Capítulo 24: Para separarme de ti, debo destruirte.

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—¿Daniel?

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—¿Daniel?

Hanna corrió hasta el borde del abismo, y cuando se acerca al filo de aquellas grietas, apenas pudo reunir el suficiente valor para ver el fondo del lugar. Su cuerpo estático y pasmado ante el miedo, de que la tierra se derrumbara y llevara su cuerpo al hondo del agua.

Esas grietas eran profundas y bellísimas a la vez. Algo fantástico que su antiguo abuelo descubrió cuando compro los terrenos de la casa... Esas grietas se mantenían siempre firmes y el agua que fluida abajo, celestial.

Nunca había visto a un hombre entregarse de forma auténtica y libre como Daniel con el paraíso. Como un pájaro antes de volar, tan elevado. Sintiendo el viento helado en todo su pecho desnudo...y después, liberando todo eso con la gravedad al dejarse caer, sin ninguna exclamación o grito. Daniel había disfrutado esos segundos, suspendido en el aire, antes de canalizar a lo lejos la voz de Hanna, abriendo sus ojos, la vio, asustada y reprimida del abismo. Y por primera vez, en tantas ocasiones que se lo prometió así mismo, sintió que debía soltar y sanar. Debía cumplir las viejas promesas que hizo con Valeria, pero en esta ocasión, debía hacerlo solo y para el mismo, por su salud y por quienes amaba, aun.

Jonathan vio como su prima parecía una gato asustada, asomada, en si saltar o no a al pozo. Pero tampoco es que quería empujarla, aunque la idea lo tentaba.

Lo que más le preocupaba a Hanna era no verlo emerger a Daniel del agua. La que seguía revuelta por la gran caída. Y la peor idea de cruzó por su mente.

¿Cuantos metros de profundidad le dijo su padre que tenía aquel rio que atravesaba por las grietas?

Jonathan horrorizado por la expresión de su prima, que ya mismo parecía desmayarse, comenzó a desvestirse para saltar.

Hanna, sintió desesperada porque su primo aún no saltaba.

Entonces sus pies se movieron (por impulso, y sentirse apresurada) y pudo ver la boca del pánico y malas decisiones, su estómago se revolvió de emociones negativas y la vez, una ímpetu en su mente sobre dejarse llevar por la gravedad de la tierra. Sentir la ¨nada¨ bajo sus pies y después el valor, y calor de una fuerte caída.

¨Sin miedo¨ recordó las palabras de su padre ¨Sólo cae de forma recta y no te dejas hundir, impúlsate al tocar fondo¨, podía escucharle susurrar. Un recuerdo algo viejo se presentó en la mente de Hanna, presencio las veces que su padre la animaba a tirarse de aquellas altas y firmes tierras, pero esta ocasión, sin ayuda de él, pero con sus enseñanzas, lo estaba logrando, podía romper otra barrera de la vida, el disfrutar la vida con valentía, el sentir las emociones de tu cuerpo por algo nuevo...o bueno.

Y si Hanna pudiera cambiar una cosa en la vida, no sería el miedo de estar cayendo porque ese miedo le hacía sentir bien. Intentar algo que siempre le tuvo horror y que ahora lo disfrutaba.

Si Daniel tuviera la oportunidad de cambiar algo en su vida, no sería las vergüenzas y caídas que tuvo durante esta... más bien sería aquellas donde se decepciono de sí mismo y a otros, borrar de la mente de otros las cosas que provocó para qué pensarán lo tóxico y malo que es. Lo poco hombre y valiente que demostraba ser, y claro también borrarle lo recuerdos que le dejo a Valeria antes de morir... al menos para que durmiera en paz.

Así que sólo tenía dos opciones: seguía sumergido en su mar salado de culpa o intentaba aunque sea... cambiar. El mundo le ofrecía otra oportunidad y él no era capaz de aprovecharla.

Daniel no recordaba los minutos que llevaba suspendido en el agua, pero sentirse tan sólo en su mundo silencioso le traía algo bueno. Flotando bajo presión mientras su cuerpo de escurría a las profundidades, le traía buenos recuerdos: Paz.

Trató de abrir sus ojos y admirar el vacío del lugar junto a la tranquilidad de sus mares.

Estiró su cuerpo y dejo que el agua fluyera por todos sus espacios. Era justo esto lo que ansiaba... estabilidad.

Perdido en sus pensamientos no se fijó del cuerpo celeste que lo rodeaba. Parecía danzar con él, llamando su atención. Parpadeo para comprobar que no lo imaginaba.

Esas manos le rodearon su espalda hasta acariciar su nuca, siguieron hasta la punta de sus dedos y se entrelazaron. En esa unión, inimaginable, podían existir nuevos sentimientos sanos para el mismo.

Daniel pudo sentir picadas en sus manos y como provocaba una energía.

Con oxígeno agotado, su cuerpo le ínsito a salir hacia superficie. Jalo de su mano y comenzó a llevarlo hasta la misma.

Daniel conocía esa figura, su camisa se levantaba por el agua y pudo ver otra vez ese caramelo de miel. La misma que lo llamaba a gritar, rendirse y derrumbar ideas insensatas... La figura de miel era Hanna Méndez.

Él quería rodear su cuerpo y sentirla tan nerviosa en sus manos, y pérdida por su cercanía. No quería poseerla, le gustaba la forma que ella se atrevía e intimidaba por hablarle.

Hanna lo guiaba a la superficie y un lugar más seco para que pudieran descansar, pero Daniel no pudo evitar verle el resplandor del sol que iluminaba su cuerpo.

—¿Dios ¿Qué hice para merecer todo esto -pensó con decadencia, siguiendo el llamando de Hanna al mundo real, al mundo de un "después".





Ecuador.

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Hola, dime mi amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora