El sábado en la tarde bajé corriendo las escaleras junto con mí mochila y mi ventrílocuo.
Tuve que decirle a Mika que con lo que ganara iba a comprar una pizza.
Mientras bajaba las escaleras, estuve más consciente que nunca que todo era mierda y suciedad en el piso que vivíamos. La mugre del suelo de madera debía estar hace siglos ahí.
La avenida principal en la cual vivíamos en aquel ridículo país escondido en medio de la nada estaba desierta. Me costó un buen rato tomar un bus que me permitiera llegar a la ruta en la cual trabajaba.
Mí existencia era la calle. ¿Que clase de vida tenía? Se suponía que era el arte y ahí estaba yo, a punto de cumplir treinta años y si es que no lograba sobrevivir a la pandemia iba a dejar el mundo sin obtener ningún asunto bien terminado. La madre de mí hijo decía que yo era un maldito egoísta fracasado. Tenía razón. Yo mismo me miraba al espejo y reconocía esas cualidades. Pero uno siempre tiene más cualidades de las que la gente reconoce y una de ellas era pasión por lo que yo hacía.
Era hora de comenzar a trabajar.
¿Contar mis historias o esas anécdotas que a la gente le gustaban con respecto a lo que era el mundo conocido? Tal vez me moriría sin haber promocionado mi propia obra en la locomoción colectiva y se supone que mí especialidad como contador de historias eran mis novelas.
La gente ya no daba propinas. La pandemia había fabricado un montón de cesantes y si antes no tenía ninguna oportunidad ya simplemente no la tenía. Eran bien lejanos los tiempos en los cuales podía comparar las ganancias de mí jornada laboral con la de un profesional de clase media de aquel ridículo país, donde los migrantes desaparecidos como yo no tenía la más mínima posibilidad.Siempre dijeron que tenía talento y es más, mí familia siempre creyó que iba a ser alguien famoso algún día. ¿Pero que importancia tenía mí familia? Mí abuela, la persona que se hizo cargo de mí, había muerto hace poco y con ello se habían ido grandes formas de arraigo hacía lo que era la estructura de lo políticamente correcto, que prácticamente se basaba en lo que los demás querían que yo fuera.
Estaba esperando bus en el paradero.
Sonó mí celular. Había llegado al barrio donde trabajaba y contesté.— Alo
— Mak ¿Cómo estás?
— Hola Reno. ¡Que sorpresa!
— ¿Cómo está esa cuarentena? Supongo que no estás haciendo música en las calles.
— Obvio que no. Acá estoy, en casa.
Reno creía que yo era un cool artista callejero en Nueva York. No tenía idea que yo vivía dónde vivía.
— Tienes que quedarte en casa, Mak. El virus es muy contagioso. Podrías aprovechar de editar esa última novela que me mostraste o hacer música.
— He estado componiendo harto últimamente —Mentí—. ¿Tu cómo estás?
— Aquí. Logré convencer a Lena que se viniera conmigo y casi ni hemos salido. Te manda saludos.
— Dile que yo también le mando saludos.
— ¿Le contaste a Jare que estabas con Mika esos días que te perdiste?
— No le quise contar. Me dio vergüenza.
— Espero que no hayas vuelto a ver a esa mujer tóxica. Mika se portó muy mal contigo.
— Si se. ¿Que onda? ¿A qué se debe este llamado? Pensé que todavía estabas enojado.
— Nunca me enojé contigo, Mak. Te llamaba para ver si necesitabas algo. Pensé que podías necesitar plata ahora que no puedes trabajar en las calles.
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A lo perro en cuarentena
RomanceNovela: A lo perro en cuarentena. Género: Erótico, pornográfico, realismo conspirativo, romance, realismo sucio, romance tóxico. Contexto de la obra: Cuarentena, siglo XXI, década del 20. Sinopsis: Tal cual como en la actualidad, el mundo completo e...