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Un mes después…

Alex llegó a su departamento con las cuentas, cartas y cosas que el conserje le había entregado en la puerta más sus maletas, estaba cansado, el viaje y la mala comida lo tenían de mal humor, quería echarse en su cama y no volver a levantarse hasta el día siguiente pese a que solo fueran las seis de la tarde. Metió la llave a duras penas en la cerradura y abrió la puerta, empujándola con el pie para poder entrar con todo lo que traía.

Dejó las cosas en una mesita, entró las maletas y cerró por fin la puerta.

—Veamos —musitó acercándose a la mesa en donde tenía todo esparcido y comenzó a registrar lo que había en el montón.

Cuenta de esto, cuenta de esto otro, promociones de televisión por cable, cartas de dudosa procedencia, recibos, más cartas y un disco.

¿Un disco?

Eso le había llamado la atención pues sobresalía del grupo de papeles que traía pero no fue hasta ese momento que vio de qué se trataba: era un disco de los Pixies.

—Indie Cindy —ladeó la cabeza revisándolo, estaba nuevo y en la parte de atrás tenía pegada una pequeña nota en papel amarillo con trazos de plumón grueso que decía claramente:

“Ella lo compró para ti, tarado.”

Una risa amarga se le escapó e inundó el silencioso apartamento, ni siquiera le extrañó u ofendió la violenta forma del presente, y sabía perfectamente quien era “ella” en esa oración.

Ella. La única que le compraría un disco buenísimo que no ha tenido tiempo de comprar.

¿Por qué alguien más se lo estaba mandando y no ella?

Meneó la cabeza, ¿cómo demonios esperas que ella te envíe un regalo después de todo? Tarado, pensó, repitiéndose el insulto que le habían escrito con plumón permanente en aquella nota.

—Al diablo —sacó su teléfono de su bolsillo trasero y le marcó, no tenía muy preparado lo que iba a decir, quizás se trababa y le cortaba antes de decir “Hola”, pero tenía que llamarla, eso era lo único claro.

Se había prometido arreglar las cosas al llegar a Londres.

Bueno, ya estaba en Londres.

—¿Alex? —¿Por qué responde? Pensó él sin contestarle—. Es una coincidencia, veo, iba a llamarte en un rato —continuó ella ante su silencio.

—¿Qué dices? —soltó sin poder evitarlo—. Es decir, ¿Por qué? Yo… este…

Había extrañado su voz.

—Necesito hablar contigo —lo cortó con simpleza.

—¿Ah sí? —para de decir todo en tono interrogatorio, se reprendió internamente.

—Sí, quiero decir, ¿Estás en Londres, correcto? —él frunció el ceño.

—Yep, ¿Cómo lo sabes?

—Matt —¿Cuándo habían intercambiado números? Decidió no seguir preguntando así que se quedó callado hasta que ella volvió a hablar—. Mira, creo que no hemos estado siendo lo suficientemente adultos y quiero hablarte, tú… tú eras mi amigo antes de... de todo esto.

Se frotó los ojos, cansado, mucho más cansado que cuando llegó.

Vaya, al parecer volvían al intento de amistad eterna.

—Lo sé —le dio la razón sin querer hacerlo y resopló—. Escucha, acabo de llegar y estoy un poco cansado, pero… nos vemos luego ¿No?

—Sí, deberíamos —ella se oía cansada también, o quizás decaída, quizás triste.

The sky is a scissorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora