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Había viajado fugazmente a París —por segunda vez— la semana anterior para recibir la ayuda de Edward y sus asistentes respecto a la ropa que llevaría al evento que ocupaba la gran mayoría de sus pensamientos diarios. El vestuarista había sido muy amable con ella y cuando recibió su llamada no dudó en ayudarla, Eleanor solo tuvo que pagar su pasaje y todo lo demás corría por su cuenta.

Luego de tomarse un café juntos por la mañana, él la llevó a su estudio personal, en donde tenía todo tipo de trajes y ropa para cualquier ocasión —algunos de los cuales eran diseños propios— y ella se pasó toda la tarde probándose y quitándose conjuntos, vestidos, zapatos altos y bajos, todo lo que le llamara la atención.

—Chanel —Edward era un joven innovador pero con buen gusto por lo clásico, cuando le mostró el colgador con un vestido blanco y negro hasta la rodilla, ajustado y elegante hizo que Eleanor casi se atragantara con su propia saliva.

Era ese o era nada.

—¿Chanel? —repitió ella asombrada.

—Sí, una de mis mejores adquisiciones, varias modelos han posado para revistas con este, ha sido un tremendo clásico y luciría muy bien en ti —apostó él.

—Voy a terminar debiéndote mi vida y mi vida después de mi muerte —ella le dijo tomando el vestido con cuidado para correr hacia el probador riendo feliz.

Edward meneó la cabeza con una sonrisa.

Y ahí estaba, en posición fetal recostada en su cama, mirando el vestido que tenía colgado en la puerta del armario, listo para ser usado esa noche junto a unos espectaculares zapatos negros Gucci y un collar de perlas que le había regalado su abuela hace más de cinco años, antes de su muerte.

Y aún después de todo, de saber que conocería a las personas que más admiraba en el mundo, la sonrisa se le había borrado del rostro desde que escuchó la voz de esa mujer a través del teléfono siendo comprobada por un desesperado Alex llamándola.

“Eleanor…

¡Eleanor!”

Cerró los ojos y se tapó un poco más con las mantas que tenía encima, ¿Cómo no podría estar feliz por lo que se le venía esa misma noche? No podía ir al evento y avergonzar a Albert mostrándose con la cara hinchada por el llanto y los ojos como si se hubiera metido una planta de marihuana por la nariz.

Un golpe frenético en su puerta la despertó y la rescató del hondo y oscuro pozo de sus pensamientos, gruñó sonoramente y se levantó para ir a abrirle a quien fuera el maniaco que casi sacaba su puerta a puñetazos. Al pasar al lado de una mesita que tenía en su habitación pasó a llevar un disco que tenía encima, en el borde, haciéndolo caer al suelo.

Se volteó y lo miró con cansancio, preparada para recogerlo pero en cuanto lo vio su estómago se retorció una vez más.

Era el Indie Cindy, el último disco de los Pixies, el que había comprado en una tienda francesa para Alex porque este le había dicho muchas veces que no había tenido tiempo de comprar discos… discos actuales como ese, que había salido recién ese año.

Los golpes se intensificaron.

—Mierda, ya voy —gritó y dejó finalmente en el suelo el disco para ir a atender.

Cuando abrió la puerta se encontró con Klaus.

Se miraron y ella comenzó a pestañear demasiado, por lo que su amigo se dio cuenta de que intentaba disolver la tristeza y evitar que las lágrimas salieran pero ya era demasiado tarde, caían como si tuvieran vida propia, en contra de la voluntad de Eleanor, quien se echó a los brazos del ojiavellana al sentir sus mejillas húmedas y su corazón estremecido.

The sky is a scissorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora