantándose apresurado.
—le pregunte cómo estaba y salió corriendo al baño. ¿Crees que fue el vinagre? A veces me excedo...
—No, tu comida es genial —animo a su mama—. Hanna debe estar mal del estómago. Iré por ella.
Cuando llego al baño solo pudo escuchar el silencio, llenándolo de muchas ideas negativas.
—¿Estás bien? —pregunto gentilmente. Quería hacerla sentir no solo conforme con los hechos pasado, así que lo mejor sería llevarla al lugar donde provenía—¿Quieres volver a tu casa?
Y como si fuera una invocación, abrió la puerta de golpe y asintió su cabeza, desesperada.
Cuando la miro a sus ojitos derretido por vergüenza y notosa ojeras, sabía que todo eso lo ocasiono el. Verla no solo apago todo mal en él, le confirmaba una vez con claridad lo que sentía con el pasar de las horas. Hanna tomo su mano no por necesidad de saber de otro ser a su lado, lo hacía porque le reconfortaba estar a su lado.
Daniel iba detrás de ella y antes que llegaran a la cocina, se enfrentó con él y lo miro directo a los ojos.
—Te necesito.
El no podía hacer eso. Incluso si eso representaba una señal o permiso.
De manera formal y lenta, acomodo las mejillas de Hanna en el regazo de sus manos heladas y marchitas. Noto lo pálida que parecía esa mañana. Poco a poco acerco su rostro hasta chocar con la punta de sus naricitas, ocasionándole un cosquilleo en su estómago, pero ese fue el inicio para un beso...en la mejilla. Marcándolas tiernamente hasta que encenderse y llenarlas de color. Prosperando otra vez.
—¿Qué puedo hacer? —pregunto Daniel haciéndola despertar.