CAPITULO 4

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Escribí Javo más su apellido en el buscador de Facebook. No se podía enviar una solicitud de amistad, solo de mensaje. La foto que aparecía era la misma de hace ocho años, cuando éramos compañeros en la academia.

Era obvio que la cuenta tenía muy poca o nula actividad.
            
Y ahí estaba pensando yo en lo ridículo que sería ponerme manos a la obra e intentar componer aquella novela por encargo.

Tal vez Javo creía que yo no lo hacía porque no le creía y por eso me había dado los siete mil. Yo sabía que el tenía bastante dinero y era cierto eso de que todo aquel asunto pasaba por inverosímil. ¿Que iría hacer Javo con el borrador de la novela en caso de que la escribiera? Nada. Tal vez no lo vería nunca más. Javo era un cabeza de músculo de un metro noventa que lo único que pensaba era en sexo y en drogas. Tal vez le entregaría un borrador apoyando la revolución que ciertas personas estábamos intentando hacer en aquel nefasto país y sería lo mismo.

El mundo era una mierda y todos se estaban dando cuenta.

Según Javo lo habían enviado a seguirme por esas razones. A cambio de eso comenzó a intentar sobornarme.

En fin.

Teníamos seriamente problemas para dejar de ser lo que éramos porque era casi imposible salir del vertedero existencialoide en aquel maldito país. Todo el mundo estaba en eso, más aún los extranjeros migrantes como nosotros, que por si fuera poco estábamos condenados a vivir ahí.

Caminé un poco más y decidí llamar por teléfono a Mika. Encendí un cigarrillo mientras contestaba.
          
— Hola mí amor.
          
— Hola —Contesté.
          
— ¿Te vienes ya?
          
— No te llamaba para eso.
          
— ¿Entonces para que me llamabas?
          
— ¿Acaso no puedo llamarte simplemente porque quiero oír la voz de la mujer que amo?
          
— Que eres lindo, mí amor. ¿Y? ¿A qué hora vas a llegar? Te extraño demasiado.
          
— No lo sé todavía.
          
— No te vengas muy tarde, mí amor. Está súper peligroso andar en la calle.
          
— Ya te lo dije. No me pienso morir de ese puto virus.
          
— No es por el virus, mí amor. Las calles están vacías y eso se presta para delincuencia. A no ser que no quieras venirte.
          
— ¿Por qué no voy a querer irme?
          
— Quizás tengas a otra.
            
Me reí bastante al pensar en esa posibilidad.
          
— Como se te ocurre —Dije—  Oye. ¿Que quieres que compre para tomar?
          
— Compra vino blanco, ojalá de ese que es dulce.
          
— ¿Vino blanco con pizza?
          
— ¿Que tiene? A mí me gusta el vino blanco. Ya mí amor, te voy a colgar para que te desocupes rápido.
         
— Ya Mika. Nos vemos.
           
Me eché el teléfono al bolsillo y crucé la acera. Iba a probar con darme otra vuelta.
           
Tenía ganas de estar en la calle pero no de trabajar. Rato atrás quería irme a casa.
           
El mundo giraba en torno a tomar malas decisiones o no tomarlas nunca.
           
Había un par de músicos más en la cola y decidí ir a comprarme otro café.
           
Tras ir al lugar donde debía ponerme en guardia para continuar con lo mío vi nuevamente a Javo. No dudó en acercarse y me extendió un cigarro.

Era increíble que hubiese llegado ahí tan rápido.
           
— ¿No te da pena winner?
           
— ¿Pena de qué? —Pregunté.
           
— ¿Vivir con una puta? ¿Estar lejos de tu hija? ¿No hacer familia con la madre de tu hija que es una mujer mucho más decente?
           
— Eso no es asunto tuyo —Respondí.
           
Javo se rió con alevosía.
           
— Bueno, winner, yo estoy aquí con un solo objetivo, y ese objetivo es sacarte de la miseria. ¿Cómo te puedo hacer entender que quiero ayudarte y no molestarte?
            
Parecía medir más de un metro noventa y lo miré con ironía.
           
— ¿Que pasa winner? —Me preguntó Javo— ¿Acaso no te das cuenta de que estás desperdiciando una importante red de contactos?
           
— ¿Por qué te estás dando el tiempo de seguirme? —Preguntaba, asquerosamente desconfiado— ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer?
           
— No se trata de que no tenga nada mejor que hacer, simplemente estoy haciendo mí trabajo.
           
— ¿Y cuando va a terminar tu trabajo?
           
— Eso no se sabe, viejo amigo. Por el momento me interesa que escribas esa novela.
         
— ¿Por qué yo? ¿Por qué precisamente yo?
           
— Por qué te tengo cariño, winner. Es una misión muy bien pagada. No me costaría mucho pescar a otro escritor muerto de hambre y hablarle, pero hay que ayudar a los amigos primero.
           
— No te creo ninguna mierda.
           
— ¿Te gustaría creerme? Si quieres te muestro el cheque. El lunes a primera hora vamos al banco y lo cambiamos.
           
Me reí. No tenía ninguna puta gana de caer en la trampa.
           
— Olvídalo.
           
— Deberías pensarlo al menos, winner. Piensa en tu hija ¿Que pasa si se enferma por ejemplo? ¿De dónde vas a sacar plata para costear el tratamiento? La madre de tu hija está muy angustiada por eso, según lo que tengo entendido. Tu sabes que en esta parte del mundo la salud es muy cara.
           
— ¿Que sabes tú lo que opina la madre de mí hija al respecto?
            
Javo se alejó a hablar por teléfono y los colegas que estaban alrededor habían desaparecido. Venía el tren que estaba destinado a ser mí próximo show de contar historias que no le interesaba a casi nadie en esos tiempos de incertidumbre mundial y el cabeza de músculo me agarró fuertemente de un brazo.
           
— ¡Quieto ahí, winner! No hemos terminado de hablar.
           
— No tengo nada que hablar contigo   — Respondí, lo más tranquilo que pude.
           
— Eso lo decido yo, querido amigo. ¿Hasta cuándo te vas a hacer de rogar?
           
— Lo que menos quisiera en este momento es hacerme de rogar. No me interesa tu puta propuesta.
           
— Eres bastante porfiado, winner. Te estoy ofreciendo en bandeja pasar al lado de los vencedores y tu no quieres.
           
— Te llaman ahí —Dije.
           
Era una vendedora de frutas que tenía un puesto en la calle. Javo le hablaba y ella se reía, como si estuviese diciéndole cosas maravillosas y repletas de imaginación. Yo mismo tenía mucha imaginación pero jamás lograba esa clase de cometidos.
           
Hacía frío.
           
De todos modos mí vida no era lo que se dice una basura puesto que había una linda mujer esperándome en casa. Tenía que hacer algo. Estaba la maldita pandemia y necesitaba que las cosas fuesen más simples.
           
— Winner —Dijo Javo—
Ven.
           
Me miró como si aún fuésemos compañeros de academia.
           
Le sonreí de la forma más irónica que pude y encendí otro cigarrillo. Me quedé de pie.
           
— Ella es Lova. Lova, él es Mak.
           
— Si lo conozco —Dijo Lova—. Si no me equivoco este tipo es de mi misma provincia.
           
Con un gesto la saludé, de manera muy exagerada. Ella se rió, puesto que nos conocíamos desde esas reuniones con respecto a la revolución, cuestiones en las cuales me involucró Jare, la madre de mi hija.
           
— Andate no más, winner —Dijo Javo— Lo nuestro queda pendiente.
           
No me pude subir al tren porque iba un músico cantando. Me quedé mirando a Lova, quien se entregaba con entusiasmo a la charla de Javo, quien tras cruzar miradas conmigo le agarró firmemente el trasero.

A lo perro en cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora